7.6.07
Una medalla: cinco dólares
Francisco Cabañas, primer mexicano en obtener presea olímpica, juzga ahora: "Todo se ha vuelto muy lucrativo"
Pedro Díaz G.
De deporte mexicano habla quien a nuestro deporte dio su primera satisfacción olímpica, Francisco Cabañas: Hay algo que me da mucho gusto: que a través de los años México se ha ido superando en materia deportiva. Cuando yo fui a la Olimpiada, por falta de dinero habían quitado de las listas para el viaje a Los Angeles a 21 deportistas tan sólo de atletismo. Lo hicieron porque sus marcas no servían para competir a nivel internacional. Ya ahorita el atletismo está como uno de los mejores deportes. ¿Por qué?, porque se le ha dado apoyo. Pero sobre todo porque el deporte, todo, se ha vuelto un negocio muy lucrativo. Ahorita un muchacho dedicado se mete a entrenar dos, tres, cuatro años, gana dos maratones y tiene para vivir el resto de su vida. Los deportistas de ahora viajan, ganan y ponen en alto el nombre de México.
Francisco Cabañas el hombre que como recuerdo perenne de su incursión a Juegos Olímpicos guarda aún el vale por 300 pesos que en 1932 le firmaran las autoridades deportivas, dinero que nunca le pagaron el devenir histórico de lo que a él le atrapó desde que a los 16 años hizo ídolos propios a aquel grupo de peleadores que viajó a los Juegos de Amsterdam, en 1928, cuando se hizo, como ellos, sportmen.
"En mis tiempos no sólo tuvo mi madre que darme todos sus ahorros pues yo también estaba en la lista para quedarme fuera de la delegación; no sólo tuve, para viajar, que recibir dinero de una función de boxeo, monedas que los aficionados aventaron después de que peleó Chucho Nájera y un rival de apellido Guerra cuyo nombre se me pierde en el tiempo; no sólo hubo que juntar casi 700 pesos para asegurar mi estancia, pasajes y comidas. Sino que únicamente recibí, ya con mi medalla al pecho, una invitación a cenar del general don Tirso Hernández, al frente del equipo olímpico, en donde me dijo: 'Paco, aquí tienes esto para que te ayudes aunque sea un poco con tus gastos...' ¿Sabe usted cuánto me dio?
Mueve la cabeza negativamente el reportero. Es lento el andar del medallista, suave la palabra, firme su expresión: ¡Cinco dólares!... ¡Cinco dólares!, que, a dos cincuenta, apenas servían para comer un par de días.
Sonríe evocadoramente Cabañas.
...Y pasaron las décadas. Y en 1968, a los ganadores de medallas les dieron hasta su casa. Los recibió el presidente. A nosotros en la estación Colonia del ferrocarril únicamente nos esperaban familiares. Y qué decir de los tiempos actuales: ya ve cuánto dinero gana Oscar de la Hoya por una pelea que fue, para mi gusto, puro teatro.
Mucho han cambiado los tiempos.
Y en cuanto a técnica deportiva, mire usted: yo hice algo así como 110 peleas amateurs y 10 como profesional. Y míreme, no tengo secuelas. Era, el boxeo, un fino arte de la defensa. Y modestamente no hubo quien me hiciera gran daño. Creo que por ahí, alguna vez, un rival sí logró cortarme. Nada más. Ahora el boxeo, al que tanto quiero, se ha vuelto simplemente una maquinita de tirar golpes. Sin ton ni son.
Nada hizo el gobierno por Francisco Cabañas. Tuvo, la figura deportiva, que trabajar hasta en cuatro diferentes sitios, en determinada época de su vida, para subsistir. Lo menos que esperaba yo era que me pagaran los 300 pesos que debía a mi madre y que usé para representar a mi país en el extranjero. Por eso conservo el vale, como muestra del apoyo que en aquel entonces era ofrecido al deportista.
Vendió hasta artículos de cocina a los inquilinos a los que cobraba la renta cuando, por un cuarto de siglo, trabajó para un alemán dueño de muchos bienes raíces.
El deportista requiere percibir una compensación por el esfuerzo, por el tiempo que pierde uno, porque realmente si se quiere llegar a figurar tiene que sacrificar muchas cosas. Muchas.
¿A quién se le ocurre?
Gusta don Francisco de la elegancia. Viste impecable y deambula parsimoniosamente hasta ubicarse en el par de sillas de jardín afuera de su hogar. Observa las plantas y los árboles "endiosado acá afuera", como le dice con cariño, su mujer, 62 años compañera y con 85 de edad. En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida, me preguntaron: Paco, ¿si tú te sacaras la lotería, qué harías? Y siempre respondí sin dudarlo: "el bien..."
Le duele a Francisco Cabañas, 87 años joven, cada peso que, calcula, gastan los precandidatos en el presente, ese que ahora vive a paso lento, caminando apenas de un lado a otro de la unidad habitacional donde transcurre la vida al lado de su mujer.
Me duele, y mucho. Porque el país no anda como quisiéramos. Porque hay ocasiones en que parece se nos va de las manos. Porque con tanta delincuencia ya no sabe uno ni por dónde caminar.
Los tiempos lo obligan: pide, al concertar la cita, que el reportero traiga consigo una identificación. "El policía en la entrada del condominio la verificará", dice. Lo hace él mismo cuando, de pie, en el pasillo da la bienvenida. Certifica la identidad y pregunta, ¿de qué vamos a hablar?
Muchos son los temas en el siglo que concluye y que ha vivido casi en su totalidad: nació el 22 de enero de 1912.
"La cosa política está muy mal apunta. Los gobernantes y quienes aspiran a serlo únicamente están viendo cómo engordan sus bolsillos. Yo me pongo a pensar, 'caray, pues será el dinero tan definitorio para que hagamos todo a un lado y nos creemos una religión en torno a él'. Pues sí.
Habla con detenimiento del paso de la historia moderna del México que él, junto con tantos otros, logró fortalecer: ¿A quién se le ocurre poner, a estas alturas, a cuatro precandidatos? Para qué tirar tanto dinero a la basura. ¿Por qué no apoyar, de verdad, a la gente que lo necesita?
Tuvo su oportunidad, don Francisco de cumplir con las promesas cuando la ilusión del premio mayor, tornóse realidad: Hace 50 años mi mujer se sacó el premio gordo de la lotería.
Había que hacer el bien, entonces, tal cual se había pregonado.
Nos compramos una casita, muy hermosa, en Obrero Mundial. Y pusimos un negocio de flanes y gelatinas. Creció y creció y creció. Llegamos a tener hasta 12 camionetas de reparto. Le dábamos trabajo a una treintena de personas. Y de nuevo... el dinero. Invité a mi gente, sólo para que se lo llevaran. Fueron mis empleados quienes me dieron la puntilla... El dinero. Por supuesto que es bueno tenerlo: es lo que mueve al mundo. Pero no en extremo. ¿Para qué quieren los supermillonarios, tantísimo dinero? Esta gente gastando a puños. Y las comunidades, los indígenas; los pobres, sufriendo por, simplemente, llevarse un taco a la boca. Esas son las injusticias de mi México que todavía no alcanzo a comprender.
Ha mejorado el deporte
"Sí ha mejorado un poco el deporte. Mucha gente lo practica y qué bueno, porque sin duda es uno de los medios más importantes para mantenerse sano. Todavía nos falta mucho, pero para eso hay que invertir mucho dinero. Y desgraciadamente no hay."
Por su deporte mucho hizo, a lo largo de ocho décadas: maestro de generaciones de púgiles, todavía, hace unos cuantos años, preparó lo que denominó: Programa para practicar el boxeo. De él habla, al final de la charla con este diario: Un día fui al deportivo Hacienda, donde daba clases Ramón G. Velázquez y uno de sus asistentes, cuando un joven llegó sin saber más nada de boxeo, pero con la ilusión de practicarlo, le pidió se calzara los guantes e hizo lo mismo con otro muchachito que ya sabía boxear, o que, al menos, tenían más experiencia. "¿Te has puesto los guantes?", le preguntó. "Sí, alguna vez..." Los subió a combatir y yo pensaba pero qué cosa más estúpida está cometiendo. Lo único que se pudo notar fue que el nuevo tenía mucho valor pero carecía de cualquier técnica. Me puse, entonces, a preparar un verdadero programa de entrenamiento en donde antes de subir al cuadrilátero debía pasar un año completo, el aspirante a pugilista, aprendiendo todos y cada uno de los secretos del boxeo, que son muchos.
Caminó orgulloso Paco Cabañas a las oficinas de la Conade, en los tiempos de Raúl González; no le encontró. Pero, confiado, dejó en manos de alguno de sus asesores el valioso documento, producto de arduos años de elaboración.
Y fíjese cómo hay gente mala: nunca pude recuperarlo. Después supe que ese individuo lo anduvo pregonando y creo que hasta viajó con un equipo de peleadores.
Los malos
Un situación especial en la vida cotidiana del país: los malos.
La delincuencia. Cuánto malandrín anda ahorita robando, matando. No, en mis tiempos, allá por los treinta, había un general que puso orden. Ahora, según dice la prensa, los jueces dejan ir a los bandidos después de dos, tres días. Hace unos 50 años sucedió que había muchos malosos y este general instituyó que a aquel que se le agarrara haciendo crímenes, robando o matando, se le cortaba un dedo. Si reincidía, lo siguiente era cercenar la mano contraria. Esos individuos quedaban marcados y la gente se cuidaba de ellos. Aquellos que no se corregían, de plano, les aplicaban lo de antes, que no era pena de muerte pero sí algo similar: la ley fuga. "Te vas a echar a correr malvado; quizás te salves, quizás no..." Ninguno sobrevivió. No sería lo mismo, pero algo similar habría que hacer en estos tiempos.
El Universal
Sábado 02 de octubre de 1999
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