25.2.07

Genealogía del crimen



Genealogía del crimen


Son siete hermanos y cuatro hermanas, pero los nombres más conocidos en la organización criminal de los Arellano son Ramón, Benjamín, Eduardo, Francisco Javier y Enedina Arellano Félix.
Fueron herederos de las glorias delictivas que hicieron famosos a los cárteles colombianos que desaparecieron en la década de los noventa; la suya es una de las organizaciones mejor conformadas en el mundo y su ámbito de influencia compete a casi toda la mariguana, mucha de la cocaína y buena parte de las metanfetaminas que se consumen en Estados Unidos.
Su puerta favorita de entrada al imperio: la Costa Oeste.
Sus privilegios: todos.
Sus compinches: las autoridades compradas con toneladas de dólares.
Sus métodos: la perfección en cada detalle del cultivo, transporte y venta de drogas entre naciones.
Sus armas: la violencia y el terror.

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Se dice que nacieron en el municipio de Badiraguato, pero hay datos que indican que son oriundos de Culiacán, donde vivieron durante muchos años.
De jóvenes, los hermanos mayores, Benjamín y Francisco Rafael, se iniciaron en el comercio ilegal de pantalones de mezclilla. Eran los setenta. El negocio prosperó y ambos abrieron una empresa lícita en Culiacán: la discoteca Stik.
Por razones de negocios los hermanos emigraron al puerto de Mazatlán, donde también fundaron una discoteca, Frankie Oh, que se ubicó sobre el malecón de esta ciudad y que posteriormente fue incautada por la PGR.
Pero su mayor crecimiento ocurrió a la sombra de Miguel Ángel Félix Gallardo, líder del cártel de Tijuana en los ochenta y actualmente preso en el penal de máxima seguridad de La Palma.
En 1986 la mafia se dedicaba además al contrabando de cigarros y licores desde y hacia México y su sede estaba en Tijuana.
La detención de Félix Gallardo, el tío criminal, en 1989, acusado de contrabando, les permite moverse en el submundo de la frontera, que mágicamente se les abre para el transporte de drogas.
Descendientes de buenas familias, el grupo pronto fue conocido como los “juniors”, y tenían tres tipos de actividad. Unos transportaban la droga, otros vigilaban y un tercer equipo que tanto trasladaba droga como se encargaba de “ajustar” cuentas con personas dentro y fuera de la organización.
Sus actividades les dieron la oportunidad de disfrutar de un estilo de vida de automóviles lujosos, grandes fiestas y despilfarro. Pero sobre todo, algo marcaba la firma de la familia: la incontenible violencia que ejercieron —inclusive entre ellos mismos— que los erigió como los “dueños” de Tijuana.
Nadie se atreve en Baja California Norte a hablar de ellos pues sus ataques son indiscriminadamente lo mismo en contra de sus rivales, sus propios aliados, autoridades o periodistas: en los últimos años fueron asesinados al menos dos jefes de la policía municipal de Tijuana, uno por negarse a aceptar un soborno y el otro, pocos días después de que el presidente Ernesto Zedillo lanzó una dura advertencia contra los traficantes de drogas.
En sus listas de crímenes figuran igual agentes de los cuerpos antidrogas de México y Estados Unidos, militares, policías judiciales y ciudadanos inocentes; entre ellos, mujeres y niños y por supuesto un ataque casi mortal a Jesús Blancornelas, director de Zeta y el asesinato de su coeditor: Francisco Ortiz Franco.
Los Arellano lograron convertir una banda de narcotraficantes en una impresionante compañía trasnacional dedicada al tráfico de drogas. Cada uno con responsabilidades específicas. Desde la compra de materia prima hasta el transporte, todo está previsto y cuidadosamente planificado por “la dirección”.
Los Arellano Félix poseen títulos universitarios, se expresan correctamente en inglés, visten de forma elegante y sobria, y pertenecen a exclusivos clubes.

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No se trata de baratijas. Tienen una red para el traslado de cocaína desde los campos de cultivo, en México y en Colombia, hasta los distribuidores en las calles de EU. Y reparten cerca de un millón de dólares a la semana en sobornos a las autoridades para no tener inconvenientes en los pasos fronterizos.
Sus equipos de comunicación e intercepción son más avanzados que los de las autoridades. Las operaciones de lavado de dinero son cuidadosamente planificadas y muy pocas han sido detectadas hasta la fecha; Enedina Arellano es quien se encarga de la parte financiera del grupo.
Siete hermanos y cuatro hermanas conforman la familia.
Casi todos los varones están solicitados por tráfico de drogas, posesión ilegal de armas y lavado de dinero.
En marzo de 2002, las autoridades mexicanas arrestaron al líder del cártel, Benjamín Arellano Félix. Un mes antes, su hermano Ramón, el jefe de seguridad del cártel, había caído asesinado en Mazatlán en lo que muchos medios interpretaron como una trampa tendida por el cártel de Sinaloa, liderado por El Mayo Zambada.
Francisco Javier, El Tigrillo, asumió el liderazgo de la organización tras la captura de Benjamín y la muerte de Ramón (en 2002), Francisco Javier fue acusado por la PGR por el asesinato del cardenal Posadas Ocampo, el 24 de mayo de 1993, en el aeropuerto de Guadalajara, mientras que la oficina antidrogas de Estados Unidos lo señala de ser responsable de asesinatos y transporte de mariguana, heroína y metanfetaminas a través del área Tijuana-San Diego.
El control del cártel Arellano caería ahora a manos de Enedina, licenciada en economía, y de Eduardo, médico cirujano. Se espera que el grupo se reconstruya, como ha sucedido en varias ocasiones. Tienen como ventaja contar con uno de los grupos de sicarios más despiadados de todos los cárteles: reclutados entre los pandilleros del Barrio Logan de San Diego, California.

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