Pedro Díaz G.
1982 llega con el corazón partido.
Por un lado, México aún vibra con los ecos de la Fernandomanía, la marcha invencible de Raúl González, el puño de Salvador Sánchez al mundo del boxeo, y la juventud prometedora de Jesús Mena o Daniel Aceves. Por otro, se instala un ambiente turbio, como de resaca tras una fiesta que duró demasiado.
El país entra en crisis. No solo económica, también simbólica. La inflación galopa. El dólar se dispara. Y en ese contexto, el deporte comienza a sentir el mismo vértigo que golpea al resto de la nación: promesas que no llegan, proyectos detenidos, instituciones rebasadas por la inercia.
Febrero. El cambio empieza por dentro.
El 4 de febrero se produce un relevo discreto pero simbólico en el deporte institucional. Jesús Chichino Lima deja la presidencia de la Codeme. Entra Pascual Ortiz Rubio. Es Manuel Mondragón y Kalb, desde la Subsecretaría del Deporte, quien hace el anuncio. Se habla de reorganización, de eficiencia, de nuevas formas de trabajar.
Pero la realidad es otra. Cinco meses después, el propio Ortiz Rubio lo reconoce con brutal honestidad:
“Poco debe esperar el pueblo mexicano de su representación en Cuba... arrastramos vicios de una mala organización y carencia de recursos.”
Julio. Símbolos, podios y transiciones.
El 2 de julio, en el Torneo Internacional de Lucha “Agustín Briseño”, Daniel Aceves y su hermano Roberto se coronan campeones por el Deportivo Guelatao. Daniel también gana en sambo. Empieza a consolidarse como la carta fuerte de la lucha mexicana rumbo a Los Ángeles 1984.
El 23 de julio, la explanada del CDOM se convierte en escenario de una despedida política. El presidente José López Portillo abanderará a la delegación mexicana que partirá a los Juegos Centroamericanos en La Habana. El lábaro patrio lo recibe Raúl González, el mismo que un año atrás caminaba solo fuera del sistema. Hoy, regresa como símbolo nacional.
“Suerte… y a ganar”, dice el presidente, más como ritual que como consigna.
Ese mismo día, Miguel de la Madrid y Mondragón y Kalb son nombrados miembros permanentes del Comité Olímpico Mexicano, mientras Mario Vázquez Raña rinde su octavo informe como presidente del COM. Es un acto de recuento y agradecimiento. Especialmente a López Portillo, quien ya prepara su salida.
Tres días después, el 26 de julio, la Codeme recibe a Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional. Viene de paso, rumbo a otros nueve países, pero se detiene en México para una ceremonia: la develación del mural de Luis Strempler Vivanco, en la sede del deporte federado, en Magdalena Mixhuca.
La obra exalta motivos prehispánicos. Samaranch escucha con atención cuando el presidente dice:
“El deporte es una forma superior de cultura.”
Frase para placas, para discursos. Y también, para cerrar un ciclo.
Agosto. La Habana: el mapa del desencanto.
El 4 de agosto se anuncia que la próxima sede de los Juegos Centroamericanos será Santiago de los Caballeros, en República Dominicana.
El 5 de agosto, Samaranch y Vázquez Raña llegan a La Habana. En el aire, dos declaraciones del dirigente olímpico cambian el juego:
“No habrá boicoteo en Los Ángeles 84.”
“La palabra amateur ya no está en la Carta Olímpica.”
Y así, se inauguran los XIV Juegos Centroamericanos y del Caribe el 7 de agosto, en el estadio Pedro Marrero. Aparece Fidel Castro, uniforme verde olivo, habano en boca. Desfilan 22 delegaciones.
México compite con lo que tiene. Y lo que tiene alcanza para algunas glorias:
Félix Gómez gana el oro en los 50 km de marcha. Raúl González, plata.
“La caminata mexicana sigue siendo número uno”, afirma Raúl.
Ernesto Canto y Raúl repiten el 1–2 en los 20 km, el 13 de agosto.
Eduardo Castro gana los 1500 metros planos.
En natación, Isabel Reuss consigue cuatro oros individuales.
Tere Rivera, tres más.
Ambas lideran los relevos 4x100, libre y combinado: oro.
En clavados, Jorge Mondragón gana plataforma; Francisco Rueda, trampolín.
Carlos Girón, fuera del podio: cuarto.
En lucha grecorromana, Daniel Aceves es plata.
Arturo Guerrero, leyenda del basquetbol, se despide de la selección tras 17 años. Más de 30 mil puntos como legado.
Cuba arrasa: 284 medallas, 173 de oro. México, segundo: 29 oros, 120 medallas.
El cubano Daniel Núñez, en halterofilia (60 kg), impone récord mundial: 292.5 kg.
“No fue ni más ni menos de lo que se esperaba”, concluye Guillermo Montoya, secretario del COM.
Julio–Octubre. Raquetas, hijos y zancadas.
El 27 de julio, Raúl Ramírez y el canadiense Van Winitsky ganan Wimbledon en dobles. Superan al chileno Hans Gildemeister y al ecuatoriano Andrés Gómez. México vuelve a la cima, aunque en pareja.
En octubre, nace Fernando Valenzuela Burgos, primer hijo del Toro. En el montículo, su padre cierra temporada con 19 victorias, 13 derrotas, 199 ponches. El brillo de 1981 ya es memoria, pero el respeto se mantiene intacto.
El 24 de octubre, en Nueva York, Rodolfo Gómez queda segundo en el maratón, superado apenas por el cubano Alberto Salazar, entre más de 15 mil corredores.
Mientras tanto, el Consejo Mundial de Boxeo impone una reforma histórica: los campeonatos ya no serán a 15 rounds, sino a 12. La decisión divide, pero busca proteger a los peleadores.
Noviembre. El salón se agranda.
El 16 de noviembre, la Codeme anuncia la incorporación de 13 nuevas figuras al Salón de la Fama del Deporte Mexicano. Entre ellas:
Maritere Ramírez (natación)
Bertha Chíu (multideporte)
Ricardo Delgado (boxeo)
Antonio Palafox (tenis)
Rubén Gracida (polo)
Jorge Font (esquí acuático)
Y más, de disciplinas diversas: charrería, ciclismo, judo, motociclismo.
Un mosaico del esfuerzo nacional. Un intento por preservar memoria en tiempos de incertidumbre.
Diciembre. Relevo sin ruido.
El 10 de diciembre, Fernando Alanís Camino asume la Subsecretaría del Deporte en relevo de Mondragón y Kalb. No hay grandes declaraciones. Sólo una frase burocrática que intenta sonar firme:
“No habrá dispersión de esfuerzos... se buscará unidad”.
Pero el país ya cambió de manos. Miguel de la Madrid está al frente. La austeridad se impone. El entusiasmo, se modera.
Epílogo.
1982 no tuvo Mundial, pero lo miró desde la grada.
No tuvo un Valenzuela desatando locura, pero sí uno cumpliendo.
Tuvo una bandera entregada en alto y un mural cubriendo paredes.
Tuvo a Isabel Reuss como reina sin corte, a Arturo Guerrero bajando el telón, y a Salvador Sánchez despidiéndose del mundo en la curva de una carretera de Querétaro.
Tuvo gestos. Tuvo sombras. Tuvo señales.
Fue el año en que México comenzó a entender que el deporte no solo se entrena: también se administra, se defiende, se sostiene.
Y que, a veces, para volver a ganar, hay que primero aprender a resistir.
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