Me llamo Ernesto y soy mitómano alcohólico y ex adicto a las drogas
22 de enero 2007
El siguiente es el testimonio de Ernesto Sayalandía García, un periodista mexicano que radica en Chihuahua y a quien le es primordial “olvidar el pasado para disfrutar a plenitud el presente”, como aconseja en los diferentes talleres en los que participa. Ha tocado fondo muchas veces. Rehabilitado, su misión actual, dice, “es ofrecer a las personas la oportunidad de vivir en felicidad y en armonía, aprendiendo a manejar cada cual sus emociones”. Aquí nos describe de manera puntual, acaso angustiante, las razones que esgrime alguien acostumbrado a mentir, atrapado por los narcóticos y el alcohol, y que hoy acumula ya una década “limpio”. Tiene 55 años, seis hijos y transita por su segundo matrimonio. Es autor de la sección De adicto a adicto, que publica los domingos en El Heraldo de Chihuahua bajo el seudónimo de Teo Luna. Por Pedro Díaz G.
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pedrodiazg@m-x.com.mx
e llamo Ernesto y soy alcohólico. Pero no sólo eso. También consumo cocaína; la morfina me hace pedazos el cerebro pero no dejo de metérmela aunque tenga los brazos negros, moreteados,
picoteados. Siempre he mentido. Desde pequeño, por miedo a mi padre, a sus golpes y a sus represalias. Por eso le decía exactamente lo que quería escuchar. Cuando iba en la escuela mentía a los maestros y a mis compañeros les inventaba tal cantidad de cosas acerca de mi vida que muchas de ellas no sé bien a bien si son recuerdos verdaderos o imaginarios. “Ahora vengo”, le digo a mi esposa. Voy a reunirme con unos clientes que comprarán publicidad para mi programa de radio. Y no. A estos clientes les salgo con que debo posponer la reunión hasta mañana, pues tengo una dolencia en la boca del estómago y “es imperativo ir de inmediato al doctor; no es la primera vez, es un viejo achaque, hereditario, tal vez”, insisto. Los convenzo. Miento una y otra vez. Llamo a mi jefe a la oficina
para decirle que estoy en una reunión de negocios que se demorará hasta altas horas de la noche. Y miento al dealer que me vende la droga: “Seguro te la pago mañana”. Vivo en Chihuahua desde hace casi 10 años. Ahora estoy en pie, pero he caído en innumerables ocasiones: la más trágica, el día que me corrieron de la estación de radio absolutamente convencidos de que todo lo que salía de mi boca era una falsedad. Fui príncipe enamorador, conquistador, detallista, el de las palabras tiernas: mamita, cosita, pequeña, mi vida, amore mío, mi reina... En casa de mi novia no faltaban arreglos florales, serenatas, detalles, llamadas telefónicas maratónicas. Claro que estaba mintiendo. Ese príncipe —platicador, motivador, el que compartía sueños, ideales, problemas, la llevaba al cine, y a desayunar, a comer y a cenar— un día se cansó de fingir y dejó salir al grotesco sapo que llevaba dentro, al verdadero Yo. La relación se volvió enfermiza, destructiva, violenta. Vino luego el aburrimiento, la apatía sexual y a 22 de enero de 2007 | EMEEQUIS | 83
las malas caras siguieron los chantajes emocionales, las decepciones, los insultos, las crueles comparaciones. Cuando mi mujer me tenía acorralado porque me había descubierto en las mentiras, me tornaba un monstruo al que no le importaba llegar al ataque físico y emocional. Salía lo peor de mí. Gritos, insultos, intimidaciones, retos, amenazas, burlas, reproches, odio, peleas por todo, actitudes infantiles, revanchas, reclamos, culpas, frustración, crisis económica, desorden.
✱✱✱ El monólogo de Sayalandía García suena sincero. Un retrato stremecedor. Sin embargo, ¿se puede tener alguna certeza sobre lo que dice un mitómano? —¿Cuándo se hizo adicto a las mentiras? —No tengo la menor idea. Es una parte muy fuerte de mi enfermedad emocional. Como alcohólico y como drogadicto me hice adicto también al engaño. —¿Por qué miente un alcohólico? —Para ya no regresar al trabajo y agarrar la borrachera. Tienes que engañarlos a todos: al jefe, a la gente con la que me comprometí, a cualquiera. Sí, que me duele la muela, que se me descompuso el coche. Miento por irresponsabilidad. También por hacer sentir bien a las personas. Eso fue lo primero: a todos les decía que sí, que lo que aseguraban era lo correcto, aunque por dentro no dejaban de ser para mí unos imbéciles. Además, digo mentiras por sobrevivir: “¿Fuiste al banco? ¿Pagaste?”, “Sí. Ya, mi amor”. No es cierto. Yo sé que estoy mintiendo. Pero no lo puedo evitar. No tengo carácter, no tengo tranquilidad emocional. —¿Cuáles han sido sus mentiras más grandes? —Le oculté a mi mujer que consumía cocaína durante casi ocho años. Y claro que se daba cuenta. Esa era la principal de las mentiras en las que vivía, la más aterradora. Si me preguntaba: “¿Por qué estás moqueando?”, yo le decía: “Ah, es que es un resfriado”. “¿Por qué no tienes hambre?”, “Porque ya comí”. “¿A dónde vas?”, “a ver a una persona que me debe dinero”. “¿Por qué trabajas en la noche?”, “es que soy más creativo con la luna”... Y así. —¿Todo por las drogas? —Sí. Cocaína y morfina. Tú no sabes lo que son esas combinaciones. Te obligan a construirte un mundo irreal. Entonces te vuelves sicótico. Te abruman tus propias historias y cada vez es más difícil sostenerte mintiendo. —¿Un mentiroso sufre físicamente sus mentiras? —Por supuesto. Después de la adrenalina, te invade la ansiedad: “No me vayan a cachar… No me vayan a cachar”. Y cuando alguien te cacha, al fin, se enfrenta con ese escudo en el que me convierto bajo presión; empiezo a manejar otro lenguaje corporal, facial y la agresividad se apodera de mis sentidos. He llegado a fingir fuertes dolores en la farmacia para que se apiadaran de mí y me vendieran medicamentos sin receta. —¿Se toca fondo? 84 | EMEEQUIS | 22 de enero de 2007
—¡Todo el tiempo! Cada vez que mientes te degradas sin saberlo. Yo incluso me mentí por celos. ¡Por celos! Pero eran un invento. Establecía un pensamiento obsesivo, generaba la idea de que mi mujer me engañaba y comenzaba a mentirme a mí mismo. De ahí pasaba a hurgar en su guardarropa y si se daba cuenta le mentía: “Es que tengo una cartera perdida y la ando buscando”. —¿Es grato decir mentiras? —¡Es horrible! Es muy feo vivir entre mentiras. ¿Cuántas he dicho en mi vida? No podría calcularlo: cientos, miles. —¿Qué tanta ficción hay en su vida? —¿Sabes qué? Sí creo en mis mentiras. Una vez tenía un automóvil, pero estaba endeudado hasta la coronilla. El carro era mío, me decía a mí mismo, sin valor de admitir que lo debía, así que me hablaban los cobradores y les aseguraba “Te pago el viernes”. De antemano sabía que no iba a tener el dinero para pagar, pero en lugar de decir no, prefería engañarlos, darles largas. —Dice que esto comenzó en su infancia... —Las primeras fantasías eran actividades de fin de semana que les contaba a mis compañeros de escuela, de las que nada era cierto: no iba al parque con mi padre ni éramos los dueños de los negocios de los que tanto presumía. Me fugaba de tal modo que ideaba unas patoaventuras enormes, en las que mi padre era el héroe principal. Todo era una ilusión. —¿Le duele mentir? —Imagínate que en mi programa de radio, La voz de Chihuahua, le digo a la gente: “Échenle ganas, la vida es hermosa, siempre lleven en su corazón una sonrisa, sean felices por dentro y por fuera”. ¿Y yo? Metido en una depresión absoluta, a punto de matarme. Toqué fondo, muchos fondos. Llegué a tomarme una botella de vodka diaria y por la nariz me metía de 15 a 20 pases de cocaína. —¿Y el resultado? —Me volví loco. Dormía acompañado de cuchillos, sentía que me agredían tipos que llegaban por los ductos de la calefacción, que surgían de las coladeras. La mentira y la droga causan delirios de persecución. Te roban el trabajo, la familia, la dignidad. Todo. Estuve 35 días en rehabilitación. Y hoy soy honesto conmigo. Detecto enseguida a la gente mentirosa. Sé que mis colaboradores mienten; que lo hace mi secretaria (he tenido más de 25 en unos meses porque todas mienten). He desarrollado ese sexto sentido: cuando alguien me miente, lo percibo, lo olfateo. De ahí vengo. —Parece que es una enfermedad nacional. —Y es muy triste. El México de las mentiras está por todos lados. Me miento a mí mismo, pero lo más interesante es que empiezo a considerar que ahora tengo la razón. ¿Me lo crees? ¿Será verdad esta historia de que me he reivindicado, de que ayudo a la sociedad, de que soy un nuevo hombre de valores? Lee todo lo que he escrito, más de 550 artículos, y estoy preparando un libro. Yo digo que sí. ¿O será otra serie de mentiras?¶
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