30.11.07

Dos voces perdidas en la cumbre


Tuve la fortuna de conocerles. De saber sus sueños, sus metas, sus más acendrados miedos. Es uno de los privilegios de ser rteportero: el acercamiento con la gente. Ellos fueron al Himalaya y la montaña los devoró. No se olvidan. Desde aquí, un pequeño homenaje.

Andrés, Alfonso y el Himalaya

Sus cuerpos están extraviados en la cordillera. A pesar de la intensa búsqueda de autoridades, compañeros y familiares, el mal clima impide seguir su rastro hasta el próximo mayo. Desde algún punto perdido del Himalaya se les ha dado por muertos. Pero para Andrés Delgado y Alfonso de la Parra el riesgo no era cosa nueva. Acostumbrados a ascender montañas durante varios lustros, ambos fueron de lo mejor en México. Habían enfrentado al peligro. Tenían muy clara la posibilidad de no volver. “Seguro allá morirías en paz contigo mismo”, repetía Alfonso. “Estoy en un círculo de vida-muerte-cumbre-montañas”, filosofaba Andrés. En 1997 hablaron de retos cumplidos; de una existencia dedicada a su pasión: escalar; de la amistad y la cooperación; de lo que les significaba la conquista de una cumbre…y en eme-equis los recordamos con eterna admiración

Pedro Díaz G. *

pedrodiazg@eme-equis.com.mx

(Texto sin editar)

Donde no vuelan los pájaros. El Everest.

“...Allá arriba, rumbo a la cima, se vive la verdadera y más absoluta soledad”.

Andrés Delgado, joven de 27 años, se refiere así a la cumbre más elevada del planeta. Es uno de los mexicanos que han escalado esta montaña en la cordillera del Himalaya.

Pero en su más reciente ascenso, a la montaña Changabang, junto con Alfonso de la Parra, los alpinistas mexicanos desaparecieron. Se perdió toda comunicación con ellos y ya para el 4 de octubre no había señal alguna, huellas, vestigio de caídas, o rastros de avalanchas que les hubiesen atrapado.

Apenas una cámara fotográfica de Andrés, el pasaporte de Alfonso, un poco de equipo de escalada y ropa. Pero de los extraviados en el Himalaya, nada.

La Fuerza Aérea de la India realizó incontables sobrevuelos en helicópteros para rastrear a los mexicanos. La búsqueda terrestre inició el 29 de octubre, con los elementos de la Indo Tibetan Border Police, quienes buscaron exclusivamente en la cara Norte del Changabang.

Pero nada.

Del Everest escribió el italiano Reinhold Messner, de los primeros alpinistas en conquistar su cumbre (20 de agosto de 1980, cara Norte, ascenso en solitario) la definió como “el sitio de la blanca soledad que alimenta al espíritu y lo enaltece”.

El Everest es también la Sagarmatha (en sánscrito: Diosa Madre del Mundo), montaña a la que los lamas del Tíbet han bautizado desde siglos atrás, además, como Chomolungma, Diosa Madre del País, que en tibetano suele traducirse como Lugar donde no vuelan los pájaros.

Pero sobre todo, El Everest es una y a la vez muchas montañas; tantas como seres humanos sean capaces de ascenderla. Porque cada uno vive su propio Everest y el orgullo se siente diferente en cada historia. Al regreso las anécdotas se vierten incansables en una perfecta espiral que suele volver al mismo punto: han ido hasta el Himalaya, Benedetti dixit, a llenarse de cielo los pulmones.

Poseían la experiencia. Alfonso conquistó el Everest en 1992 y Andrés en 1997. Pero en esta aventura, al norte de la India, enfrentaron una nevada y hoy sus familiares les han dado por muertos: Pero en esta charla, realizada en 1997, ambos personajes se retratan como parte de la montaña; hablan de riesgos y de muerte; narran sus vivencias. Vibran. Así pensaban; de esta manera sentían los alpinistas que nunca volverán.

El Himalaya. Aquí, un retrato pintado por quienes, todo lo indica, se han ido. En eme-equis, con respeto y admiración, recordamos sus vivencias.

* * *

Dice Alfonso de la Parra, a quien La Montaña se le dio como inesperado regalo de cumpleaños el 9 de octubre de 1992:

“Al caminar por sus largas pendientes congeladas, escalando y sobreponiéndote a cada instante del riesgo, observas cómo, a lo lejos, puede verse un hombre. Es apenas un pequeño punto en este universo de hielo y colores que se entremezclan al amanecer. Piensas: aquel pequeño punto a la distancia, tan pequeño, tan insignificante, puede, con sólo apretar un botón, acabar no sólo con esta hermosa cordillera, sino con todo el planeta. En eso, entre muchas otras cosas, pensaba al escalar el Everest.

“Y en que la vida es un instante, un soplo. Y ya en la punta reflexionaba: en este momento soy el ser humano que esté parado más alto que otro ser humano en la tierra; qué‚ tan insignificantes somos en el mundo y cómo lo complicamos: smog, tráfico, el banco, y que si los asaltos y las facturas... Y miles de problemas. ¿Cómo es que hacemos un mundo de enredijos, de caos que solamente existe dentro de nuestra cabeza? En eso pensaba”.

Alfonso de la Parra ascendió el Everest acompañado de Wolfgang Amadeus Mozart. Porque en sus composiciones pensaba, sobre todo en las que escribió el músico austriaco en su adolescencia. Alfonso decidió alejarse de los problemas de la expedición y prefirió enfrentar a la montaña con los acordes de Amadeus. Músico y alpinista, compositor y amante de los clásicos, De la Parra se soñaba de niño con dos futuros: como director de una filarmónica y en la Punta del Everest, la montaña mágica.

Peligrosa.

En guerra contra la montaña

Andrés Delgado encontró en los días de espera, lo mejor de su aventura. Como el soldado que con paciencia y entereza aguarda la batalla inarribable, este joven esperaba el momento en que el clima le permitiese atacar la cumbre.

"Lo que recuerdo con más gusto, por lo que significó para mí en esta carrera del alpinismo, fue el probarme en la soledad, en el silencio. La temporada de primavera tiene como punto culminante, día ideal por tradición para atacar la cumbre, el diez de mayo. Pero esta vez fue distinto. Día diez, mal clima. Día once... doce... trece, mal clima. Se nos acababa el tiempo. Llegó el 22 y decidí un ataque. Nada. Sabíamos que si el intento no se realizaba antes de 26 ó 27 la expedición fracasaría. Porque los permisos vencen el 30 de mayo y necesitas de cuando menos dos días para bajar. Pero todo ese tiempo, sólo a la espera del instante en que la montaña te permita que asciendas, fue sensacional. Me sentía como aquellos soldados que están esperando el día en que inicia por fin la guerra.

Historias. Sublimes sensaciones.

El mundo a tus pies

El Everest.

Se abre en la E el grueso volumen del Larousse. Sus páginas ofrecen conceptos que bien pueden relacionarse con la montaña. “...Eco, edema, edén, egoísmo, ejemplo, emoción, enemigo, engaño, entrenar, envidia, equilibrio, escalar... ¡Everest!”:

“Everest (monte), la montaña más alta del mundo (8,848 m), en el macizo del Himalaya, en la frontera entre Nepal y el Tíbet. En 1953 el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay consiguieron llegar a la cima por primera vez”.

Tiene el Everest algo de misticismo. Es montaña mágica. O posee un encanto divino. Y si el alpinismo es una expresión más de la creatividad humana, aquellos montañistas que se aventuran a conquistar cualquier altura tienen siempre como anhelo a la más grande y enigmática de las cumbres en este globo tres cuartas partes agua llamado Tierra.

Han debido luchar contra ellos mismos y contra su entorno para ascender con éxito al Himalaya. Nunca ha sido fácil conseguir los avales, los permisos, los papeles que deberían surgir sin problemas de las dependencias deportivas.

Logro que, a pesar del dinero, significa un arduo ejercicio de perseverancia, fuerza, tenacidad y dedicación no apto para todos los habitantes del planeta.

El fin es el mismo: sentirse por segundos el Ser humano más elevado en la Tierra.

Tener el-mundo-a-tus-pies.

Asirse a ese paraíso irrepetible.

* * *

Se acerca Emil Aguad a Alfonso de la Parra.

El atrio de la iglesia es fiesta de saludos, de abrazos. Acaba de casarse el músico-alpinista.

Al oído le habla de sueños compartidos desde la infancia.

--¿Sabes, Alfonso, creo que le vamos diciendo adiós al Everest?, ¿o no?

--Creo que sí... --responde De la Parra.

El matrimonio lo alejaba de La Montaña. Lo sabía.

Pero.

--...Fue algo increíble. Me casé y unas semanas después, cuando la idea del Everest se apagaba, vino a mí Sergio Fitch, un excelente alpinista. Me dijo: 'tengo un permiso para ascender el Everest; no lo voy a utilizar, ¿lo quieres?'

No dudó De la Parra.

Pronto reuniría el dinero y partiría semanas más tarde hacia Kathmandú, puerta de acceso a la fantasía, a la inmensidad.

Su historia inició a los doce años, cuando en el Instituto Cumbres él y Emil trazaban su proyecto de vida: terminar la carrera de música y escalar el Everest.

--Con el tiempo, cada quien logró uno de los objetivos, por separado. El estudió incluso en el extranjero; ha dirigido a la filarmónica de Morelia.

El Everest.

Muchos fantasmas, entre miles de botellas de oxígeno abandonadas en los senderos de ensoñación en la montaña; innumerables leyendas. "El Yeti", por ejemplo, que es una especie de hombre de las nieves al que algunos alpinistas aseguran haber visto. Pero más allá de seres míticos el verdadero reto está no en vencer a la montaña, no en conquistarla, sino en el impostergable enfrentamiento consigo mismos.

--¿Por qué, Alfonso?

El apellido De la Parra no es fácilmente identificable con la conquista del Everest. Carsolio y Torres Nava fueron durante los últimos años los más conocidos.

Alfonso de la Parra se dedica a las expediciones, a la aventura.

Responde:

--Fue muy simple. La gente no me conoce porque, casi recién casado, planeamos el viaje como pareja. Yo subí al Everest, viví mi momento y después nos quedamos a vacacionar unos dos meses por el Tíbet.

No hizo caso de las llamadas hasta Kathmandú.

--­Regrésate! --le decían sus familiares--; todo mundo te está buscando acá. La prensa, la televisión...

Alfonso:

“Allá arriba te sientes con muchísima paz; si te llegara a pasar algo, no importaría. Como cuando los alpinistas se sienten agotados a mitad de la montaña y deciden abandonarse. Estoy seguro de que mueres en paz contigo mismo.

De lo que se otea desde lo alto, dice De la Parra:

--...Puedes ver la curvatura de la tierra y obviamente todos los picos del Himalaya; preciosa cordillera. Observas las diferentes capas, no de atmósferas, pero puedes ver una primera capa a manera de niebla; más arriba unas nubes, más densas. Todo tipo de nubes. Y sobre todo el amanecer: ves cómo la luz penetra por las nubes y cómo se estrella en las diferentes montañas. Eso es algo totalmente angelical. Y el silencio, ¡tremendo!

“Cuando atacaba la cumbre, como a las cinco de la mañana, se había quitado el viento y no había absolutamente nada. Era un silencio casi inexplicable. Salía el sol y empezaba a pintar todo de colores, de tonos diversos; grises, blancos, azules... Tenías ante ti un panorama hermoso, sublime. Irrepetible.

“Del Campamento Cuatro a la punta subes una pared bastante empinada y después llegas a una especie de filo que te comunica prácticamente ya con la cima, donde tú puedes clavar el piolet. Es tan delgado que perfora de un lado de la montaña al otro. Tienes un espacio para poner la huella de tu pie de, a lo mejor 20, 30 centímetros. Quedas totalmente volando por una cara y prácticamente caminas por el filo.

Esta es una de las partes más hermosas que tiene El Everest. Es antes de llegar al Escalón de Hillary. Ya es un enredijo de tantas cuerdas que han puesto ahí. Es cuando te das cuenta de lo frágil, de lo delicada que también es la montaña... Pasas el Escalón y esa sección de la montaña se empieza a ampliar un poco, hasta que llegas a la punta, que es chiquita: ha de tener unos cinco, ocho metros cuadrados. Hay un tripié‚ que dejaron los chinos. Algunos hacen experimentos con él: le ponen celdas fotoeléctricas para probar equipos de telefonía, o una serie de espejos intentando triangular reflejos para medir con más exactitud el tamaño de la montaña...”

“En lo particular siento que no se requiere oxígeno en la montaña --dice Alfonso de la Parra--. Si tienes muy buena preparación no lo necesitas. Yo realmente no lo necesité, de hecho cuando salí a la cumbre me lo habían robado; más adelante pude conseguir uno, llevaba otro de repuesto, se me acabó el que tenía y ya no me tomé la molestia de sacar el otro; escalé la mitad de la cara sin oxígeno: en la punta no lo usé; me sentía perfecto, podía hacer abdominales, lagartijas. Creo que muchísimo tiene que ver tu aclimatación. Hay gente que se muere de fatiga. Te conviertes en una calavera caminando. Yo llevó oxígeno porque siempre he pensado que no tiene caso matar tus neuronas; y como nunca sabes cómo vas a funcionar a esa altura hasta que estás en ella, pues igual puedes regresar ya medio loco con la mitad de las neuronas muertas por falta de oxígeno. Si volviera al Everest no usaría oxígeno.

Sin embargo, dice el músico-alpinista, no regresaría al Everest.

Su nueva meta es otra bella montaña: el Ama Dablang, en Nepal, 6,856 metros.

Fábrica de relatos...

Es 23 de mayo de 1997.

Mexicanos en el Everest.

Había llegado el día. El mal clima impidió temporalmente a los escaladores el ascenso a la cumbre. Hasta que arriesgaron el ataque.

Ya viene de regreso de la cima Andrés Delgado.

Encuentra a su compatriota Hugo Rodríguez en problemas; y le entrega una botella de oxígeno, la única y con la que pensaba realizar su propio descenso.

--¿Por qué, Andrés?

No se inmuta el joven alpinista ahora sentado en el mullido sillón de su departamento en la colonia Del Valle, donde descansan, en un extremo, las chamarras y parte del equipo de montañismo que le acompañó en la odisea.

--...Porque así me educaron.

--¿Tan sencillo?

--Me dije: es mi amigo, hemos escalado juntos en muchas ocasiones. Yo ya hice cumbre y él no. Y en las circunstancias de la montaña aquello era para Hugo el camino más seguro hacia la muerte.

No pensó Andrés en la propia y bajó al siguiente campamento en condiciones extremas.

Ambos se abrazarían más tarde cuando la meta común se había cumplido.

El Everest es blanca caja mágica, fábrica de relatos.

Uno, otro, muchos más:

Solidaridad buscó después Andrés para rescatar a Hugo. Difícil, en tiempos en los que la premisa urgente es el próximo latido de tu corazón.

--Así me educaron --repite--. Con la certeza que la amistad y colaboración son lo primero. Se lo debo a mis padres.

Andrés Delgado viajó hasta el Himalaya en mayo de 1996.

Le acompañaba, entre otros, Héctor Ponce de León.

Tuvo que ser rescatado el joven alpinista: a mucha altura Andrés comenzó a sentirse mal y dejó la montaña con congelamiento en los píes, prometiendo regresar.

Lo hizo.

La montaña no hace concesiones

Mal clima desde principios de mayo a pesar de que diversos grupos de montañistas trataban de, para el día diez, iniciar el último ascenso.

--...A otros la montaña nos dio días inmejorables. Habrá quien diga que no se trata de suerte sino de paciencia, de tener el juicio y la experiencia para decidir el momento adecuado para el ataque final. No lo sé, acaso ambas cosas.

“Mi esfuerzo mental por tratar de cerrar este círculo de vida-muerte-cumbre-montañas es por ahora inútil. Recuerdo una cita del extraordinario montañista inglés Don Whillans: 'Las montañas siempre van a estar ahí, no se van a mover. El chiste es que tú también estés ahí'...”

“La noche del 22 al 23 salí como a las diez y media del Collado Sur --recuerda Andrés Delgado-- acompañado de Ang Tezing Lama, un sherpa sensacional. No sé a qué hora salió Hugo, supongo que más o menos igual que nosotros. Yo iba sin oxígeno, en mi propio rollo, muy concentrado. Como a las tres de la mañana empezó a hacer un frío terrible. Me rebasaron los compañeros de Hugo: Eric y Mark. Pregunté por él y respondieron: 'va adelante'.

“A los 8 mil 400 metros me sentí muy mal. Avanzaba cada vez más lentamente y todos se me adelantaban. Sentí cosas muy raras; perdí un poco la noción de la realidad; me di cuenta de mis limitaciones. Dije: ¡basta! y me puse una botella de oxígeno. Aceleré. Antes necesitaba de hasta 24 respiraciones por cada paso. Así, sólo seis.

“Llegué a la cumbre sur. Ahí estaba el grupo de Adventure Consultans de Dave Breashers, que ya había logrado la cima. Seguí con la idea de que me iba a encontrar con Hugo en algún punto. Pensé que estaría esperándome en la cumbre para tomarse una foto conmigo.

No.

“Llegué a la cima junto con Mark y Eric. Estuve casi una hora allá y nada de Hugo. Hacía mucho viento y frío. Tenzing estaba muy angustiado; me insistió en que ya debíamos bajar. Cruzamos el paso Hillary y al llegar a la cumbre Sur vi a alguien con un traje North Face rojo. Era él. Discutía con un sherpa. Iba hacia la cumbre, me saludó: 'qué‚ gusto verte'. Parecía lúcido. Detrás sólo quedaban cuatro malasios con sus sherpas pues los demás ya habían hecho cumbre.

La discusión era por continuar o no el trayecto. El tanque de oxígeno de Hugo Rodríguez marcaba apenas el 10, o sea, muy poco. Para unos minutos. Su sherpa le alertaba no seguir ascendiendo.

Aquella botella que guardó Andrés para su propio descenso tenía aún el 95 por ciento. Y era su seguro de viajero hacia el Campamento Cuatro.

--En un arrebato pensé "caray, es mi cuate; sin oxígeno no creo que la haga". Le dije: "toma mi botella". Él se me quedó viendo muy fijamente y me dijo que jamás iba a poder pagarme ese gesto; en cuanto tomó el oxígeno nos dimos la vuelta y seguimos cada quien por su camino.

Tenzing, conocedor de lo que implicaba tal acción, no pudo sino decir:

--...¡Eres un estúpido!, ¡Eso no se hace!

* * *

De nada servían a Andrés las cavilaciones en el Campamento Cuatro. Buscó sherpas "frescos" para que subieran por Hugo, quien exhausto y perdido, no volvía; varias expediciones se los negaron. “Vamos a atacar la cumbre”, “los que tenemos están cansados...”, era el pretexto.

Empeoraba el clima. Y había que seguir bajando.

--­Allá, ¡hay alguien allá! --gritó Tenzing.

Era Hugo.

Tras el rescate, y con lesiones que le impedían hacer el regreso solo, Hugo Rodríguez tuvo que ser auxiliado por algunos miembros del grupo de Andrés.

De pronto Hugo cayó en una grieta. Al asomarse le vieron sonreír. Dos canadienses, Jason y Jamie, Tenzing y Andrés tuvieron que sacarlo. El congelamiento de sus manos era enorme pero su rostro indicaba todo lo contrario.

“Hugo se reía --dice Andrés--. Estaba de muy buen humor. Los canadienses lo sacaron mientras nosotros sosteníamos la cuerda. Llegó al base con muy buen espíritu... Y yo era el hombre más feliz del mundo, al verlo a salvo y de buen ánimo”.

Hugo Rodríguez lo recuerda: 22 de mayo de 1997.

En el Campamento Cuatro Hugo tuvo fiebre por la tarde y quería salir esa misma

noche hacia la cima: una infección en la garganta no fue obstáculo, pero el paso pronto disminuyó y llegó tarde a la cumbre.

“Fue ahí el encuentro con Andrés Delgado. Se me había acabado el oxígeno y me cedió el suyo. Eso fue en la Cumbre Sur. Llegué a la cima a las dos de la tarde con doce minutos. Y lo ideal es estar antes del mediodía. El descenso fue tremendo; todo se complicó, no sólo por mis condiciones sino porque había hecho 15 horas en ascenso y tuve una fuerte perdida de energía; no pude tomar líquidos con azúcares sino sólo agua hervida, sin carbohidratos ni electrolitos ni nada. Y perdí la energía.

Quedé exhausto 70 metros bajo la cumbre.

“Horas después me reincorporé. Bajé la arista y al ver que se hacía de noche decidí quedarme a dormir en la montaña. Como no bajé pensaron lo peor. Andrés me explica que sugirió hacer un grupo de rescate. No se pudieron organizar, la gente estaba muy cansada. Un ascenso es muy desgastante, sobre todo en el intento a la cumbre.

Caería Hugo a una grieta. Sonreiría.

--¿Por qué?

--Yo creo que veníamos muy contentos los dos. Yo estaba contento por él. Lo conocí hace dos años y seguí su intento del año pasado. Las situaciones a las que se enfrentó fueron muy difíciles, y ahora que regresó, la verdad su cima es algo merecidísimo porque trabajó muy bien en la montaña. Sacó todo el provecho a su experiencia. Veníamos contentos. Habíamos hecho cumbre, ¡estábamos vivos!,

¡estábamos juntos!... Qué te importa entonces caerte en una grieta. Si finalmente estás asegurado con cuerdas y, además, no es una sensación desagradable.

Del Everest miles de líneas han sido escritas.

De Víctor Ostroswski, las siguientes:

“Después de tantos años de experiencia considero que el pleno éxito de una expedición depende no sólo de su cuidadosa preparación, del material utilizado y de la ejecución, sino también de otro factor fundamental y de primer orden: el sentimiento de amistad que debe unir a los participantes. Es lo que los andinistas llaman con una denominación aparentemente rara: 'la hermandad de la cuerda'..."

Existe, así lo demuestran estos hombres que se cuidan unos a otros.

Son dos voces en el Himalaya y transmiten historias que hablan de agrestes montañas, del Techo-del-Mundo, de férreas voluntades. Dicen al mundo que cada uno en el planeta tiene su propio Everest, que es la vida cotidiana. Y que también hay que escalarlo.

Viven.

Alfonso de la Parra combina las expediciones con lo suyo: hacer música clsica. La escribe, la presenta a un grupo de amigos y esos conciertos se van al baúl de las metas concluidas. Piensa en el Ama Dablang.

Andrés Delgado continúa en la búsqueda de amigos que le acompañen en es su eterna aventura del montañismo y escribe mientras se hacen realidad sus fantasías.

El Himalaya.

Realidad exclusiva de unos cuantos.

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