8.12.08

Los nuevos usureros de México



 20 millones de pobres a la espera de morder el anzuelo




El mercado es suculento: por lo menos 20 millones de pobres en todo el país. Gente urgida de dinero y a la que nadie quiere dar crédito, de cuya necesidad un pequeño grupo de empresas saca ventaja. Y vaya que lo aprovechan muy bien. El anzuelo, la eficacia del negocio, está en los “pagos chiquitos”, los pagos semanales. La ganancia, que toma tintes de usura moderna, es impresionante. Tanta que actualmente hay en México 600 empresas y microfinancieras a la caza de esos millones de pobres, a los cuales se les ofrecen créditos con intereses de hasta casi 400 por ciento al año. Usted y todos las conocen muy bien. Se llaman Elektra, Coppel, Famsa, Soriana, Crédito Familiar. Pero hay una que por sí sola tiene en el bolsillo a un millón de personas: es el Banco Compartamos, una empresa de la que poco se habla, pero es la microfinanciera más grande de Latinoamérica, y a la que el creador del Banco de los Pobres, el Premio Nobel Mohammed Yunnus, ha censurado severamente. Son los modernos usureros, los que semana a semana arrancan el presupuesto a las familias menos protegidas. Los que centavo a centavo suman millones de utilidades anuales. Los que siembran ilusiones con “pagos chiquitos”, cargados de “grandes intereses”. Pequeñas historias de los dramas cotidianos que afectan a millones, pero a pocos importan.



Por Pedro Díaz G.

eldiazg@gmail.com


A Eudora Baños le sangran las manos cuando trabaja.

También cada ocasión en que debe pagarle al banco. Lo primero es por la tichinda, ese ostión que crece protegido por una concha que parece estar hecha sólo de navajas. Lo segundo, por la usura que semana a semana le quiebra su economía. 

Eudora es negra, como casi todas las mujeres que conoce; es pescadora y desde niña, con cada amanecer, sale a trabajar en lo más profundo de la costa grande de Oaxaca. Todos los días.

La tichinda es un ostión insustituible en la dieta de muchos oaxaqueños; es delicioso en sopa o tamales. 

Pero para capturarlo, dado que se adhiere a los manglares, es necesario desprenderlo con fuerza y eso causa en los dedos de Eudora pequeños cortes: ni los callos, ni las infinitas cauterizaciones con agua de mar han hecho resistentes

a esas manos. Las navajas diminutas terminan por cortar la piel.

Pero no es la única. Las manos de todas sus amigas pescadoras también han sido castigadas sin descanso.

Hasta allá, donde atracan decenas de lanchas camaroneras, en la Laguna de Corralero, en una ocasión llegó un representante del Banco Compartamos. 

Eudora y sus compañeras lo escucharon. Y él les habló bonito.

Les ofreció un préstamo, les dijo que con ese dinero prestado podrían montar una cooperativa o un negocio entre todas, para que dejaran la tichinda, para que comercializaran pescado.

Se trataba, les contó, de un microcrédito de 7 mil pesos para cada una, pagadero a cuatro meses. Discretamente, y como si ni siquiera viniera al caso, les dijo también que “sólo” tendrían que pagar un 5 por ciento de interés “mensual”.

Y habló de todo lo que podrían hacer si contaban con dinero contante y sonante. Les urgió a aceptar ese préstamo y les dibujó un futuro tan enloquecedor que aquella tarde todas volvieron a casa con la cabeza hirviendo de emociones; cualquier cosa era mejor que el perder la sangre día a día, cada vez que sale el sol y sus pasos se dirigen al manglar.

Así que pensaron, en conjunto, en una manera de olvidarse de la tichinda y comercializar pescado.

Y cómo no, llenaron los papeles, aportaron los pocos documentos que se les pidieron y se sentaron a esperar la respuesta, que no tardó mucho en llegar. Serían comercializadoras.

Eudora se convirtió en la líder de un grupo de 10 mujeres y el banco les prestó 7 mil pesos a cada una: 70 mil pesos.

No pasó mucho tiempo para que la realidad les escupiera en la cara.

Para empezar, ellas debieron, antes de recibir el dinero, juntar 10 por ciento para que quedase como garantía: es decir, 7 mil pesos.

Así, de los 7 mil pesos, de entrada cada una perdió 700.

Luego sabrían que hay otra sangría que duele tanto o más que la tichinda. Y lo fueron sabiendo cada semana o cada 15 días, cuando llegaba el representante del banco a cobrar la deuda.

Apenas recibieron el crédito, Eudora y sus nueve compañeras compraron el pescado a la orilla de la laguna, lo soazaron y, condimentado, salieron a venderlo por las comunidades cercanas.

El préstamo sirvió para comprar lo necesario; para los empaques, para cada ingrediente, para transportarse de poblado en poblado.

Pero a la hora de hacer las primeras cuentas algo no cuadraba: de utilidad sacaron sólo 5 mil pesos la primera semana, y ellas debían pagar 7 mil del préstamo y 400 pesos más de intereses.

Así que quedaron a deber 2 mil 400.

Por incumplir con el total de su primer pago, el banco les impuso una multa de 300 pesos. Así, quedarían debiendo 2 mil 700 pesos.

No sabían tampoco que los intereses se aplican en todos los pagos, sobre el total del crédito y no sobre lo que se debe. Y así, de pronto, el pago de 7 mil 400 pesos semanales comenzó a llegar por más de 10 mil 300 pesos, ya con todos los cargos.

Así que de poco les sirvió cruzar de un lado a otro Playa de Banco de Oro, El Ciruelo, El Guayabo, Patria Nueva o La Palmita, llevando bolsas de pescado a comercializar. El negocio, de la noche a la mañana, se fue a pique. El préstamo y sus intereses terminaron por ahogarlas. Ya no sabían qué hacer para pagar la deuda.

Las mujeres no tuvieron otra que regresar a la tichinda, ahí en su pueblo de Corralero, perteneciente al municipio de Pinotepa Nacional.

Y hoy saben que por la tichinda sangran, sí, pero más por la maldita deuda que un día se echaron a cuestas.


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En México hay más de 600 microfinancieras. Todas ofrecen y otorgan créditos prácticamente a quien lo solicite. Pero hay un truco que los estudios muestran de manera contundente: cobran altas tasas de interés y su Costo Anual Total (CAT) se eleva desde 100 hasta 400 por ciento, de acuerdo con un documento realizado por el Banco de México.

En mayo, el Banco de México dio un ejemplo: en las microfinancieras una deuda de 7 mil pesos se convierte, al término de un año, en un pasivo de 29 mil 400 pesos. Y en compañías como Bajío, Compartamos, Banco Azteca y Pronegocio (una firma del grupo Banorte), el Costo Anual Total se eleva 50, 150, 200 y 300 por ciento, respectivamente en ese orden, sobre el valor original del crédito. 

Lo mismo sucede con tiendas y cadenas comerciales y de crédito al consumo: la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) advierte de casos extremos, como en León, Guanajuato.

Si usted vive en esa ciudad, acude a Soriana y compra una lavadora en 3 mil 995 pesos el Costo Anual Total será de 398 por ciento.

Pero si en el mismo León va usted a la tienda Famsa y compra la misma lavadora, pagará más: 4 mil 299 pesos y los intereses totales al año serán de 394 por ciento.

Otro ejemplo: la Comisión Nacional de Defensa de Usuarios de Servicios Financieros (Condusef) realizó a fines de 2007 el estudio ¿Sabes qué opciones de crédito puedes tener?

Hizo un cálculo y comparó las tasas de interés que se cargan al comprar un televisor de 29 pulgadas a crédito, a un plazo de un año. El CAT más alto correspondió a Electra, con 213 por ciento, y el más bajo a Coppel, con 65 por ciento.

“A eso yo le llamo usura descarnada”.

La voz es de Rubén Mújica Vélez, un economista que se pasó la vida como delegado de la Procuraduría Agraria en varios estados de la República.

Licenciado en Economía por la UNAM, ahora como pensionado vive en Oaxaca y realiza labor de campo en regiones como la Costa Grande, para conocer la funcionalidad del microcrédito.

Y por lo que ha estudiado, es uno de sus más acérrimos críticos.

“El retiro gubernamental ha abierto la puerta a la proliferación de múltiples empresas privadas que promueven microcréditos en todas las comunidades rurales. Y las altas utilidades que se pagan a estas microfinancieras explican su multiplicación.

“Florecen como hongos después de lluvias intensas. Pero el rápido enriquecimiento de unos cuantos deriva en el empobrecimiento intenso de los que son los más pobres de la sociedad mexicana. 

“En Corralero un pescador me dijo: ‘Cierto, momentáneamente sacan de problemas a estas pobres mujeres, pero para pagar su crédito tienen que trabajar brutalmente. Es una forma de estrujar, de exprimir y de sacar riqueza de los más pobres de mis paisanos”.


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Las microfinancieras son entidades especializadas en el otorgamiento de créditos en pequeña escala, que operan bajo distintas figuras legales: desde Sociedades Financiera de Objeto Múltiple, Sociedades Financieras Populares y Sociedades

Financieras de Objeto Limitado, hasta bancos, como el caso de Compartamos.

En México operan más de 600 y atienden a un sector sin acceso a servicios financieros. El sector de la población que los bancos tradicionales no quisieron atender ha resultado un gran negocio: las microfinancieras atienden un mercado de 12 millones de mexicanos. Aproximadamente 90 por ciento son mujeres y 70 por ciento están en zonas rurales, según estadísticas de Prodesarrollo, una red nacional de instituciones que tiene afiliadas a 70 microfinancieras.

Sin embargo, datos del Banco de México muestran cómo en los últimos años las familias de menores ingresos se han convertido en el objetivo de estas compañías.

Tanto estas microfinancieras como las tiendas que venden bienes de consumo, por ejemplo electrodomésticos, amplían su base de clientes con los estratos de menor ingreso. Miles de familias han recibido por primera vez un crédito, aunque el costo a pagar sea más alto para quien menos poder adquisitivo tiene.

En casi cualquier municipio del país se pueden encontrar hasta 15 pequeñas instituciones –bancos, microfinancieras, prestamistas informales o casas de empeño–, dispuestas a devorar su bolsillo.

Un dato sólo para comparar: el promedio en el mundo de la tasa de interés por un microcrédito es de 31 por ciento anual, y en bancos tradicionales del país, alrededor de 45 por ciento.


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Una de las empresas más representativas de este fenómeno es el Banco Compartamos. Sus críticos dicen que Compartamos ha prostituido el concepto de crear un banco para los pobres, como lo concibió Muhammed Yunus, Premio Nobel de la Paz 2006 precisamente por haber fundado en Bangladesh un banco para gente que no es sujeto de crédito.

Compartamos conduce el negocio como cualquier banco ordinario: busca el beneficio de los inversionistas, no de los clientes.

Maneja pequeños préstamos realizados a prestatarios demasiado pobres como para que les concedan crédito en un banco tradicional. En teoría posibilitan que muchas personas sin recursos puedan financiar proyectos productivos por su cuenta.

Con esa filosofía empezó en 1990 como una organización no gubernamental, fundada por un grupo católico llamado Gente Nueva, cuya inspiración fue una visita de la Madre Teresa de Calcuta a México, y durante mucho tiempo siguió los preceptos del Banco de los Pobres, el Grameen Bank, de Muhammed Yunus, la microfinanciera más exitosa del mundo.

Pero Compartamos es hoy una sociedad comercial con fines de lucro que cotiza en la Bolsa Mexicana de Valores, muy lejos de esos primeros ideales. Es considerada la institución de microfinanzas más grande de América Latina y el banco más rentable en el territorio nacional.

Cobra intereses que van de 4 a 6 por ciento mensual, o lo que es lo mismo: entre 13 y 20 veces más que la inflación mensual promedio reportada por el Banco de México. Eso la ha hecho polémica.

Y ya son muchas las empresas que se han sumado a este mercado.

Por eso Yunus, el gurú de los microcréditos, acusó en su reciente viaje a México, en donde anunció su asociación con Carlos Slim para instalar un banco para pobres que no sea agiotista:

“Si un banco convencional cobrara las mismas tasas que Compartamos, ¿qué pasaría? ¡Sería linchado! Pero si se trata de prestar a los pobres, de alguna manera resulta aceptable en México.

“Si el Banco de México, por ejemplo, aumenta un cuarto de punto la tasa de interés, se estarían escribiendo editoriales y levantando la voz. Pero hacia las tasas que se cobran a los pobres hay una total insensibilidad”.


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Carola Conde Bonfil es, como ella se define en medio de una carcajada, “la mamá de los pollitos en cuestión de microfinancieras”. Tiene un doctorado en ciencias económicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, maestría en administración pública en el Centro de Investigación y Docencia Económicas, y se tituló en economía en la UNAM.

Entre sus libros están ¿Depósitos o puerquitos?: las decisiones del ahorro en México y ¿Pueden ahorrar los pobres?, ambos publicados por La Colmena Milenaria, una red de organizaciones con ahorro y crédito alternativos y El Colegio Mexiquense.

Además, entre sus proyectos de investigación figura el libro, que aparecerá en marzo de 2009: Realidad, mitos y retos de las microfinanzas en México. 

Dice Conde Bonfil:

–La explicación de los actuales niveles de las tasas de interés es que los costos de operación son muy elevados, ya que se manejan muchas cuentas de montos pequeños y mucha liquidez y porque se debe cubrir el riesgo por la falta de garantías.

–Pero cobran de verdad alto...

–En general son servicios caros. Y el precio del servicio en este caso son las tasas de interés. En general tienden a ser caros por las condiciones en las que prestan. Poniéndome como abogada del diablo, un poco a favor de las microfinancieras, diría que de todos modos son más baratas que el agio. Porque el agio a los pobres puede cobrarles 10 por ciento ¡al día! Entonces, si cobraran 100 por ciento o 200 o 300 al año, de todas maneras las microfinancieras salen más baratas.

–Vinieron a sustituir a los viejos agiotistas.

–De alguna manera. Sí, son agiotistas menos perseguidos, menos mal vistos, pero a veces muy careros, realmente. Se puede explicar lo caro de las tasas de interés económicamente o empresarialmente, pero no dejan de ser caras.

La investigadora sabe del sector de las microfinanzas en México y sus problemas actuales. Uno de ellos es que actualmente existan alrededor de 20 tipos diferentes de figuras jurídicas, clasificadas en semiformales y formales, organizaciones sociales y empresas sociales.

“En el otro extremo, lo opuesto, son las microfinancieras que subsidian la tasa de interés, que también está mal. El problema es que llegan, alborotan a la gente con la oferta de los servicios, se comen el capital semilla y desaparecen. Entonces, en lugar de dar un servicio permanente, lo dan por muy poco tiempo y a muchos no les llega a tocar. 

“Lo ideal, buscando equilibrar la sustentabilidad financiera y la social, es buscar formas de innovación financiera que permitan bajar costos, mayor eficiencia para que la tasa de interés baje; necesitamos microfinancieras autosustentables y permanentes.

–¿Y por qué no fijar topes a las tasas de interés que cobran?

–Los más neoliberales dirían que no haya tope y que sean las fuerzas del mercado las que lo definan. Es difícil. Y no basta la competencia. Por muchas microfinancieras que surjan no bajarán las tasas de interés. Lo que necesitamos es innovación, mejores prácticas, pero no competencia.

La competencia todavía no es suficiente para bajar las tasas de interés y menos cuando los costos son altos; mejor bajas los costos. Y si las subsidias, no permaneces; tampoco es muy saludable. ¿Topes a las tasas de interés? La mayoría no lo va a aceptar y no se crearían nuevas microfinancieras.

Una de las salidas es el ahorro: ahorrando la gente se protege, se desarrolla; como dirían en Francia, ahorrando se hace patria: pero aquí es precisamente uno de los servicios que no ofrecen las microfinancieras: el del ahorro.

Resume la doctora Conde Bonfil:

“Las microfinanzas deben considerarse una herramienta útil en el combate a la pobreza, pero tienen limitaciones. No deben ser vistas como la única solución al alivio de la pobreza. Tampoco son apropiadas para toda la gente pobre. En algunos casos, las microempresas de los pobres no necesitan microcréditos o no están listas para solicitarlos. En otros, los microempresarios no son solventes. En cualquier caso, no basta con ofrecer

microcréditos”.


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A Silvia Trejo no se le olvida el día en que el cobrador le aventó la puerta y dijo casi gritando que venía por la lavadora. “Yo hasta le ayudé a cargarla en el diablito y le fui diciendo ‘viene-viene’ cuando la bajamos por las escaleras”.

Nadie llegó a odiar tanto uno de estos enseres domésticos como ella. Su entonces marido, Martín, el almacenista con el que trabajaba en la distribuidora de partes automotrices, se había echado la deuda encima y ya habían pasado por infinitas discusiones durante los cinco meses que la estuvieron pagando.

“Eran 70 pesos a la semana, en realidad no mucho, pero había ocasiones en el que él se salía a echar un cafecito con sus amigos y desacompletábamos lo del pago a Elektra. Ahí era cuando nacían los pleitos, hasta que un día se nos llenó el vaso”. Y se derramó.

Martín se fue, pero lo que quedó fueron las molestias. Cuando comenzaron a llegar los requerimientos de pago y las amenazas de embargo, Silvia no dudó en decir simplemente: “¡Llévensela!”.

No es todo lo que ha comprado en esa tienda comercial. Antes, cuando vivía en la colonia Vicente Guerrero, al sur del DF, adquirió una estufa. El microondas es el que todavía está pagando. 

“Pero cada vez se me hacen más largos los plazos; cuando compramos la estufa dábamos 110 pesos a la semana y firmamos por 52 semanas; lo peor llegó cuando, en algunas ocasiones, dejamos de pagar y no sólo te echan a los cobradores, sino que pegan carteles en tu puerta acusándote de estafador, y, lo peor, suben tus intereses. La verdad entonces ni quisimos hacer cuentas de cuánto terminamos pagando aquel año ya con recargos y todo lo demás. Pero sólo así te puedes ir haciendo de tus cosas”.


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Pablo Cotler, investigador y profesor de economía en la Universidad Iberoamericana, es doctor en economía por la Boston University, miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México y autor de varios estudios sobre microfinancieras.

Responde desde su cubículo en las instalaciones de la universidad en Santa Fe:

“Yo no los llamaría usureros. Los llamaría, simplemente: cobran alto. Hablemos de Compartamos: que cobran muy alto, sí; que hacen ganancias, sí. La pregunta es: si cobran mucho y hacen muchas ganancias, ¿por qué no entran otras entidades financieras? Nada lo impide.

“Así que algo tiene que haber detrás que lo haga difícil. Si realmente la cosa es ‘cobran mucho, obtienen muchas ganancias, éstos son unos usureros’, pues en vez de decirles usureros, lo que haría sería entrar, competir, ofrecer menores tasas de interés. Esa es la verdadera respuesta que habría que dar. Y sin embargo, no se da, porque la cosa es un poco más complicada. Póngase a pensar que le va a prestar dinero a gente que no conoce, que no tiene la menor idea de la probabilidad de repago; eso lo vuelve realmente muy riesgoso. Por ello son las altas tasas de intereses.

–Muhammed Yunus ha criticado a bancos como Compartamos. “Los lincharían”, asegura, por sus altos costos

–Es una crítica interesante y, sin embargo, es muy injusto lo que él dice. Porque por muchísimos años el Grameen Bank que maneja Yunus ha estado subsidiado. No, pues así es más fácil...

–Cobra 20 por ciento de intereses al año.

–Sí, claro. Qué bien que lo hace, pero así es más fácil. ¿Y si no tengo subsidios? Es distinto. Por otro lado, es cierto que Compartamos dice: “Sí, hago ganancias, pero lo que estoy haciendo es aumentar mis números”. No quiero defenderlos, pero a veces las críticas son muy fáciles de hacer. y Yunus realmente está abusando del poder mediático que tiene.

Porque hay que entender que entre más grande sea una microfinanciera puede llegar a más gente. Si me quedo como una microfinanciera en mi pueblo, no crezco; después: el riesgo es cada vez mayor, porque si algo pasa en mi comunidad tronamos todos. 

Entonces, sí me conviene expandirme, sí me conviene crecer, y la única forma de crecer y expandirme, dado que no capto ahorros, es por la vía de las ganancias. Necesito ganancias para traer más capital, para poder seguir prestando.

¿Así que esa cosa de tener ganancias es malo?

No. Al contrario: es excelente, porque imagine que Compartamos, que es el banco por excelencia en microfinanzas, tuviera pérdidas. Qué querría decir eso: qué les diría eso a Bancomer, a Banamex, a los grandes bancos: que no se metieran con los pobres.

No, para qué, tendríamos grandes pérdidas, supondrían. Y se acaba el crédito para este sector.

Amolamos a quien queríamos ayudar.


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Tres pequeñas estampas que reflejan esos sufrimientos cotidianos, que no son de vida o muerte, pero que lastiman a la población más pobre en todo México:

1) Alicia Islas está furiosa. Regresa de realizar su pago quincenal y viene hablando sola. Que nadie se le acerque, porque se acaba de pelear con los de Crédito Familiar, en Tacuba, al norponiente del DF.

Y no es para menos: “En agosto de 2007 les pedí un préstamo de 2 mil pesos. ¡Dos mil! Eran para pagar los útiles de los niños, así que se me fueron como agua. Yo firmé que debía regresarles

115 pesos a la semana; con las urgencias, no me di cuenta de lo que hacía”.

Hoy sigue pagando ese tropiezo económico:

“Ya hice cuentas –comenta– y les he pagado ya durante 15 meses; ya les he dado 3 mil 450 pesos y apenas, según me informan, comencé a pagar la deuda: o sea que llevo más de un año pagando sólo intereses!”

Y lo peor: “Si me pregunta cuándo voy a acabar de pagarles, pues no, no lo sé”.

2) Ni pudo concretar sus ilusiones Antonio Santiago, a quien una tarde en los caminos de Minitán, Oaxaca, se le ocurrió comprar dos becerrillos.

“Los puedo engordar –se dijo más que convencido por las palabras del representante del banco– y los puedo revender”.

Tampoco le salieron las cuentas: sobre todo porque su negocio necesitaba de tiempo; el mismo que su crédito de 8 mil pesos se comía inexorablemente.

El dinero se evaporó desde los primeros días y Antonio se encontró con la primera adversidad: a un animal de éstos se le engorda al punto de que esté listo para la venta en al menos 16 semanas.

Y como es el mercado el que marca el precio del becerro, él no lo podía vender hasta que terminara el cebamiento; así, cuando llegó el día del tercer pago semanal, ya no le alcanzaba para cubrir los casi 650 pesos que debía aportar semanalmente.

Y vinieron las multas.

Antonio tuvo que pagar. No ganó nada por la engorda de estos animales y perdió su dinero. Los becerrillos en esta negra región de Oaxaca no fueron buen negocio.

Apesadumbrado pasó varias semanas: crecían más los réditos del préstamo que los becerros y las utilidades que pensó iba a lograr.

3) Esos 15 mil pesos del crédito le quemaban las manos a Lorenza Pérez. Tiene casi 60 años y habita uno de esos pueblos de la costa negra de Oaxaca que no son muy distantes a los de África; ella precisamente es descendiente de africanos.

Fiel a la tradición de las familias prolíficas, carga con cinco o hasta seis hijos que viven en una casa de cuartos redondos, de palma, típicos de algunas zonas del continente negro, y los pequeños disfrutan de playas tan bonitas que contrastan con la evidente pobreza de la gente. Así son los alrededores de Pinotepa Nacional.

Lorenza esperaba que esos 15 mil pesos le permitieran ir comprando ropa, venderla, obtener una utilidad adecuada y cubrirse de las adversidades. 

Debía pagar mil 65 cada siete días, durante 16 semanas. De entrada, el crédito le saldría en 17 mil 040 pesos; eso, sin contar los mil 500 que se quedaron como depósito.

Pero se vino dando cuenta de que, en primer lugar, la ropa no tenía el precio que ella esperaba al comprarla en Pinotepa. Era un poco más elevado pero lo suficiente para que no le resultara rentable.

De pronto se vio atorada para cubrir su crédito: al no poder pagar, vinieron los recargos.

Sin saber cómo ni de dónde, de pronto a su casa comenzaron a llegar papeles con una deuda que se incrementó a tal grado que el banco le exigía casi 2 mil pesos semanales para cubrirla.

Fracaso. No hubo negocio, tuvo que pagar dinero que no tenía. De pobre no salió.


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“Por eso a las microfinancieras yo las llamo macrousureras –dice desde Oaxaca, Rubén Mújica Vélez–. Existe una enorme discrepancia entre la teoría de que el microcrédito, entre otras cosas, ayuda a los más pobres, y la realidad.

“Desde hace cuatro años empecé a seguirles la pista, sobre todo en las zonas pobres de la costa de Oaxaca, la zona negra, acá por Pinotepa Nacional.

“Tiene toda la razón el Premio Nobel en esto que dijo, porque en México si algo impera es el desorden, el descontrol del agio. Es el agio más brutal. Algo se ha reajustado al paso de los años porque han aparecido contadas microfinancieras que entienden que el agio tan descarnado terminará por matar a la gallina de los huevos de oro. 

Algunas han ido a la baja en cuanto a los niveles de usura,

pero siguen haciéndolo. Para Mújica Vélez, lo más “asombroso e indignante” es que ni las autoridades federales ni las estatales toman cartas en el asunto. 

“¿Qué hace la Secretaría de Hacienda y qué hace ese monstruo que se llama Condusef, el cual no sólo no orienta, sino que no defiende a los usuarios del crédito?”.

“Las microfinancieras se empezaron a extender y encontraron que era el mejor de los negocios.

¿Por qué Coppel, Elektra y Chedraui crearon sus banquitos? Pues porque han visto que es mucho mejor negocio que el mismo comercio en sus tiendas; es mucho más rentable.

“A Compartamos, yo le digo Nospartimos. Sus prácticas son de usura. Te hacen un préstamo de 5 mil pesos con un plazo teórico a pagar de cuatro meses con tasas de intereses teóricas de 5 por ciento mensual, que son ya un verdadero despojo.

Pero no nada más eso, el problema es cuando se crean los retrasos en los pagos. Ahí se agudiza el abuso. Y además como fundamentalmente se da crédito a mujeres, se organizan grupos de cinco, 10 o hasta 20 mujeres. Es un grupo solidario. Si una deja de pagar, el resto responde y paga por ella. La

microfinanciera nunca pierde. 

Las microfinancieras, en su opinión, han abierto un boquete más en las economías de las familias más pobres. Esa práctica usuraria se multiplica si se agrega que no hay ningún control. “Y como es muy factible que los más pobres no puedan pagar, ahí se aprovechan”.

“Cuando yo era chavo, en los pueblos, un señor te prestaba 5 mil pesos, y decía: ‘Me lo devuelves dentro de tres meses con 30 por ciento’. Pero ese dinero lo tenías todo el tiempo para usarlo. Aquí no. Inmediatamente, lo empiezas a devolver. Lo que te prestaron se te va yendo como agua entre los dedos: es un engaño porque el crédito nunca lo manejó durante todo el periodo. Semana a semana se va diluyendo. O mes con mes. Ni el peor de los usureros de antaño te quitaba gradualmente el dinero como lo hace Compartamos”.


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Doña Tere Paz vive en Tapachula, Chiapas, y conoce a los de Compartamos desde hace tres lustros.

–Para poder entrar, entregamos la copia de la credencial del IFE y el recibo de la luz. Cuando eres nueva, te piden las copias del acta de nacimiento, pero con las que tenemos tiempo pues ya no.

Primero: si una pide 15 mil pesos debe dejar un depósito de mil 500 por el dinero que te van a dar. Eso es lo que pido cada cuatro meses: 15 mil pesos. El dinero se paga cada ocho días. Debemos juntar mil 65 pesos.

Así, una mujer como doña Tere Paz paga una tasa de 4.2 por ciento mensual, pero ni lo recuerda.

–Ahorita nos están cobrando el cuatro punto... no sé qué. Algo así. Y si una queda mal, se le va a visitar, y se le pide el dinero. Si por alguna razón ella no lo tuviera, ya sabe que nos tiene que dar una grabadora, una televisión, algo, para que entre nosotras, las del grupo, lo podamos rifar, y de allí se recupera el dinero de su semana.

Y ni modo, pierde sus cositas, pero se paga la deuda. El chiste es juntar el dinero para pagar. Y si la que debe no tiene nada, pues entre todas ponemos lo de su abono. Todas ponemos un poquito.

Yo empecé con los de Compartamos hace años. Una vecina me invitó al grupo y ya hemos invitado a más. Pero vamos viendo a quién. Debe ser alguien que pague. Porque si no nos dejan la deuda. 

Por la conversación con doña Tere sabremos algunas cosas más del sistema Compartamos: que ya hay muchas oficinas en Tapachula; que cuando pagan sus 16 semanas, “apenas pasan ocho días y ya nos vuelven a llamar, para ofrecernos otra vez el préstamo y pues lo agarramos. Nos llaman, vienen los asesores. Traen a firmar los papeles y en unos días te hacen el trámite. Y nos volvemos a empeñar: todo el año nos la pasamos pagando semana a semana al banco: apenas descansas ocho días y ya te andan buscando”.

–¿Y los mil 500 pesos del depósito inicial?

–Ah, esos se quedan como prenda para el siguiente préstamo.


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Horacio Esquivel es doctor en economía, investigador y profesor invitado de la Southern New Hampshire University y consultor en México para el Institute for Development, Evaluation, Assistance

and Solutions (IDEAS).

–De acuerdo con las declaraciones de Muhammed Yunus en otros lugares lincharían a los banqueros que cobrasen estas tasas.

–Sí, él hace una declaración en el informe anual de la cumbre del año pasado diciendo que de lo que se trataba era de combatir a los especuladores y a los agiotistas. Y que se trataba de sacar a los agiotistas del mercado del microcrédito para las personas que están en lo que llaman “la base de la pirámide”.

–Pero lo que sucedió es que salieron los viejos agiotistas para llegar los nuevos.

–Exactamente. Un punto a favor de las microfinancieras: si se comparan las tasas que cobran, diría que sí son más baratas que muchos agiotistas que cobran tasas de interés de 10 por ciento, o que de plano piden algún activo a cambio para prestártelo con la intención de ya no devolverlo, porque los intereses son prácticamente impagables.

Digamos que, respecto a ellos, sí serían competitivas, pero aun así la autoridad tendría que intervenir.

–¿A quién le corresponde esta responsabilidad?

–Ese es otro problema en el mercado de las microfinanzas. Algunas están reguladas por la Comisión Nacional Bancaria, dependiendo de qué figura legal tengan; otras están reguladas, si es que se puede hablar de regulación, por la Secretaría de Economía; y muchas otras no están reguladas porque por la figura legal que tienen no están obligadas a hacerlo. Son un tipo de instituciones que nadie sabe a ciencia cierta qué hacen.

Hay muchas microfinancieras “patito”. Como ha sido un mercado que ha crecido más rápido que la capacidad regulatoria del Estado, no se sabe qué hacen, nadie las regula y cobran altísimas tasas de interés. 

El chiste es encontrar el punto de equilibrio entre no intervenir demasiado en la imposición de límites en las tasas de interés y tampoco dejar que hagan lo que quieran.

–Y ahorita hacen lo que quieren.

–Pues unas sí, otras están reguladas, pero como no hay un límite a lo que cobran y es un mercado oligopólico, donde unas cuantas empresas dominan.

–Además, en los últimos años han brotado de la nada.

–Sí, hay lugares en donde encuentras varias en una sola cuadra. Y el problema que está generando es un sobreendeudamiento en las familias más pobres. Y esto no conviene a nadie.


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Es mayo 12 de 2008 en Monclova, Coahuila. Avanzan desde la Plaza Principal por la calle Hidalgo hasta llegar a Banco Azteca y Elektra, interrumpen el tráfico, movilizan a elementos de la Dirección de Seguridad Pública Municipal; protestan a gritos e insultan al gerente Miguel Ángel Flores.

Son alrededor de 180 personas –90 por ciento mujeres– y cargan con la misma molestia: los altos intereses y cobros indebidos que ambas empresas les recetan por retraso en las cuentas pendientes; las amenazas de embargo, entre casas, vehículos y muebles, por el incumplimiento de pago de préstamos personales en efectivo, hacen a este grupo tomar por asalto la tienda, luego de marchar por el primer cuadro de la ciudad.

Una de las inconformes es Jazmín Ramos Martínez y cuenta su historia: que en junio de 2007 solicitó un préstamo de 12 mil pesos, y que, para empezar, quien se lo tramitó le quitó 2 mil y le entregó sólo 10 mil pesos; la deuda, a liquidar en un año. Pero con los intereses la cantidad total se elevó a 21 mil, y como dejó de pagar desde hace casi unos 10 meses, ahora le salen con que ya debe 75 mil pesos.

Leen un comunicado firmado por el grupo de deudores y por el presidente del Movimiento Alternativa Social:

“A los directivos de Elektra (en especial a Ricardo Salinas Pliego): somos un grupo de personas, en su mayoría mujeres madres de familia, que desgraciadamente caímos en los planes amañados y confusos que promueven Elektra y Banco Azteca, en donde nos ofrecieron un préstamo de 12 mil pesos, de los cuales sólo nos entregaron 9 mil, porque el resto se lo repartieron entre quienes tramitan y autorizan los prestamos, y por los que íbamos a pagar 24 mil pesos.

“Pero nunca nos imaginamos que estos zánganos y vividores nos iban a querer chupar todo nuestro patrimonio, con lo que nos han venido amenazando desde que nos atrasamos en algunos de nuestros pagos, por lo que nuestros adeudos ascendieron hasta los 50 o 60 mil pesos, que definitivamente nunca vamos a poder pagar.

“Queremos dejar bien claro que nuestra intención nunca ha sido, ni será, el dejar de pagar el compromiso que hicimos con Banco Azteca, pues siempre hemos estado dispuestos y concientes en pagar, pero nada más lo justo.

“De qué sirve tanta campaña que promueve el Grupo Salinas, como ese de ‘Vive sin drogas’, si con la política y programas que impulsan algunas de sus empresas como Elektra y Banco Azteca nos quieren condenar a ‘vivir endrogados’ con tantos intereses que nos cobran por los préstamos o créditos que nos otorgaron.

“Por ello hacemos un llamado a la conciencia y de alerta a toda la ciudadanía para que no caiga en estas trampas del grupo empresarial, porque mientras sus directivos se están enriqueciendo cada día más, a nosotros los pobres y jodidos nos están amolando cada vez más.

“Atentamente: un grupo de afectados por Elektra, y Leonardo Rodríguez Cruz, presidente del Movimiento Alternativa Social, de Monclova”.


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Los abusos que se cometen en contra de las clases menos privilegiadas en México han llamado la atención en otras partes del mundo. 

En su edición del 7 de abril de 2008 la periodista Elisabeth Malkin, del New York Times, en un artículo titulado Microfinance’s Success Sets Off a Debate in Mexico, afirma que “Carlos Danel y Carlos Labarthe convirtieron una organización no lucrativa que prestaba dinero a los pobres en México en uno de los bancos más rentables del país. 

Sin embargo, en vez de inspirar admiración entre sus colegas del mundo de los microcréditos, los codirectores generales de Compartamos son vilipendiados como usureros y agiotistas”.

“Están en el centro de un áspero debate: ¿las microfinancieras deben convertirse en grandes empresas?

“Alex Counts, presidente de Grameen Foundation, con sede en Washington, dijo que los clientes pobres de Compartamos generaban las utilidades, pero se veían excluidos de ellas”.

En otro artículo publicado el 30 de junio por la reportera Mary Anastasia O’Grady, en The Wall Street Journal, se lee:

“En el sector económico al que sirve Compartamos –las personas que ganan 120 pesos al día– la brigada internacional de caridad (en referencia al bando de los pobres de Yunnus) corre el riesgo de quedar obsoleta. Tal vez esto explica por qué la gente que se gana la vida regalando el dinero de otros esté hablando mal de Compartamos por la práctica vulgar de obtener ‘demasiadas ganancias’”.

Businessweek, la revista estadounidense especializada en finanzas, en un artículo califica al fenómeno como “el lado oscuro de las microfinanzas” y critica a empresas como Banco Azteca y asegura que el banco, propiedad de Ricardo Salinas Pliego, cobra

tasas de interés que alcanzan alrededor de 90 por ciento anual.

“Aplica tasas de interés que usuarios de países desarrollados considerarían ofensivas”, refiere el artículo, indicando que en Estados Unidos incluso las personas con mal historial crediticio no pagan más allá de 29 por ciento.

Señala que Banco Azteca aprovecha que en México no existen límites legales en las tasas de interés, además de una casi nula supervisión gubernamental.


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Don Juan Muñoz es afilador de cuchillos y anda con su bicicleta rodada 28 por todo Chalco, en el estado de México. Es un hombre al que sus ingresos apenas le permiten ir pasándola cada día . Y muchos de sus electrodomésticos los ha comprado en las tiendas que ofrecen pagos semanales chiquitos.

“¿Por qué compro así? Pues porque de otra manera no tenemos cómo irnos haciendo de nuestras cositas”, explica.

Es moreno. Le faltan dos dientes, y cuando sonríe, que lo hace poco, su rostro reseco se vuelve como de piedra.

–Hace tres años compramos nuestra primera lavadora con Famsa y costaba casi los 6 mil pesos. Al final terminamos pagando por allí de los 13 mil. Pero, pus ¿qué le hacemos? No tenemos de otra. Si no es así, ni cómo.

Cuenta que de joven siempre tuvo un gusto especial por comprar a plazos cuando la única tienda que vendía bajo ese sistema era Salinas y Rocha.

Eran los años 60. “Pero antes uno no pagaba tanto de intereses ni los cobradores andaban buscándote como locos cuando les quedabas a deber; hoy las cosas han cambiado y si te retrasas en tu pago, hasta puedes perder los muebles de tu casa si te llegan a embargar”.

Después de muchos años de trabajo, surgió en él y en su esposa Teresa la inquietud por comprarse una casa por medio del Infonavit. Pero no ha tenido suerte. Le han dicho que no puede porque su nombre aparece desde hace tiempo en el temible buró de crédito. Y sabe bien por qué:

“Una vez se nos ocurrió embarcarnos con unos muebles en la Coppel de Toluca, donde tenemos un cuartito al que vamos los fines de semana, pero dejamos de pagarles porque, con tantos gastos de los nietos, un día ya no nos alcanzó. Nos anduvieron buscando, pero por más que le hicieron la lucha, no les pagamos. Yo pensé que ya la habíamos librado, pero ahora lo que no sé es cómo salir de la deuda con Coppel, que después de tanto tiempo, todavía me sigue persiguiendo”.

No le importa demasiado el que tenga que pagar más y altas tasas de réditos; le resulta muy cómodo hacerlo porque son pagos pequeños, aunque el costo de los productos se incremente.

–Pues sí, eso lo sabemos: los pobres somos un buen negocio. Pero somos también los más pagadores. Los que sí pagan. Casi siempre pagamos. Porque un rico pide prestado y tiene mil pretextos para no pagar, pero a nosotros, a nosotros sí nos joden.¶