Pedro Díaz G.
1985 será recordado como el año en que el país tembló. Pero no solo la tierra se estremeció aquel 19 de septiembre. También se sacudieron las estructuras del deporte mexicano: se desmoronaron instituciones, se apagaron símbolos, se revelaron fracturas internas. Fue un año que comenzó entre aplausos mecánicos y terminó con el silencio de una ciudad devastada. Un año que destapó tensiones políticas en el Comité Olímpico Mexicano, exhibió el desgaste de sus ídolos más recientes, borró de un plumazo a la Subsecretaría del Deporte y dejó al Consejo Nacional sin brújula.
La marcha, disciplina emblema, perdió su paso. El futbol, en su expresión más popular, dejó cuerpos aplastados en un túnel sin salida. Y mientras los atletas trataban de competir en Kobe, el país luchaba por no derrumbarse. Aun así, hubo hazañas. Hugo Sánchez cambió de camiseta y de estatura internacional. Valenzuela impuso récords. Jesús Mena y Carlos Carsolio mostraron que el futuro podía ser ascendente. Lavalle llevó la bandera a Wimbledon. Y entre las ruinas, miles de deportistas y ciudadanos se transformaron en rescatistas, en voluntarios, en esperanza.
1985 no fue un año de gloria uniforme. Fue un año de contrastes profundos: entre el estadio y la morgue, entre la reelección y la protesta, entre la cima del Nanga Parbat y el fondo de los escombros del Seguro Social. Un año en que la historia se escribió con manos callosas, con pies polvorientos y con la voz firme de los que no se resignaron a guardar silencio.
En la cancha, en el tatami, en la tribuna o en la calle, el deporte mexicano no fue ajeno al país. Fue su espejo. Y también su sismógrafo.
1985: El silencio de las palmas
13 de febrero. Centro Deportivo Olímpico Mexicano.
Todo parece igual que siempre: el salón, los trajes oscuros, los saludos de pasillo, la rigidez del protocolo. Pero esta vez hay una grieta. Una que apenas se asoma entre los aplausos que se ensayan como rutina.
Mario Vázquez Raña se presenta para rendir su informe anual al frente del Comité Olímpico Mexicano. Es su tercer periodo. También preside la Odepa desde 1975. Pero algo ha cambiado. Las voces disidentes, que antes susurraban en los pasillos, ahora se oyen en voz alta.
Desde la víspera, en las páginas de unomásuno, Eduardo Hay —miembro permanente del COI— lanza una crítica punzante:
“Nadie es imprescindible en el Comité Olímpico Mexicano. Nadie, ni el presidente.”
Habla de principios. De democracia. De la necesidad de que el COM imite a la política nacional en su máxima de “sufragio efectivo, no reelección”. Su voz es institucional, pero el mensaje, claramente personal.
El malestar no es nuevo. Hay quienes cuestionan los métodos, el estilo, la falta de apertura, la ausencia de transparencia financiera. También, las formas: esa costumbre de elegir al presidente casi por aclamación, mientras el presidente de la República —en este caso Miguel de la Madrid— observa, impasible.
El informe concluye cerca de las dos de la tarde. Aplausos. Micrófono. Siguiente punto: elegir presidente.
Pero entonces, se levanta una mano. Firme. Solitaria. La de Josué Sáenz.
Y lanza la primera protesta:
—No se ha entregado el informe económico. No se puede evaluar sin cifras.
Vázquez Raña guarda unos segundos de silencio. Luego responde con calma:
—Tiene usted toda la razón. Pero el plazo de seis meses después de Juegos Olímpicos aún permite entregarlo más adelante.
Sáenz insiste.
—Esto pasa desde 1983.
Y aunque Vázquez Raña intenta cerrar el asunto, Sáenz ya ha marcado el tono del día.
Luego viene el tercer punto: la reelección. Dionisio Uribe, presidente de la federación de ciclismo, propone formalmente a Vázquez Raña.
Y otra vez, se alza la voz solitaria de Sáenz:
—El artículo segundo de los estatutos exige seguir las normas del COI, que solo permite una reelección. ¿Por qué aquí no se aplica lo mismo?
No hay eco. Nadie se suma.
Silencio.
Y entonces, el viejo mecanismo se activa:
“¿Otras propuestas?”
Ninguna.
“Se aprueba por aclamación.”
Las manos vuelven a aplaudir. Y esa palmada colectiva —ese ¡clap! ¡clap! ¡clap!— ya no suena a celebración. Suena a resignación.
Al salir de la asamblea, Sáenz habla con los periodistas:
—Hoy dimos un paso hacia atrás. Hacia el porfiriato. Sé que con lo dicho me convierto en enemigo del régimen, que me espera el ostracismo. Pero no puedo callar.
Sus palabras no cambiarán el resultado, pero quedan registradas. Como constancia. Como memoria. Como advertencia.
Porque ese día, en el CDOM, se discutió más que una reelección.
Se debatió el rumbo ético del deporte mexicano.
Y aunque las manos aplaudieron, una voz dejó en claro que no todos estaban de acuerdo.
1985 empezó con un aplauso.
Pero también con una grieta.
Y esas, en la historia, suelen crecer.
1985: El paso perdido
1985: El año en que tembló el deporte
Abril. La caminata mexicana se descompone a la vista de todos.
Lo que hace apenas unos meses fue orgullo nacional, disciplina emblema, maquinaria perfecta de podios y récords, empieza a mostrar grietas. Ya no hay entrenamientos rigurosos. Ya no hay sincronía. Ya no hay hambre.
Raúl González, héroe de Los Ángeles, ha cambiado los tenis por el traje. Desde su cargo en Nuevo León como subsecretario del Deporte, atiende asuntos administrativos mientras su cuerpo —aún en edad de competir— se desacostumbra al rigor del cronómetro. Ernesto Canto, por su parte, se ha vuelto figura mediática: alfombras, flashes, inauguraciones, comerciales. Fama. Mucha fama.
Y como siempre, el deporte no perdona.
El 7 de abril, en Jalapa, se disputa la prueba de 20 kilómetros de la Semana Internacional de Caminata. Canto abandona en el kilómetro 6. Se queja de un calambre en la pierna derecha. Pero el calambre es más profundo: viene del desorden, de la falta de preparación, de una rutina deshecha. Martín Bermúdez, disciplinado y discreto, se lleva el triunfo ante 58 competidores de once países. Víctor Sánchez llega segundo. Querubín Moreno, colombiano, es tercero.
La gira sigue. El día 10, en Guadalajara, Moreno se impone en la prueba de la hora. Colombia hace el 1–2 con Francisco Barajas. Biliulfo Andablo salva la tarde para México con un tercer sitio.
En la rama femenil, las suecas Ann Janson y Monica Gunnarson dominan los 10 kilómetros. Luz Colín, tercera, sube al podio, pero no disimula la brecha creciente entre México y el mundo.
El 14 de abril, en el circuito de Chapultepec, se corre la prueba de 50 kilómetros. El noruego Erling Andersen, ya viejo conocido, gana sin complicaciones. Pedro Aroche, con esfuerzo, se queda con el segundo puesto. El español Jorge Llopart es tercero.
Pero lo que más duele no está en los cronómetros.
Está en las palabras de Jerzy Hausleber.
El entrenador polaco, forjador de campeones, lanza una advertencia seca:
“La actuación de México fue muy mala. Los tiempos fueron mediocres. Es nuestro peor papel en caminata. Si seguimos así, se acabarán los triunfos. La razón de nuestro fracaso es la ausencia del primer equipo y la falta de trabajo de nuestras figuras.”
Es una bomba. Y una alarma.
Raúl González la escucha desde su oficina. Y entonces, reacciona.
Anuncia su regreso. Habla con el gobernador Alfonso Martínez Domínguez y negocia combinar su labor como funcionario con el entrenamiento. Dice que quiere estar en Seúl 1988. Que aún puede. Que aún quiere.
Y en octubre —el día 4— lo confirma con hechos: presenta su renuncia como director de deportes del estado, a pesar de que el nuevo gobernador Jorge A. Treviño lo había ratificado en el cargo.
“Me dedicaré por entero a la caminata.”
Así, el campeón regresa. El paso se había perdido. Pero no del todo.
Queda claro que si el atletismo es músculo, la caminata es también voluntad.
Y que a veces, volver no es retroceder. Es recordar quién se es. Y por qué se empezó a andar.
1985: Túnel 29, la tragedia del futbol popular
23 de junio. Estadio Azteca. Final del futbol mexicano.
América y Universidad empatan a un gol en el primer encuentro. Un duelo esperado, cargado de pasiones y rivalidades, que augura un desenlace vibrante. Pero nadie imagina que lo que se juega no es sólo un título. Lo que se juega es la vida.
La segunda parte de la final se programa para tres días después, el 26 de junio, en el estadio de Ciudad Universitaria. Un recinto simbólico, de arquitectura orgullosa, con su estructura en forma de sombrero de charro y una capacidad oficial de 72 mil personas.
Pero lo que ocurre esa tarde rompe cualquier cálculo. Y cualquier lógica.
Desde temprano, la presión es visible en los accesos. Cientos, luego miles de personas, intentan entrar. Hay boletos falsos. Hay promesas incumplidas. Hay desesperación.
Y entonces, el túnel 29.
La entrada se convierte en embudo. Luego en jaula. Luego en trampa mortal. La muchedumbre, sin control, comienza a empujar. Nadie puede detenerse. Nadie puede avanzar. Nadie puede respirar.
Los cuerpos caen. Se acumulan. Se asfixian.
Hay quienes aseguran que, en medio del caos, algunos aficionados —apretados, atrapados— aún intentaban hacer la ola, como si el juego fuera a salvarlos. Pero el ritual del futbol, ese que normalmente unifica, esta vez divide entre los que logran entrar y los que se quedan bajo los pies de la multitud.
Mueren ocho niños.
Setenta personas más resultan heridas. Las imágenes son dolorosas. Las versiones, contradictorias. La responsabilidad, difusa. Nadie asume. Nadie responde. Solo el silencio institucional y la tristeza colectiva.
Y el futbol, como negocio, sigue.
El partido termina sin goles. El marcador permanece inamovible, pero el calendario no se detiene. La Federación Mexicana de Futbol decide que habrá un tercer partido. La sede: Querétaro.
Ahí, en campo neutral y ambiente enrarecido, el América se impone 3-1 a Pumas y se proclama campeón nacional.
Pero la corona está manchada.
Una investigación posterior revela lo que ya se sospechaba: al momento de la tragedia, había más de 110 mil personas tratando de ingresar a un estadio diseñado para 72 mil. Cuarenta mil sin boleto. Cuarenta mil a la deriva.
El futbol se cobra caro cuando olvida a quien lo sostiene: su afición más humilde.
Y el horror no fue exclusivo de México.
Ese mismo año, en Bruselas, Bélgica, la violencia se desborda en la final de la Copa de Campeones de Europa. Juventus contra Liverpool. Italianos contra ingleses. Tifossi contra hooligans.
Los fanáticos británicos lanzan una ofensiva salvaje. La multitud corre. El miedo pesa. Y un muro del estadio Heysel colapsa bajo la presión de cuerpos desesperados.
Mueren 38 personas.
Ciento cincuenta más quedan gravemente heridas.
Dos tragedias. Dos estadios. Dos culturas distintas unidas por el mismo error: convertir al futbol en un espectáculo sin alma, donde la seguridad es lo de menos y la pasión no tiene freno.
El túnel 29 es ya nombre propio. No de una entrada. De una herida.
De una lección.
De una deuda.
Porque mientras el balón siga rodando sobre la memoria de los caídos, el futbol tendrá que responder —más temprano que tarde— por lo que permitió, por lo que ignoró, por lo que calló.
1985: Azteca 2000, ensayo con sombras
El futbol mexicano tenía una meta clara: el Mundial de 1986.
Y para llegar a ella, necesitaba ensayar. Ajustar. Medir el terreno, probar la atmósfera, sentir el balón. Así nació el Torneo Azteca 2000, un certamen amistoso con nombre futurista, pero con presente irregular.
2 de junio. Estadio Azteca.
Abre el torneo México contra Italia. Dos equipos que se respetan más de lo que se retan.
Termina 1-1. Goles de Javier Aguirre por los locales y DiGennaro por los europeos.
No hay estridencia. Solo una idea: esto apenas comienza.
6 de junio.
Italia enfrenta a Inglaterra en un partido que, más que juego, parece trámite.
Un 2-1 con aroma a resignación.
Pero lo que agita el ambiente no es lo que pasa en la cancha, sino lo que ocurre en Europa: la FIFA anuncia la sanción contra todos los clubes británicos tras la tragedia de Heysel, en Bruselas.
La decisión es tajante: ningún equipo británico podrá participar en torneos internacionales, ni siquiera amistosos.
Esta selección inglesa, en México, es una excepción fugaz.
Un acto final.
Lo último que hará en mucho tiempo.
9 de junio.
México enfrenta a Inglaterra y logra una victoria que reconforta: 1-0 con gol de Luis Flores.
El Azteca no vibra como en los grandes días, pero respira confianza.
La selección nacional no luce brillante, pero se muestra compacta. El equipo comienza a encontrar rostros: Negrete, Aguirre, Flores.
El país empieza a buscar ilusiones.
12 de junio.
Inglaterra, herida pero digna, derrota 3-0 a la República Federal Alemana.
Y tres días después, México vence 2-0 a la RFA con goles de Manuel Negrete y Luis Flores.
Es el cierre perfecto para el anfitrión: invicto, seguro, con ideas.
Pero el torneo, pese a sus nombres, sus banderas y sus goles, queda apenas en un esbozo.
No hay emoción desbordada, ni conclusiones firmes.
No hay atmósfera de Mundial.
Solo ensayo.
Y en el fondo, la pregunta incómoda persiste:
¿Es este el equipo que jugará con dignidad en 1986?
¿O es solo un simulacro elegante en medio de un país aún en reconstrucción?
El Torneo Azteca 2000 pasó sin pena ni gloria.
Pero dejó algo:
La confirmación de que, en México, el futbol se ensaya con la presión de la historia encima.
Y que cualquier simulacro, por más internacional que sea, no reemplaza la urgencia de jugar por algo más que el marcador.
1985: El día en que el deporte fue despedido
24 de junio.
Un lunes que se clava en la memoria del deporte mexicano, no por una medalla ni por una hazaña, sino por una renuncia forzada. Por una mutilación.
Ese día, el gobierno federal decide desaparecer la Subsecretaría del Deporte, una estructura joven que apenas había vivido cuatro años y seis meses, pero que significaba mucho más que un escritorio: era el intento de institucionalizar el deporte como política pública.
La noticia no llega desde el CDOM ni desde la Codeme. Llega desde lo más alto del gabinete económico.
En una conferencia conjunta, los secretarios Carlos Salinas de Gortari (Programación y Presupuesto), Jesús Silva Herzog (Hacienda) y Héctor Hernández (Comercio), anuncian al país una serie de medidas de emergencia para encarar la aguda crisis económica que ahoga al país:
nueva devaluación del peso (20%) y desaparición de 15 subsecretarías, incluida la del deporte.
El dólar controlado se dispara: se compra a 279.49 pesos, se vende a 289.83.
Y con ese movimiento contable, el deporte se queda sin representación directa en la estructura federal. Sin voz. Sin silla.
Las reacciones
Algunos lo entienden.
Mario Vázquez Raña, presidente del Comité Olímpico Mexicano, no oculta su pragmatismo:
“Debo felicitar al Presidente... El deporte es prioritario, pero probablemente el primer mandatario consideró que existen cosas más importantes.”
También Pascual Ortiz Rubio, titular de Codeme, busca minimizar el golpe:
“La desaparición de la Subsecretaría no afectará, porque el organismo rector seguirá siendo la SEP.”
Pero la realidad no se desactiva con declaraciones.
Fernando Alanís Camino, último titular de la Subsecretaría, da la estocada más sincera:
“Es una verdadera desventura... Nos tomó por sorpresa. Ahora somos desempleados.”
Como él, casi dos mil personas pierden su trabajo.
Las oficinas quedan en silencio. Las carpetas se cierran. Los proyectos, suspendidos.
El deporte, que luchaba por institucionalizarse, vuelve a ser rehén del voluntarismo.
Ya no tiene subsecretario. Ya no tiene ruta política.
Solo queda la estructura de siempre: el discurso, las medallas, las promesas.
Lo que se pierde
Con la desaparición de la Subsecretaría, no solo se cancela un cargo.
Se rompe un intento de continuidad. Se debilita el vínculo entre el Estado y sus atletas.
Porque sin esa figura, la promoción, el financiamiento y la planificación quedan sujetos a los vaivenes presupuestales, sin una instancia que articule, defienda o proponga.
Y aunque algunos repiten que "nada cambiará", la historia sabe lo que cuesta borrar una institución:
años en construirla, segundos en desmontarla.
Epílogo
1985 no fue solo el año en que el deporte fue despedido.
Fue el año en que el país le dijo al deporte: ahora no.
Ahora hay crisis.
Ahora hay otras prioridades.
Ahora, como siempre, espera tu turno.
Y así, en medio de balances y promesas, el deporte mexicano retrocedió un casillero, no por incapacidad, sino por decisión administrativa.
El día 24 de junio quedó marcado.
Porque cuando un país recorta al deporte, lo que pierde no es solo músculo ni podios.
Pierde también esperanza, salud, identidad, futuro.
Y ese lunes de 1985, todo eso se fue por la puerta trasera de un boletín económico.
1985: El rugido que regresa
Junio.
Desde París, la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) lanza una noticia que acelera el pulso de los nostálgicos del volante:
vuelve el Gran Premio de México.
La decisión oficializa lo que parecía apenas un anhelo de unos cuantos entusiastas. Después de 16 años, la máxima categoría del automovilismo mundial regresará al país.
La fecha: 12 de octubre.
El escenario: el Autódromo Hermanos Rodríguez.
El eco: motores encendidos donde alguna vez rugieron Pedro y Ricardo.
El anuncio no es menor. Marca el retorno de México al calendario de la Fórmula 1, un circuito que no solo requiere trazado técnico y logística de primer nivel, sino también solvencia institucional, interés económico y voluntad política.
De vuelta al mapa
México se había quedado fuera desde 1970. La última vez, Jacky Ickx se llevó la bandera a cuadros en un autódromo repleto, pero con preocupaciones por la seguridad y el exceso de público.
Ahora, en 1985, el país busca mostrar otra cara. Más ordenada, más profesional, más conectada con el espectáculo global.
No solo es una carrera. Es una vitrina internacional en un año donde el deporte nacional enfrenta turbulencias económicas, crisis de gestión y recortes institucionales.
Un símbolo de permanencia
El regreso de la Fórmula 1 significa más que velocidad.
Es una señal: el deporte mexicano, aún sacudido por decisiones políticas como la desaparición de la Subsecretaría del Deporte, sigue siendo capaz de atraer eventos de clase mundial.
Es también un homenaje indirecto: los Hermanos Rodríguez siguen dando nombre a una pista que guarda su legado. Y su leyenda vuelve a estar bajo reflectores.
El 12 de octubre, los motores hablarán.
Y con ellos, la historia se reactivará, no solo en la pista, sino en la memoria de un país que, entre crisis y resistencia, aún encuentra momentos para acelerar.
1985: Kobe — Lejos del podio, más lejos del propósito
24 de agosto. Japón.
Veintiocho atletas mexicanos aterrizan en Kobe con el uniforme de la universidad y la esperanza tibia de competir en los Juegos Mundiales Universitarios. Son parte de una delegación discreta, sin figuras consagradas, pero con la posibilidad —al menos en teoría— de sumar experiencia, roce internacional, fogueo.
Pero desde antes de despegar, algo suena fuera de tono.
Son los propios dirigentes estudiantiles quienes, en rueda de prensa, declaran que el principal objetivo del viaje es “la convivencia”.
No el rendimiento. No las medallas. No la competencia.
La convivencia.
La declaración no cae bien. Desvía el eje. Y cuando la delegación pisa suelo japonés, la profecía se cumple.
Resultados a la sombra
El futbol abre la competencia con una derrota sin paliativos: 5-0 contra China.
Una goleada que parece una bienvenida severa, un recordatorio de la distancia que separa a los nuestros del alto nivel universitario internacional.
Después, Telésforo Pineda ocupa el lugar 23 en gimnasia, y Elsa Tenorio alcanza un meritorio sexto lugar en trampolín de tres metros.
En la cancha, el equipo de futbol logra una pequeña redención: 1-0 sobre Argelia, que los lleva a cuartos de final. Pero ahí, Japón los despide con un contundente 3-0.
En el fondo, Rosenda Ávalos finaliza en undécimo lugar en los 10 mil metros. Corre con entrega, pero lejos del podio.
Convivencia sí, pero ¿a qué costo?
La misión mexicana en Kobe deja más preguntas que medallas. ¿Qué significa representar al país en una justa internacional si el objetivo no es competir con dignidad? ¿Qué mensaje se da cuando se privilegia el viaje sobre la preparación?
Los Juegos Mundiales Universitarios son, sí, una plataforma para la experiencia. Pero también son un termómetro del estado del deporte estudiantil. Y lo que Kobe mostró fue un sistema sin ambición competitiva, sin planificación, sin resultados.
Mientras tanto, Samaranch...
Lejos de las pistas y las canchas, el presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, también está en Kobe. Su preocupación va por otra pista:
la tensión política entre Corea del Norte y Corea del Sur amenaza con poner en jaque la sede de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.
Desde Japón, Samaranch lanza una propuesta insólita:
que Corea del Norte coorganice el evento olímpico con su vecino del sur.
Pero enseguida aclara:
“Es absolutamente imposible. Pero se debe encontrar la fórmula que permita a los deportistas norcoreanos participar en Seúl.”
No lo dice abiertamente, pero el temor es evidente: un nuevo boicot.
Así, en Kobe, mientras los atletas mexicanos se entretienen más que compiten, el olimpismo libra batallas mayores.
Y México, una vez más, camina por la orilla, sin rumbo claro ni ambición visible.
1985: El día que tembló el deporte
19 de septiembre. Ciudad de México.
7:19 de la mañana.
La ciudad no despierta. Se sacude.
Un sismo de 7.8 grados en la escala de Richter golpea el centro del país con una furia que no deja duda: es una tragedia. La más grande en la historia moderna del país.
Se desploman hospitales, escuelas, edificios habitacionales. El centro de la capital se convierte en una zona de desastre. Hay silencio, luego gritos, luego polvo. Miles de muertos. Miles más atrapados. Miles más de voluntarios que, sin pensarlo, se convierten en rescatistas.
Y en ese escenario, el deporte, como todo lo demás, se detiene.
No hay trofeos. No hay medallas. No hay récords.
Solo manos. Palas. Silencio. Y escombros.
Los templos de la alegría, convertidos en morgues
El Parque del Seguro Social, casa del béisbol, es convertido en depósito de cadáveres.
El Centro Deportivo Olímpico Mexicano, en centro de acopio.
Las canchas, en refugios.
Los atletas, en voluntarios.
El equipo nacional de marcha, que tenía previsto competir en la Copa Lugano, en la Isla del Hombre, cancela su participación.
“No podíamos irnos”, dicen.
No era momento de marchar. Era momento de quedarse.
Fútbol: pausa y propósito
El calendario del campeonato nacional se suspende.
Cuando se reanuda, es en ciudades ajenas al epicentro. Cada partido se convierte en colecta. Cada gol, en un grito de esperanza.
Maratón detenido, pero no cancelado
El Maratón de la Ciudad de México, que debía realizarse tres días después del sismo, se pospone hasta diciembre.
Ganan Maricela Hurtado y Manuel Vera, pero esa vez el podio es simbólico.
Las inscripciones de los 22 mil corredores se destinan al fondo nacional de reconstrucción.
Cada paso, una donación.
Cada zancada, un ladrillo.
Y la FIFA, en tono ambiguo
Mientras tanto, en medio del dolor, el presidente de la FIFA, João Havelange, se planta ante los medios internacionales y lanza una frase que resuena con más cálculo que consuelo:
“Hasta al terremoto le gusta el futbol.”
La declaración suena frívola, casi cínica. Pero su mensaje de fondo es claro:
el Mundial de 1986 no se cancela.
“Los mexicanos, en estos momentos de profunda tristeza, necesitan alegría. Y el futbol es alegría.”
Havelange habla de estadios intactos, de hoteles funcionales, de centros de prensa a salvo.
Pero no habla de calles abiertas, ni de hospitales colapsados, ni de madres llorando frente a montañas de concreto.
El sismo como espejo
El terremoto no solo sacude estructuras físicas.
También expone las grietas del sistema.
La improvisación. La falta de prevención. La necesidad de solidaridad espontánea donde debía haber política pública.
Pero también muestra otra cara del país:
la del atleta que se queda a remover escombros.
La del entrenador que organiza brigadas.
La del niño que dona su balón.
La del país que, aun roto, se abraza.
1985 no se olvida
Porque hubo un día —19 de septiembre—
en que no hubo deporte.
Solo humanidad.
Y eso, en una nación que tantas veces ha apostado por las medallas, fue la mayor victoria.
1985: El Consejo que no quiere mandar
8 de noviembre. Ciudad de México.
Entre los escombros físicos y administrativos que dejó el año, el gobierno federal intenta reordenar el mapa del deporte nacional. Con discreción, casi sin ruido, se crea una nueva figura: el Consejo Nacional del Deporte. Su objetivo: coordinar políticas públicas, dar forma a lo disperso, llenar el vacío que dejó la desaparición de la Subsecretaría del Deporte el 24 de junio anterior.
Al frente de esta nueva estructura, el Presidente de la República nombra a Fernando Alanís Camino, quien hasta hacía poco ocupaba justamente esa subsecretaría ahora extinta.
En la ceremonia de toma de posesión, presidida por Luis Medina, secretario de Educación Pública, no hay fanfarria. Tampoco discursos largos. Pascual Ortiz Rubio, presidente de la Codeme, asiste como figura clave del deporte organizado y lanza, a modo de advertencia técnica, una definición institucional:
“El Consejo solo normará a nivel nacional sus acciones políticas y administrativas… El COM será el encargado del plano internacional y las federaciones dictarán la normatividad en el ámbito nacional.”
Es una forma sutil de marcar territorio. De trazar los límites desde el principio.
Fernando Alanís Camino, por su parte, mantiene su estilo: esquivo, de pocas palabras, rehúye a los medios. Apenas se limita a declarar:
“El Consejo no será rector del deporte en nuestro país.”
La frase, en vez de aclarar, oscurece.
¿Qué es, entonces, el Consejo?
No es subsecretaría.
No es órgano rector.
No es Codeme.
No es COM.
¿Entonces qué es?
En medio de una crisis económica, deportiva e institucional, el Consejo Nacional del Deporte nace sin fuerza jurídica clara ni liderazgo efectivo. Es más bien una figura decorativa, un intento burocrático de no dejar vacío formal en el organigrama gubernamental.
Alanís, que hace apenas meses fue removido sin previo aviso, regresa al primer plano, pero sin herramientas para decidir.
Un cargo sin voz
Mientras el país se sigue sacudiendo —en lo físico y en lo político—, el deporte parece quedar en manos cruzadas.
Y 1985, que venía cargado de épica y dolor, cierra su segundo acto con un nombramiento que dice mucho… por lo que no dice.
Porque si algo quedó claro en esa ceremonia, es que el deporte mexicano seguía sin timón firme.
Y que los viejos actores no estaban dispuestos a ceder ni un centímetro de sus parcelas de poder.
1985: Noticiario deportivo — Línea por línea, hazaña por hazaña
Marzo 11 – Renace la Copa Davis en México
Raúl Ramírez, leyenda viva del tenis mexicano, se estrena como capitán del equipo nacional de Copa Davis con una meta clara: regresar al Grupo Mundial.
La serie ante Perú, en el Deportivo Chapultepec, no fue sencilla. Jorge Lozano cae ante Carlos di Laura en cuatro sets. Francisco Maciel equilibra la serie venciendo a Pablo Arraya. En el dobles, Lavalle y Pérez Pascal sufren, pero ganan en cinco sets a Maynetto e Izaga. Lozano pierde de nuevo ante Arraya, pero Maciel salva la serie con un triunfo en tres sets sobre Di Laura. México avanza.
Abril – Hugo, Fernando y Mauricio: los récords de primavera
Hugo Sánchez cierra su ciclo con el Atlético de Madrid con broche de oro: gana el Pichichi con 19 goles y se convierte en el goleador máximo de la liga española. Mario Velarde, desde Pumas, sentencia: “Este puede ser el triunfo más importante del futbol mexicano a nivel internacional”.
Fernando Valenzuela hace historia: lanza 41 entradas y un tercio sin permitir carrera limpia, rompiendo un récord que duró 73 años. Lo logra el 18 de abril, ante 50 mil espectadores, cuando los Dodgers vencen 1-0 a los Padres en Los Ángeles.
Mauricio González deja huella en el Mount College Invitational, en Walnut, San Antonio: impone récord mexicano en los 5 mil metros con tiempo de 13:22.37.
Mayo – Triunfo en Cleveland y susto en Oaxtepec
El maratón de Cleveland tiene nombre mexicano: Demetrio Cabanillas gana con 2h17’35”.
En Oaxtepec, Jesús Mena falla su séptimo clavado y es superado por el estadounidense Mike Watnuck. La nota positiva la da Elsa Tenorio, quien regresa a la competencia ganando el trampolín de 3 metros sobre dos rivales de Estados Unidos.
Mayo 8 – Wimbledon en clave tricolor
Dos mexicanos hacen historia en el juvenil de Wimbledon: Leonardo Lavalle vence en la final a Eduardo Vélez, 6-4 y 6-4.
En dobles, Agustín “Bebé” Moreno y el peruano Jaime Izaga derrotan a los checos Peter Korda y Cyril Suk.
En la rama mayor, el alemán Boris Becker gana el torneo con 17 años. Lavalle lo iguala en edad, pero en la categoría juvenil. Las comparaciones comienzan.
Junio 15 – Hugo Sánchez ficha con el Real Madrid
Con Ramón Mendoza en la Ciudad de México, Hugo firma contrato por cinco temporadas con el club más grande de Europa. Rayo Vallecano acoge, mientras tanto, a Wendy Mendizábal, jugadora de la UAG, en calidad de préstamo.
Junio – Carsolio en el techo del mundo
Carlos Carsolio, joven montañista mexicano, asciende el Nanga Parbat, de 8,125 metros. Se convierte en el primer mexicano en conquistar una de las 14 cumbres de más de 8 mil metros en el planeta.
Agosto – La Davis toma vuelo y México asciende
Raúl Ramírez logra lo impensable: vencer a Canadá en Copa Davis por primera vez desde 1953. En Chicoutimi, México gana 3-2, y consigue su pase al repechaje.
El 6 de octubre, en Porto Alegre, México vence a Brasil 4-1 y regresa a la Primera División del tenis mundial. Ramírez se incluye en dobles, y los puntos clave los ganan Lavalle y Maciel.
Octubre – Higuera y Pineda: revelaciones y perfección
Teodoro Higuera, con los Cerveceros de Milwaukee, termina su primera temporada en Grandes Ligas con marca de 15 ganados y 8 perdidos. Un nuevo brazo mexicano en la élite.
Telésforo Pineda, en Montreal, destaca como el mejor latinoamericano (después de los cubanos) en el Mundial de Gimnasia. Pero su gran logro es otro: crea un nuevo ejercicio, registrado oficialmente como El Pineda, y calificado con 9.60 puntos. Un mexicano más que deja nombre grabado en el reglamento internacional.
Noviembre – Reconocimientos nacionales
El Premio Nacional del Deporte 1985 se reparte entre tres nombres con futuro y pasado:
Carlos Carsolio (montañismo)
Jesús Mena (clavados)
Leonardo Lavalle (tenis)
El Departamento del Distrito Federal recibe el reconocimiento institucional por el impulso deportivo vía ProDDF. En el desfile del 20 de noviembre marchan tres íconos internacionales: Hugo Sánchez, Fernando Valenzuela y Rafael Septién, pateador de los Vaqueros de Dallas.
Diciembre – Juegos Centroamericanos 1986, en apuros
El presidente del comité organizador, Rafael Dukela, informa que la República Dominicana solo podrá costear seis millones de dólares, por lo que las sedes se repartirán:
La Habana, para esgrima
Ciudad de México, para remo y hockey sobre pasto
Epílogo del noticiario 1985
Mientras el país resiste terremotos y ajustes estructurales, el deporte mexicano vive un año de sorpresas y reconstrucciones, de récords rotos y nombres nuevos.
La élite se reafirma: Valenzuela, Hugo, Lavalle, Mena, Carsolio.
Y detrás de ellos, un país que sigue soñando con saltar más alto, correr más lejos y, sobre todo, ganar limpiamente.
1985, a pesar de todo, fue un año que dejó huella.
Una línea a la vez. Una hazaña a la vez.