14.3.07

El arte de pavimentar infancias




¿A quién le van?... ­A Bélgica!

Pedro Díaz G.

Sacude sus ropas el príncipe Felipe de Bélgica.
Se incorpora, y, al terminar la improvisada cascarita, justo antes de subir al Mercedes Benz que le espera rodeado de agentes de seguridad, estado mayor y colaboradores, mira detenidamente a cada uno de los pequeños que le rodean y pregunta, en perfecto español:
--¿Les gusta estar aquí, la pasan bien?
Ellos, 26 en total, quieren responder que s¡, que gracias a la federaci¢n belga de futbol gozan de una vida apacible, entregada al estudio, y lejos est ya la posibilidad de deambular en solitario por las maltrechas calles de Toluca. Que sin esa, La Casa de los Diablos Rojos, su futuro ser¡a totalmente incierto; que sue¤an ya con ser grandes para poder estudiar en B‚lgica; que los balones que les trajo est n padr¡simos, que los libros de historietas de Tin-tin y la sonrisa, los abrazos y cada gesto de este pr¡ncipe sin ropajes monarcales (``¨y tu capa y tu espada?'', le pregunt¢ extra¤ado V¡ctor, de seis a¤os) es de lo mejor que les ha sucedido, junto con las playeras que constantemente les mandan los jugadores, los uniformes que cuidan como a su propia vida... quieren expresarle, en fin, que no saben c¢mo agradecer y que sepa que s¡, que la pasan de maravilla, que, a veces, vuelven por ellos sus padres y, rostros ya desconocidos, dicen no, preferimos quedarnos aqu¡. Quieren decirle tantas cosas.
Son los cinco a¤os de Mario los que responden al pr¡ncipe:
--...V‚nte, qu‚date a vivir con nosotros. Y ver s.
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¨A qui‚n le van?
Invariablemente la respuesta ser ``­a B‚lgica!''
--Algunos --acusa Ricardo-- s¡ le van a M‚xico. Como Adolfo.
--No es cierto.
--Yo digo que estar¡a bien un empate --tercia Alfonso con el mejor nimo conciliador.
Se encuentran las opiniones en esta casa hogar.
El juego M‚xico-B‚lgica podr ser visto en la enorme televisi¢n, (¨35, 40, 45 pulgadas? No lo sabemos, dir la coordinadora Roc¡o Fuentes. S¢lo sabemos que ah¡ est , que nos la mandaron, que nos trajeron tambi‚n una antena parab¢lica) por estos peque¤os que viven en el n£mero 165 de la Vialidad Adolfo L¢pez Mateos, camino a Zinacantep‚c. A las afueras de Toluca.
La Casa: ondean las banderas de M‚xico y B‚lgica en el centro del jard¡n frontal. ``Acci¢n Diablos Rojos'' se lee en una de las paredes tapizada por la hiedra de enredadera siempre verde. De estilo colonial mexicano, todo tiene este hogar y todo funciona: lobby, oficinas para la administraci¢n, consultorio m‚dico (el doctor visita con frecuencia), sicol¢gico (con sic¢loga de planta), biblioteca, sala de c¢mputo, cuarto de juegos, 10 amplias rec maras para tres peque¤os cada una; sala de televisi¢n, cancha de basquetbol, dos m s, peque¤as, de futbol, sal¢n de usos m£ltiples, parrilla para comidas especiales (``les encanta cuando saben que `hoy vamos a comer atr s', que es cuando nos llegan visitas''), capilla, y hasta un huerto en el que ya se levantan los perales sembrados por ellos mismos. Conviven los claveles, naranjas, amarillos, con el rojo ladrillo, el rosa cantera y el caoba de la madera en los ventanales, combinaci¢n que ha seducido la infancia de este grupo que ya se prepara para la hora del partido.
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Mundial M‚xico 1986.
B‚lgica, equipo desconocido, tiene su sede en Toluca. Entrenan en Metep‚c. Pronto logran la comuni¢n con la gente. Dos factores influyen: est n los Diablos Rojos de B‚lgica, en la casa de los Diablos Rojos del Toluca.
Pero hay m s: sencillos --como son los inteligentes, dir¡a Valdano--, los jugadores acceden al acercamiento, reparten sonrisas. Confluyen los afectos por las polvosas calles de la ciudad. Se sienten bien los belgas en su preparaci¢n. Caminan, recorriendo calles, brechas y senderos, Jan Ceulemans y Eric Gerets. Charlan con el presidente de su federaci¢n, Michel D'Hooghe. Notan con preocupaci¢n los contrastes y, en un arranque de espontaneidad se miran unos a otros cuando surgen, de qui‚n sabe d¢nde, tantos ni¤os apostados en las esquinas, con cajas de chicles en la mano; con botellas de agua sucia, verdosa, con la que pretenden limpiar los parabrisas a aquellos automovilistas que los miran con desd‚n. Les preocupa.
--Repentinamente nos preguntamos --recordar D'Hooghe--, ¨por qu‚ no hacemos algo al respecto?
Ah¡ naci¢ la idea.
¨Qu‚ hacer?
Las posibilidades fueron como un amplio abanico: reunir dinero y d rselo a sus padres; abrir un fideicomiso; quiz s construir un comedor para los peque¤os...
O un albergue. Y as¡ fue, en el principio.
Supo la federaci¢n belga de la mejor manera de pavimentar infancias. Se apoy¢ con personajes y empresas de su pa¡s, en una colecta que muy pronto tuvo eco y, gracias a las donaciones, primero se abri¢ una casa en la colonia S nchez, cercana al centro: los ni¤os (han transitado m s de 200 por esta La Casa de los Diablos Rojos) com¡an, dorm¡an, si as¡ lo deseaban, y volv¡an a las calles. La ayuda era buena. In‚dita. Pero hab¡a que hacer algo mejor.
No se olvidaron los jugadores belgas de los buenos prop¢sitos y de vez en vez programaban encuentros internacionales, aqu¡ y all ; en otras naciones, tambi‚n, en los que las ganancias eran ¡ntegras para la construcci¢n de una casa hogar.
En septiembre de 1992 abri¢ las puertas de hierro forjado y desde entonces se determin¢ en 30 el n£mero m ximo de sus habitantes. No cualquiera tiene acceso. Deben cumplir con ciertos perfiles. Tener, de acuerdo con diversos estudios, ciento por ciento de probabilidades de recuperaci¢n. Pueden ser becarios: sus padres informan de la imposibilidad econ¢mica para seguir con su formaci¢n, y entonces ser la casa quien se encargue de ellos. Les visitar n con frecuencia. Aqu¡ viven, pero estudian en colegios cercanos. Algunos, inclusive, particulares. Dos camionetas tienen a su servicio para dejarlos y recogerlos. Est n, tambi‚n, los exp¢sitos, ni¤os abandonados. O aquellos que de ser becarios pasan a exp¢sitos pues mam , pap , nunca vuelven.
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Les fue bien a los belgas en Toluca, en 1986.
No s¢lo compartieron emociones con su poblaci¢n sino que, adem s, despu‚s de perder ante M‚xico en el juego inaugural, se abrieron camino hacia la segunda ronda. Y entonces comenz¢ una m gica cabalgata: vencieron 4-3 a la Uni¢n Sovi‚tica, pero les esperaba Espa¤a: fue en las semifinales cuando cayeron por 2-0.
Dol¡a la derrota.
Pero alegraba el haber llegado tan lejos.
Algo maravilloso, no lo sab¡an los ni¤os toluque¤os --ya lo imaginaban los jugadores belgas--, estaba por ocurrir.
Son 66 las peque¤as placas que permanecen colgadas en el lobby con el nombre de los donadores que hacen esto posible: de B‚lgica, de M‚xico y hasta de un colegio canadiense.
La casa est administrada, con toda exigencia, por Jes£s Navidad, quien adem s es uno de los t¡os. Maneja los dineros un patronato y el convenio habla de 99 a¤os de apoyo incondicional.
Saben ahora los futbolistas belgas, su federaci¢n, que pavimentar infancias es un arte y cuidan cada detalle. No dejan de preocuparse y constantemente supervisan el funcionamiento de la casa. Siete son los ``t¡os'' que colaboran en la formaci¢n integral de estos peque¤os a los que se les ense¤a el agradecimiento; pero tambi‚n se trabaja en que no pierdan su identidad. Ustedes son mexicanos, siempre lo ser n, les dicen sus t¡os. Ellos: Irma Mart¡nez, que atiende a su familia de cuatro, Johnatan (2 a¤os y medio), Manuel (3), Mario (5), Daniel (6); Rafael Eduardo Gonz lez: Edgar (8), Alejo (9), David (9), Jorge (8); Arturo Morales: Carlos (9), Jos‚ Luis (10), Ricardo (9) y V¡ctor (9), Pedro Legorreta: Roger (9), Benyoset (11), Mario (7) y Juan Ad n (9); Paty Mart¡nez: Javier (8), Arturo (8), Jorge Luis (8), V¡ctor (6) e Ismael (9); Jes£s Navidad: Sergio (11), Poncho (11), Andr‚s (11) y Daniel (13).
Hay uno m s que es sobrino y t¡o: ti¡to, le dicen en broma. Es de los primeros en haber llegado a la casa y, Juan Manuel Soto, a un paso de terminar la prepa, ya teje la probabilidad de seguir sus estudios en B‚lgica.
--...Como yo, cuando sea grande --casi grita Javier.
¨A qui‚n le van?
Las preferencias futbol¡sticas siguen s¢lo ese recorrido por el que transitan los latidos de su coraz¢n.
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Habr que verlos atentos, uniformaditos, mirando hacia el elegante personaje que les visita. Verlos as¡, con los ojos abiertos, desorbitados, como queriendo indagar por qu‚ tanta gente. Y es que para ellos el asombro no se acaba nunca.
El pr¡ncipe Felipe rompi¢ el protocolo en su visita de hace unas semanas. El cinco de junio, a las 14.20 horas, su agenda dec¡a: Casa-hogar, 45 minutos.
Estuvo casi dos horas. Recorri¢ la casa con ellos y observ¢ los banderines, los posters, las almohadas con los colores belgas. Se despoj¢ del saco y jug¢ con los ni¤os una cascarita de futbol. Fue tan intensa que en alguna jugada Felipe de B‚lgica trastabill¢ y fue a dar al suelo ante la admiraci¢n generalizada.
--Eh p¡nhipe se cai¢ --recuerda Manuel desde sus tres a¤os de existencia--. Y me hegal¢ una pehota.
Veintis‚is ni¤os que vieron caer a un pr¡ncipe cuando juntos jugaban futbol, esperan con ansia el silbatazo inicial.
Esperan con ansia que la vida siga su curso.

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