16.10.08

10 retratos 10



¿Cómo es la vida familiar en las ciudades mexicanas de hoy? El reportero pasa a velocidad de metralleta por diez hogares y logra pintar un fresco que de tan aterrador, termina resultando estimulante.

Pedro Díaz G.


I. El tío Raúl siempre fue el más estricto en la familia.
Y también el más respetado.
Bastaba con que alguno de los parientes tuviera problemas con la educación de sus hijos para que, con un simple telefonazo, el tío Raúl pusiera en orden al hijo que ya no quería ir a la escuela.
Otra característica tuvo el tío, nacido, como sus ocho hermanos, en la provincia mexicana: su amor por la familia. Pero los avatares del destino los llevarían a casi todos a emigrar a la ciudad.
Y la familia, que entonces giraba únicamente alrededor de sus ancianos, se disgregó.
Cuando una de sus hermanas murió joven y dejó huérfanos a cinco de sus hijos, el tío Raúl tuvo la solución: cada uno de los hermanos se haría cargo de un niño.
Pasó el tiempo y los negocios del tío lo hicieron, además, un tiunfador. Siempre comentaba: los éxitos sólo se alcanzan con la unidad de la familia.
Por eso, cuando sus dos hijos crecieron, aquel pequeño que había adoptado casi dos décadas antes, tenía ya asegurado su futuro: una casa y un negocio fue el regalo de bodas.
Pero con el paso de los años el concepto de familia que tanto cuidaba el tío, se extinguía. Se le ocurrió entonces crear una tradición: cada 22 de octubre, en su casa, se reuniría "la parentela".
Y entonces cada año, desde hace casi diez, unas 300 personas se reúnen en el amplio jardín de la casa del tío, alrededor de una orquesta, con las mesas repletas de comida elaborada por cada familia y hacen un intento por conocerse.
Desde el micrófono, el tío da indicaciones: "Y ahora pase al frente toda la familia de la prima Sara...".
Y al frente pasan 30, 35 personas entre hijos, yernos, nietos, primos, primas, hermanas, y uno que otro colado.
Ante el sabor de la aromática barbacoa se cumple un rito.
El rito que el tío sintetiza así:
--Estamos aquí reunidos, m'ijo, porque la familia debe de ser lo más sagrado en el mundo. ¿Si no nos defendemos de la vida entre nosotros, quién nos va a defender?

II. En casa de los Bobadilla siempre hay gente.
Viven en la colonia Del Valle y un pequeño edificio de cuatro pisos es su patrimonio después de muchos años de trabajo.
Cada departamento ha sido asignado a uno de los hijos y este espacio se ha convertido en el sitio ideal para convivir con los amigos. Es como una fortaleza en donde todos se sienten seguros.
Todos los días hay visitas en la casa.
Y la armonía es tal que aquí han llegado a vivir amigos de los hijos, de los padres, e incluso amigos de los amigos.
Como cuando en una ocasión un amigo llegó acompañado:
--Doña, ¿qué cree?, me encontré en el Metro a este compañero. Es salvadoreño, está exiliado y vino huyendo de su país porque dice que allá lo quieren matar. ¿Cómo ve?
Y la respuesta fue, primero, una deliciosa comida compartida en la larga mesa de doce sillas --aunque los Bobadilla sólo son cinco-- y después una muestra más de su hospitalidad:
--Quédate aquí, hombre, no te apures.
El exilio puede durar meses sin que un solo signo de molestia se refleje en el rostro de quienes ya están acostumbrados a tener a alguien en casa.
Y así, por temporadas han desfilado por esas paredes poetas, escritores, pintores, vagos, comerciantes y todo tipo de gente.
Las visitas también son familia en esta casa en la que el mismo trato se da a quienes atienden los negocios del padre que a aquel personaje que ayuda en todo lo necesario para que el edificio funcione bien: o sea, repara, lava, acomoda y siempre está pendiente de alguna falla.
Las visitas son una institución familiar.
Han ocurrido, como en las mejores familias, situaciones que llevarían a la desintegración a otras: esos fantasmas que, advierten los sociólogos, son factores que acabarían con el vínculo familiar.
Cada día puede aparecer un nuevo personaje que, sin duda, se sentirá como en familia.

III. Papá ha vuelto a pegarle a mamá.
Ya no lo aguantamos. Pero mamá, paradójicamente, cada día lo quiere más.
Blanca, mi hermana, me ha contado que quiere matar a papá. Tomás, mi hermano, también.
Una vez se pelearon en una fiesta. El saldo: cuatro ojos morados, una mamá llorando y dos hijas tristes, sin ganas de hacer nada. Ni siquiera de salir a la calle por temor a que los vecinos nos señalaran.
Papá trabaja en una compañía electrónica. Y ese trabajo ha sido, desde que tengo uso de razón, un problema. Papá tiene que salir a provincia y eso mamá no lo soporta.
Cuando papá no está en casa --a veces por borracho--, mamá no come ni duerme. Yo le preguntó que por qué diablos es así. Y sólo me responde: "Mira, Eri, tengo miedo a quedarme sola. Y ustedes, tan chicos... Qué pasaría...".
Regresar del colegio nos incomoda: mamá tiene hinchados sus párpados de tanto llorar: le pegó papá.
Y aunque vivimos con la familia de mamá, nadie se mete en sus problemas. Una vez el abuelo se interpuso. No lo hubiera hecho: papá le rompió un brazo.
¿Qué será de nuestro futuro?
Papá ya no le pega a mamá, pero mamá quiere divorciarse de él.
Nosotros la apoyamos. Pero, curioso, en estos días se van de segunda luna de miel.
Creo que papá se dio cuenta de que muchos muchachos cortejaban a mamá cuando ella se iba a trabajar. Y ahora ya no trabaja ni sale de casa. Pero papá sigue con sus viajes y sus borracheras; mis hermanos con sus ideales: matar a papá. Y yo, aunque lo quiero mucho, prefiero que se vaya de casa a seguir soportando los traumas de una familia enfermiza. Por eso no me voy a casar. Creo que me puede suceder lo mismo.
Aunque papá ya no le pega, mamá lo evita. Casi no se hablan. Mis hermanos apenas y lo saludan. Yo aún lo beso en la mejilla.
Papá dice que hay que salvar a la familia, pero cuando hace sus estupideces, como golpearnos, se mete a su cuarto, no le habla a nadie, no come y sólo mira televisión; ¡ah!, y en la madrugada se sale y se va gritando que nosotros no lo queremos. ¿Tú crees que salvemos a mi familia?

IV. "Un día hubo una fiesta...", así comenzó la historia el tío Domingo.
"Allí se conocieron los abuelos, y gracias a esa fiesta es que todos estamos aquí reunidos...", y se fue, trastabillando de borracho, a dormir.
Aquí, en un terreno de Mixcoac, se han construido varias casas con servicios comunes. Viven casi 30 familiares y pequeños núcleos se han formado.
A la familia la sostiene una férrea figura: la de la abuela cuya edad marcha de la mano con el siglo. Y el día de su cumpleaños todos festejan alrededor del pilar que dio vida a la familia.
¿Qué festejan?
La unión familiar que, estrictamente, sólo se da durante el tiempo en que dure la fiesta. Porque fuera de esos momentos, la vida es un infierno: los pequeños grupos discuten, compiten y pelean entre ellos mismos. Sólo se dirigen la palabra cuando hay que pagar el gas, el agua o cuando algo afecta a la vivienda común.
En una ocasión el juez de la delegación tuvo que escuchar la cantaleta de una de las tías que acusaba a su sobrina: "Me dijo pendeja cuando salía del baño... quiero que la metan a la cárcel".
--Está bien, la vamos a multar --le dijo. Y cuando la mujer salió del juzgado de lo familiar, el juez comentó a la demandada: "No te preocupes, creo que tu tía está loca. Ya vete a tu casa".
Y sí, así le dicen todos a esa tía: la Loca. A otra le dicen la Chueca porque cuando se embarazó, para que nadie se diera cuenta anduvo fajada y, tras nueve meses de martirio la cadera se le fue de lado.
Los pleitos han originado, eso sí, que cada nucleo familiar busque la forma de defenderse de aquellos con quienes les tocó vivir.
Eternas discusiones como el saber a quién le ha sonreído más la vida, si a aquel primo que, maestro de filosofía, apenas sobrevive con el sueldo de sus clases o al otro que no estudió y a quien económicamente le va bien como editor de programas en la televisión.
--Yo soy más chingón que tú, pues aunque no tengo dinero, soy más inteligente.
--Pero la inteligencia no te da de comer, cabrón...
Discusiones que muchas veces, casi llegan a los golpes.
Como el terreno en donde viven ha sido dividido por órdenes de la abuela, una preocupación tiene esta familia: ¿qué pasará cuando ella muera?

V. Los Ballesteros andan mal, dicen sus vecinos de la colonia Arenal, allá por el aeropuerto. Ellos tienen un rito extraño, tan extraño como ellos mismos.
La gente normal, dicen los vecinos, escuchamos música en nuestras grabadoras y los más, noticieros. Pero los Ballesteros se reúnen, todos, los fines de semana frente a ese zaguán lleno de moho para festejar y ovacionar a su equipo favorito: la Chivas.
No es que escuchen cada semana los partidos de futbol del Guadalajara. No. Ellos grabaron la semifinal de 1983 entre las Chivas y las ya Aguilas del América. Y escuchan, a todo volumen, cómo su equipo venció al de Coapa por tres goles a cero. Han grabado, desde entonces, cada clásico para escucharlo una y otra vez en familia.
Rito que congrega desde el abuelo hasta al más pequeño de los nietos.
Rito que tiene cerveza, papas, pulque, bisteces, dulces, mamilas... y golpes.
Porque nadie, absolutamente nadie, puede contradecirlos.
Y si alguien, por ignorancia, lo hace, recibirá una tremenda paliza que lo enviará, mínimo, una semana al hospital.
Y presumen:
--Ayer me pelié con un hijo de la chingada. Hubiera visto, le azoté la cabeza contra una coladera.... Y a otro le pegué con un boxer que tenemos... ¿Ta' chido, no?
Son 30 los que habitan en esa casucha.
El abuelo-padre-jefe-trabajador-borracho es electrisista. Todos han llevado la misma escuela:
La mamá: mujer delgada de voz chillona. Ella dice, "nunca pude controlar a mis hijos... Son unos demonios... Pero así los quiero y a pesar de todo son buenos hijos...".
Silvia, hija mayor: se casó a los 17 años y tiene 3 hijos. Lava ropa ajena. Su esposo, no trabaja.
La chiquis: ella mejoró el récord: abandonó su hogar a los 15 y tiene cuatro hijas. Su marido, en la cárcel.
Javier: Un hombre desquiciado: su deseo diario es pelearse con la demás gente.
El Pelón: vive de lo que se esposa logra juntar con sus padres. No tienen hijos.
Francisco: pertenecía a la judicial. Pero se robó a una mujer. Y está huyendo. Dicen vivir felices.
El Mane: sólo terminó la secundaria. Es un alcohólico en potencia.
El Coco: mira el declive de su familia. Piensa irse a Estados Unidos.
Los sobrinos: son 10 o 12. Unos próximos a casarse, otros a seguir robando, algunos a estudiar y los más a jugar futbol en la calle.
Los nietos, peligrosos: les pegan a los demás niños. No les gusta convidar.
El abuelo:
"Esta familia es retebonita. Me ha costado mucho sacarlos adelante, como usted lo puede ver".

VI. El Chispiro, dicen, es la base de su familia.
Y en esa familia no hay nombres, puros apodos.
Allá por Santa Martha Acatitla el Chispiro, o sea José Luis, mantiene a cerca de 35 miembros.
El es amo y señor de los deshuesaderos de Ermita Iztapalapa.
Sobrinos, hermanos, padres, primos, tíos y demás son empleados directos de José Luis.
A todos, alguna vez, les han llegado los agentes.
Los padres de José Luis emigraron de Puebla y pronto vieron en progreso de su hijo mayor: el Chispiro tenía ya un local en Ermita Iztapalapa.
Y también pronto, los demás hijos se casaron, abandonaron y se volvieron a casar.
José Luis tiene cinco hijos. Dos de ellos, los más chicos --"y los que me salieron retelistos"-- le ayudan a desmantelar los autos. Otros dos, las mujeres, van a la escuela. Y el último, medio afeminado, está traumado porque José Luis le pega constantemente: "Yo no quiero maricones en mi casa".
Los hermanos de José Luis: uno, el Chaparro, en Estados Unidos: lo busca la justicia; otra, la Toña, acaba de levantar una demanda en contra de su esposo por abandono de hogar; la Rosi, atiende una refaccionaria junto con su esposo el Guajolote y sus hijos El Toño y el Huguín, aunque estos dos últimos se dedican más a acompañar a José Luis; el Gato, hace sus bisssnes en la Buenos Aires junto con sus tres hijos, los Gatitos; y la Luisina, tiene una hija enferma: su esposo, el Callo, es un adicto a las drogas.
La casa: está en una esquina. Sus paredes son rosas y sin ventanas: tienen unos plásticos todos "hechos bola" que apenas y mitigan el frío.
La casa por dentro: sucia, como ella sola. Pero con muebles lujosos y un sótano que abarca todo el terreno donde el Chispiro guarda autos completos; destartalados, por supuesto.
Cuando los agentes han llegado a su hogar, la familia se vuelve una sola: "Entren, hijos de la chingada, entren y verán lo que les pasa... ¡Guajolote, tráite la pistola!..".
Es una familia de guerra.
Y una guerra es la que tienen con otra familia: la de enfrente.
Cada vez que un miembro de una arroja una mirada contra alguien de la otra, agárrense vecinos, porque la batalla, con pistolas y palos, empezará.
El Chispiro:
"No tenemos una familia normal, lo sabemos, pero ái la llevamos, ¿no?...".

VII. Imagínese, joven, lo que significa la unión familiar en mis condiciones.
Yo creo que si mis demás hijos y mi esposa no nos vinieran a ver ya estaríamos muertos. Cuando entré aquí, hace casi dos años, dije: ahora sí ya se amoló la familia. Y es que, creo, el error fue llegar a vivir a aquella colonia: San Miguel Teotongo, ¿la conoce? Está allá por la cárcel de Santa Martha. Colonia cabrona, muy peligrosa. Pero ya ve, uno siempre piensa en superarse, ¿no? y es que mi esposa y yo ya estábamos cansados de vivir en casa de mis suegros, allá por la Ejército de Oriente. Un día le dije a mi vieja: sábes qué, me ofrecen un terrenito en una colonia prole, ¿cómo ves? A ella hasta se le iluminaron los ojos. Yo creo que ya le urgía que los hijos de sus hermanas dejaran de molestar a los nuestros. Así que ahorramos un poquito y dimos el enganche. La colonia, a simple vista, era como una más de las colonias pobres de la ciudad, así que luego luego comenzamos a construir. Fueron mis cuates los que me dijeron: "Oye, ahí donde vives está grueso, a poco no". Y la verdad yo ni cuenta me daba. Hasta que sí, comencé a notar que algo no caminaba bien allí. Muchas pandillas, muchos jovencitos drogándose. Imagínese, en las escuelas del rumbo, ya sean primarias o secundarias, hay una señora que sale a vender con su carrito del mandado y unas cajas de cartón. Los niños nomás la ven y le hacen bola para comprarle. Yo, que la veía casi todos los días por las calles de tierra de la colonia, ya hasta la saludaba. Hasta que un vale me dijo: ¿sabes qué vende la ruca?: activo. ¿Activo? le pregunté yo medio ingenuo, y me explicó que eso es una especie de thiner o algo así que embrutece a los chamacos. Peor que el resistol cinco mil, peor que el flexo. Como la colonia está en un cerro, un día subió a surtir a la tiendita un camión de refrescos y que apedrean a los choferes y todos salieron de sus casas a robarse lo que encontraran del camión. Hubo dos cosas que me alertaron: una vez, regresando de la chamba vi que en un lote baldío estaban violando a una chamaca. Me acerqué y nomás oí el cartucho de la pistola y una voz: "Ni lo intentes, viejito, llégale...". Y pues la verdad, para qué me quedaba. En otra ocasión mi chavo, el más pequeño, llegó de la secundaria como intoxicado. Algo que comió, pensé. Pero no: sus cuates en la escuela ya lo habían comenzado a drogar. Por eso, yo que siempre pensaba en la familia, empecé a ahorrar para irnos cuanto antes de ahí. No nos dio tiempo. Mi otro hijo, Raúl, se fue a una fiesta, y regresó, muy tarde, corriendo. Lo perseguían como 15 pandilleros. Hubo un alboroto y sucedió: de quién sabe dónde mi hijo sacó un cuchillo y mató a uno de ellos: el Ranas. Como mi hijo huyó a mi me detuvieron, me juzgaron y me procesaron: los testigos dicen que fui yo. A los pocos meses a él también lo agarraron, pero le echan siete muertos. Yo voy a estar aquí 11 años, él todavía no sabe. Lo bueno de todo esto es que mi esposa comprende. Nos ha prometido esperar a que salgamos. Ojalá y cuando esto suceda podamos recomponer a la familia.

VIII. Creo que el declive empezó cuando murió papá.
Porque en ese entonces éramos una familia unida, sin broncas. Ora sí como quien dice, una familia normal.
Somos 9 hermanos, seis ya casados y todos con un par de hijos.
Cada ocho días, cuando vivía papá, nos reuniámos en casa, a platicar nuestros problemas, a festejar el nuevo negocio de papá --bienes raíces, taxis, tintorería-- o el cumpleaños de fulanito. Y los domingos, a desayunar e irnos la mayor parte del día a donde cayera.
--Somos una familia y siempre lo tenemos que ser...--, solía decir papá.
Pero un día el cáncer lo mató.
Y algo, algo sucedió con nosotros.
Mi hermano mayor, Beto, tomó las riendas junto con mamá. Y para empezar nos cambiamos de casa. Fuimos a parar a Villa Coapa.
Pero Beto fue más allá: continuó los negocios de mi padre y ahora, válgame las expresiones, es rico, poderoso y mamón. Nadie lo soporta. Con decirles que en la casa donde vivíamos --ya en Villa Coapa-- era de él y nos echó a la calle que dizque para hacer unas oficinas. Ni que se estuviera muriendo de hambre.
La segunda hermana, Leticia, prefirió irse a vivir a Mérida y sólo la vemos en Navidad.
El siguiente: Germán, visita más a la familia de su esposa que a nosotros. No lo culpamos. El siempre fue así, pero cuando estaba papá... ¡ah qué tiempos aquellos!
El otro: Pepe, acaba de contraer nupcias. Debo confesar que él nos levantó el ánimo muchas veces... ¿por qué se casó?
La otra: Miriam, salió embarazada. Su pareja la apoyó. Y aunque dicen vivir felices, hace poco tuvieron problemas: Luis, su marido, la engañaba con otra. Pero en fin, sabemos que mi hermana está loca... Ahora vivimos en su departamento.
La otra: Sonia, se casó con un hombre 10 años mayor que ella. Le ha ido de la fregada; su situación financiera no es acogedora... Si viviera papá ya los habría ayudado.
La otra: Martha. Iba a casarse, pero su novio la dejó de un derepente. Creo que eso le afectó y ahora, creemos, se va a quedar a vestir santos. Siempre anda con mamá. Parece su lazarillo.
El otro: Oscar. ¡Uff! qué puedo decir de él. Que es mentiroso, que es un alcóholico, que tiene una novia que le pega, que le teme a que un día su novia lo deje por otro, que cuando habla por teléfono con su novia sólo es para pelearse y Oscar se pega en la pared, que no estudia, que dizque trabaja, que nunca está en la casa, que fuma mariguana, que ha estado varias veces en el hospital, que quiere mucho a los sobrinos, que le ha jurado y perjurado a mamá no volver a tomar, que está loco...
Y yo: Luis. No me puedo autocriticar porque ocultaría muchas cosas. Pero puedes ver que soy güevon, medio pasguato para hacer las cosas, que me han hablado mis tres novias, que mis cuates me hablan para que chupemos el viernes entrante, que me gusta el futbol, que le voy a los Pumas, que me choca vivir en este departamento con 8 miembros, que odio a Beto y que deseo que papá viviera.

IX. Nunca nos ha gustado contar nuestras cosas.
Pero te lo digo a ti, porque eres mi novio.
¿Te acuerdas cuando Andrea fue secuestrada por su novio?
¡Qué barbaridad!
Bueno, pues toda la colonia, la 20 de Noviembre, ya corría el chisme:
--Que la violó... Que se fueron porque su papá no quería que se casaran... Que ella ya no aguntaba a su papá...
Ya sabes, puros chismes.
La verdad es que ese mono se la llevó a fuerza. Andrea nos contó. Papá quería matar a aquel tipo. Mamá se derrumbó moralmente. Mis otras dos hermanas, asustadas. Y yo, preocupada. Sabes que Andrea y yo siempre hemos sido muy unidas.
Creo, desde ese entonces, fuimos una familia.
Antes papá no nos dejaba salir. Ahora ya hasta Texcoco nos vamos y no hay problema.
Antes papá nos pegaba. Hoy prefiere salir a caminar cuando está enojado con nosotras.
Antes papá no admitía novios en la casa. Hoy, ya entraste tú. Y te fue bien.
Y cosas así por el estilo.
Pero lo único que no ha cambiado es la preferencia de papá por nuestra hermana mayor. Si ella dice que es verde, es verde y ni quien alegue.
También las relaciones prematrimoniales en casa están prohibidas. Yo creo que es normal, pero mis papás, educados a la antigüita, no lo ven así. Así que si saben lo de nosotros, imagínate.
Nunca hablamos de los problemas familiares, ni si tenemos o no dinero, ni de que tenemos una casa con alberca ni que somos de Arandas ni que tenemos un tío al que lo engaña su mujer ni nada.
Aquí en la colonia todo mundo es chismoso. Nosotros nos abstenemos. Verás que casi a nadie le hablamos aquí. Papá nos dice que le gente es muy traicionera y que es mejor solucionar nuestros problemas nosotros mismos.
Espero que tú nunca me traiciones...

X. Siempre los veo preocupados. Siempre están pensando la manera de odiar más a papá. Sí, estoy hablando de mis hermanos. Mis padres llevan un rencor aún peor que el de ellos. Alex y Jorge, mis brothers, cargan consigo un profundo complejo de Edipo, mamitis pues. Es tan enfermizo que contagian a toda la familia. En síntesis, las relaciones en esta casa son un inentendible círculo vicioso: mamá se queja de las infidelidades de papá, que las hay; papá se queja de la incomprensión de todo mundo, más de su esposa; Alex vive enamorado de sus dos novias y de la protección de mamá; Jorge vive idiotizado de la misma admiración por mamá, y yo soy sólo para ellos un pinche egoísta, ingrato que no los pela cuando tienen sus problemas de familia. Pero, en esta casa es más sano aislarse de esas relaciones sadomasoquistas que formar parte de ellas, y es lo que mi familia no entiende de ese modo. Papá es alcohólico y eso de plano ha dañado mucho a mis hermanos y a mamá, creo que de ahí parte todo este círculo vicioso, pero si a eso le agregan el masoquismo de mi madre y el de mis brothers, ¡imagínense! Pero en fin, este es un sencillo cuadro de una familia que no debe de ser así. Ninguna familia debe de ser así. Deveras que vivo soñando con una familia normal, deveras creo que puede existir, pero sólo con tesón y una buena educación desde la raíz se podrá lograr. Creo que si todos nos sentáramos a platicar y ayudarnos mutuamente podríamos lograrlo. Pero también en esos mismos sueños diurnos, me doy cuenta que es demasiado tarde, estamos tan dentro del problema y carecemos tanto de voluntad que todo suena a eso: un sueño. Finalmente, cuando me doy por vencido por luchar por una familia normal, me pregunto: bueno, ¿y quién la tiene, Dios mío...? Hace años recibí atención psicoanalítica, mi doctor me sacó de esas broncas familiares, y no pienso regresar a ellas. No es que yo esté bien y mi familia loca. Lo que sucede es que todos estamos neuróticos de diferente forma. Mis hermanos, por ejemplo, acusan a mi padre de los vicios que ellos mismos tienen. Y yo, honestamente vivo harto de sus constantes quejas. Lo peor es que todos creen darse cuenta de los errores sólo del que está a su lado o en frente. La verdad, la que más me enferma es mi madre. Por otra parte, estos cuatro miembros de familia son un profundo misterio cuando de hablar con la verdad se trata, todos mienten, mienten, mienten, como si el de al lado fuese su peor enemigo, y eso me enferma todavía más. Ah, pero yo soy el malo por no apoyarlos en estas broncas de familia, honestamente por mi salud mental nunca lo haría. Agrégenle a esto las parejas de mis hermanos, tan mentirosas e infieles, colmilludas y enfermas como ellos, la hija de mi hermano mayor, Jorge, que apenas tiene cuatro años, también contribuye, con sus acciones caprichosas, a arrojarle más leña al fuego. Pero, en fin, esta es una familia que no debe de ser así, todos deberíamos ser normales. Pero me consuelo: Jesúcristo, ¿quiénes lo son?



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