10.2.08

Ocho momentos del narco que conmovieron a México




Pedro Díaz G. / Enviado, y Humberto Padgett

Uruapan, Michoacán.– Bajo el cielo purépecha, donde en este 2006 más de un hombre muere violentamente cada día, cinco cuerpos están desaparecidos. Sus cabezas, cercenadas, arrancadas del torso con cortes casi perfectos, de cirujano, forman parte de una diabólica crónica cotidiana, del temor, de la impunidad y de esas historias de asesinos que no sienten otra cosa sino un acendrado desprecio por la vida.

Las nuevas anécdotas sanguinarias hablan de cabezas tiradas sobre la pista de baile del bar Sol y Sombra, cuando los lugareños disfrutaban de la velada.

Pero, ¿y los cuerpos?

–Ya aparecerán –dice con certeza don Francisco Magaña, asistente del forense en Uruapan; hombre experto en el manejo de cadáveres, quien tuvo en sus manos estas cinco esferas de piel desgarrada y hueso–… Sólo hay que ponernos muy abusados.

Su voz parece quebrarse por la desazón. Y como si fuese parte de la sabiduría heredada por sus ancestros, fija la mirada, y desde la sala de su casa, advierte:

–…Hay que buscarlos en el cielo. Porque ya cuando los zopilotes andan haciendo rueda, cuando se ponen a revolotear, nomás nos vamos pa´bajo en línea recta, y allí los vamos a encontrar.

Este hombre de 58 años ha pasado los últimos 30 lidiando con “los cuerpos”. Suena el teléfono y sabe que hay trabajo por hacer. Profesional de lo grotesco, esta semana no ha sido de las más afortunadas para él. Por sus manos pasó el terror de manipular cinco cabezas.

–…Yo nomás los miraba, así, detenidamente. De cada uno se hace un reporte: circunferencia del cráneo, color de piel, tipo de cabello, labios gruesos, delgados… Trabajo de rutina. Pero esta vez eran cinco… Me ponía a pensar cuánto sufrieron, pero sobre todo cómo alguien es capaz de cometer un acto así. Ya ni los animales.

Reflexiona don Francisco Magaña cuánto sufrimiento se inflinge, no sólo a los ejecutados, sino a sus familias. Medita y trata de adivinar de qué manera fueron arrancadas las cabezas…

–Cuando las miré en el hospital, sobre la plancha, sí me asombré, la verdad. “Mira nomás, lo que te tenemos”, me dijeron. Sí: fueron cortes limpios, muy fuertes, de tajo.

–¿Con machetes?

–No estoy seguro: el machete no entra. Se toparía con las vértebras, con el hueso, y se atoraría… No. Hasta pienso que pudo ser con una guillotina mecánica. O de un hachazo, pero bien dado. Sólo así...

Ladran los perros.

A las afueras de su casa, una vieja Combi sirve para hacer parte del trabajo: en ella transporta los cuerpos, cuando hay que ir por ellos a alguna alejada región. Otros le llegan al hospital civil de Uruapan, lugar al que acude apenas hay necesidad. Huele intensamente a formol este vehículo, pues en ocasiones transporta cuerpos, o pedazos de cadáveres, ya putrefactos.

El domingo tres de septiembre apareció una mujer, también decapitada, a un costado del Viaducto Jicalán, le faltaba el dedo meñique. Estas cinco cabezas, de acuerdo con las investigaciones, fueron quienes la ejecutaron.

–Ella sí, su corte en el cuello era distinto. No tan limpio. A ella la cortaron con sierra. Yo me digo: ¿pero qué necesidad?

Michoacán 2006: más de 357 muertos por violencia, concentración de una interminable lucha entre grupos de narcotraficantes, sitio de una nueva geografía criminal, zona inundada de droga, cielo purépecha en donde cinco cuerpos sin cabeza no aparecen.

A la una de la mañana del 7 de septiembre, 20 personas armadas, vestidas de negro y pasamontañas, llegaron al Sol y Sombra, estacionaron sus camionetas, ingresaron al bar, dispararon al techo y exigieron a todos tirarse al suelo.

Amagados clientes y bailarinas, integrantes del grupo alcanzaron la pista de baile del bar, en el segundo piso, y arrojaron al centro bolsas negras de plástico de las que salieron las cinco cabezas.

Los sicarios, antes emprender la huída, dejaron una cartulina sobre el piso: "La familia no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes, se muere quien deve morir, sépanlo toda la gente, esto es: Justicia divina".

Don Francisco Magaña mira con detenimiento sus manos, con la que amortaja los cuerpos. Los ha visto destazados, quemados, maniatados, con cinta canela o cinta plata, o partidos en dos partes “cuando se los lleva el tren…”

¿Pero, cinco cabezas?

–Me tocó, después de hacer el reporte de cada una de las cabezas, a las que tomo medidas, características de piel, color de cabello, tipo de labios, y gestos, ver cuando una de las familias acudió por su pedazo de su muerto. Cuánto dolor. Qué desgarre; se deshacían de llanto. Se preguntaban qué les habían hecho… Por qué los habían dejado así.

Sabe que en cualquier momento le volverán a hablar. Confía en que pronto encontrarán los cuerpos.

–Ahora nomás estoy pensando qué tan descompuestos los van a encontrar. Y miro al cielo. Cuando salgo en mi camioneta nomás ando viendo donde revolotean los zopilotes, hablo con los campesinos y les digo que se pongan alertas, que nos ayuden.

Buitres.

Son ellos, parte sanguinaria de la naturaleza, quienes ayudarán a desentrañar las historias cercenadas. ¿Ya estaban muertos cuando los cortaron?, ¿fueron torturados?, ¿cuánto sufrieron?, ¿quién lo hizo?

–O si llegarán convertidos en sopa de arroz.

–¿Sopa de arroz?

–Sí –sonríe con sarcasmo–. Así les decimos cuando nos los traen ya todos agusanados…

Qué dolor.

–Y ya después de que pasó todo eso, ver qué andaban haciendo. Porque blancas palomitas no deben haber sido.

Tres de ellos han sido identificados: Martín Valerio Moreno, de 19 años, David Gómez López, alias "El Mecánico", de 22 y Cristian Michel Reyes López, de 23 años. Tres hombres más fueron levantados al mismo tiempo; nadie sabe su paradero.

A don Francisco las imágenes se le aparecen una y otra vez.

–Siempre ha habido muertos, ejecutados. Pero nunca en tanta cantidad y con tanta saña. Torturados, con las esposas acá atrás, golpeados. Hasta quemados… Y yo nomás me pregunto porqué les hacen todo eso.

–No sólo mirar, tocarlas, tener cinco cabezas. ¿Cómo es, qué significa?, ¿todavía hay asombro en usted?

–No, asombro no. Se imagina, ya tengo treinta años en esto… Pero esa noche sí, regresé a casa con el alma alterada. Pensando quién es capaz de hacer algo así, y por qué. Y me decía: si son seres humanos… Le comentaba a mi mujer, a la hora de dormirnos: en qué andarían metidos…

Y el levantón.

–Sí, desde el momento en que los agarran y se los llevan. ¿Lo harían enfrente de sus amigos?, ¿los sacaron de sus casas?, ¿fueron testigos sus familiares?... Porque ellos desde ese momento ya van convencidos de que se van a morir. Ya saben que los van a matar.

O el cautiverio…

–Ora, cuántos días permanecieron secuestrados. Cuántas horas de angustia. Cuánta tortura. Y sin cuerpos, a lo mejor les cortaron un dedo, una mano… Dos traían cinta canela. Ellos, imagínate, sólo escuchaban lo que estaba pasando. Los gritos de los otros. ¿Estaban amarrados de pies y manos?

Uruapan: convoys de policías circundan la ciudad; a la entrada llegando de Morelia; hacia las salidas rumbo a tierra caliente. Camionetas llenas de hombres armados hurgan en la mirada de quien conduce cada vehículo. Todos, en las horas posteriores a la masacre, son sospechosos.

Pareciera que nada ocurre en las calles de Uruapan, pero la gente desconfía de los visitantes. Cuestiona.

–Y usted, joven, ¿es de México, verdad?, qué anda haciendo por acá.

–Buscando a unos amigos. Visitando tierra bendita. De paseo.

Algo ha cambiado. Se ven pocos turistas. Viajar a Michoacán es sinónimo de cautela. Don Francisco:

–En alguna ocasión allá por la Sierra levantaron a padre e hijo. Yo supongo que por alguna venganza. Llegaron destazados. Al señor le cortaron el brazo. Y de aquí a acá no estaba esa parte: brazo y antebrazo; sólo la mano. ¿Dónde quedó lo demás?, ¿vio el hijo cómo mutilaban a su padre?... Y así. Este es un trabajo en el que quedan muchas preguntas. Sí, así es. Porque ejecuciones ha habido siempre: uno o dos, pero como ahora tanta cantidad: seis muertos decapitados en una sola semana… Eso no. Eso no se veía en estas tierras.

Las preguntas:

–¿Serán de verdad del narco?, ¿serán venganzas?, ¿secuestros? Es una muestra de poder, porque han levantado policías, agentes judiciales. Nadie se salva. Nunca, nunca pensé que me iba a tocar vivir lo de ese día.

–Y menos en una era en la que se supone la gente es más civilizada.

–Sí, está más civilizada, pero hay violencia y estos no respetan nada. Aquí como quien dice el que la debe la paga. Y ya cuando te traen en la mira, ya nadie te salva.

Anochece. Se respira un aire como de película de horror en los caminos llenos de huertos de aguacate; de verdor profundo. Hay que observar la inmensidad de los parajes michoacanos, para imaginar el grado de impunidad que debe haber en camionetas cargadas de asesinos que se pierden por veredas que parecen no conducir a ningún lado.

–La otra vez –continúa don Francisco, quien baja la vista, sentado como está al borde de la silla, como en confesión—llegaron gente de Michoacán alto, a los que nada les importa, y así, sin más, a plena luz del día bajaron de sus camionetas, le subieron al volumen a alguna canción de esas que ellos escuchan, y van sobre el que se las debía. Pum, un balazo. Pum, otro más; se suben y se van. Pero viéndolo bien esas parecen historias de niños; algo como esto no tiene nombre. Yo en esta semana tuve que analizar seis cabezas. Y una de mujer, y de mujer embarazada. Si no les ponen un alto, no sé a dónde vamos a llegar.

–¿Le es fácil dormir después de esto?

–No. Me ha costado trabajo. Cuando ya estoy en la cama cierro los ojos y vuelven esos rostros, ausentes, manchados de sangre. Y digo: si de verdad los levantaron enfrente de sus familias, se imagina qué angustia la de esos familiares. Esperando a ver a qué horas les avisan o sale en la prensa que en tal parte están muertos.

–Un hombre como usted, acostumbrado a los cuerpos, ¿siente tristeza por lo que está pasando?

–No sé si es tristeza, pero todos estos días he andado diferente, cabizbajo. Desolado.

No olvidará la plancha con las cinco cabezas, don Francisco. “La impresión que me dio al verlos”. Espera que en cualquier momento le digan que llegaron los cuerpos.

– Ora si que si los aventaron al agua, el agua ya no los quiere a los tres días y los manda pa`rriba. Si los enterraron en tierra caliente en una o máximo dos semanas los zopilotes nos los van a traer. Si están en la sierra van a tardar un poco más, porque es una zona más fría.

–Se necesita de una sangre especial para perpetrar esto, ¿o no?

–Yo creo que a esa gente algo les falla de sus facultades mentales. Y algo toman, o algo se meten, porque de otra manera, ¿cómo?

Acostumbrado a lidiar con la muerte, este hombre se revela:

–Pero hubo algo más que me conmovió: los chiquillos que ese día fueron al hospital y corrían por los pasillos y querían entrar a la sala de los cadáveres. Háganse para allá, les decía yo. Sáquense de aquí. Pero los niños, caray, son tan preguntones. ¿Y cómo les explica uno lo que está pasando?

Hay miedo, precaución, pero sobre todo un temor infinito en el nuevo territorio de la justicia divina.

Que no acaba la lucha entre los Zetas y los Valencia.

Que habrá más ejecuciones.

Que “ya no hay ni a qué santo rezarle”.







El destino más soleado para morir



Madriguera de asesinos por tradición histórica, en Guerrero cohabitan kaibiles o maras salvatrucha de Guatemala, narcotraficantes y sicarios, o simples vengadores, como quien se autodenomina "El limpiador de traficantes culeros". Hoy como nunca es Tierra Caliente. Cada día aparecen cuerpos destazados, lienzos de tortura, jirones de piel y sangre. Y también decapitados. Cercenados de tajo; abruptos habitantes del otro mundo.

En Acapulco la muerte levanta, parte en raudas camionetas en las que sobrevienen la tortura y el dolor.

Feroz es esta muerte, atroz y sinsentido. Y a su paso caen abatidos empresarios, policías, prestamistas, maestros, comandantes, peritos, taxistas y hasta un pequeño de ocho meses de edad, quien murió hace unas semanas bajo la balacera que también se llevó a su abuelo. Son ya más de 100 muertos en Guerrero, este 2006.

El estado brilla rojo púrpura. Pero sus decapitados...

Justo arriba de la palabra "Gobierno", en el barandal de la oficina de Finanzas, apareció un par de cabezas el 20 de abril. Las primeras: terroríficas, atroces. La morena tez de Mario Núñez tumefacta, ojos cerrados, como una masa informe. En principio, fue difícil de identificar. La figura era grotesca.

Mario Núñez fue comandante, y uno de los policías que repelieron el ataque de cuatro narcotraficantes la tarde del 27 de enero, en La Garita, ufanos tras abatir a cuatro de los delincuentes en esta inusual cacería en la que explotaron hasta granadas de fragmentación. No estaba solo. Al comandante de la Policía Preventiva Municipal, adscrito al grupo Relámpago, lo acompañaba el agente ministerial José Alberto Ibarra.

Y bajo los rictus mortales, la amenaza del grupo criminal: "Para que aprendan a respetar".

Especulan las autoridades la presencia de ex kaibiles, o de maras, de Guatemala. Esa tarde son 5 los cadáveres encontrados, los otros tres presentan una Z finamente horadada en la espalda.

No obstante, concluye la Siedo: "En este método, al igual que el asesino que se roba una prenda de ropa o una parte del cuerpo de su víctima, la decapitación es una firma del trabajo realizado.

"Quienes lo ejecutan consiguen un triple objetivo: amedrentar a sus oponentes, confirmar su presencia en el lugar, pues las características brutales del asesinato llaman la atención, y, por último, congratularse con sus jefes ganando escalafones dentro de la organización".

Recibirían un homenaje tras su partida los policías abatidos. Pero mientras las autoridades dirimen responsables, el 30 de junio y como una broma macabra dos cabezas más adornarían la misma barda. Ahora el letrero advertía: "Un mensaje más mugrosos, para que aprendan a respetar. Z". Dos horas después, los cuerpos serían localizados en un lote baldío del fraccionamiento Mozimba. Pablo Soberanis Palacios y Sergio Patiño Soberanis eran carpinteros. Pablo purgó condena 11 años en la cárcel, por secuestro. Tenía 12 meses libre.

El estado arde en odios y rencores, en venganzas que no terminan. Y aparecen más decapitados: en la Tinaja, municipio de La Unión, los vecinos hallaron el cuerpo sin cabeza de un hombre desnudo y con huellas de tortura. O el encontrado cerca del fraccionamiento Hornos Insurgentes, cuya cabeza fue abandonada a la entrada principal del ayuntamiento de Acapulco, con un letrero más: "Lazcano, para que me sigas mandando más pendejos de tus Gafes. Z". Irma García, su madre, lo identificó: era Hugo Carpio Herrera, de 25 años, originario de El Carrizo, municipio de Tecoanapa, e integrante de los Grupos Aeromóviles de Fuerzas Especiales (Gafes) del Ejército Mexicano. Se dio de baja hacía un año con el propósito de trasladarse a Estados Unidos.

Siete decapitados en Guerrero. El 7 de junio apareció en un basurero de Playa Condesa otra cabeza con alrededor de cuatro días de haber sido degollada. Y así, en este panorama de atrocidades, en el destino más soleado, sin ningún freno la muerte, convertida en sangriento medio de comunicación, se regocija.







Mensajeros de sangre



Es el correo macabro.

Aquí los mensajeros terminan en pedazos, destrozados, tirados a los basureros, metidos en alcantarillas, sepultados en tambos llenos de cemento. Ni se enteran de la encomienda porque en ocasiones es su espalda el lienzo a horadar: ahí se plasman ira y salvajismo.

Ni cómo terminar con esa trama de frases aprendidas de memoria; de amenazas incesantes, de terror que recorre playas, brechas y caminos. No es únicamente el cadáver descuartizado, minuciosamente metido en cinco bolsas abandonadas en la carretera federal Zihuatanejo-Lázaro Cárdenas. La sangre escurriendo de las bolsas donde se repartieron cabeza, piernas, brazos y tronco.

No. Es ese monstruo capaz de succionarlo todo. Ese que vomita letras incoherentes en este absurdo método del correo humano, donde se unen la barbarie y, tétrica, la literatura.

Cada muerto tiene remitente y destinatario. No acaban los mensajes de sangre. Como estos:

"Ahí está tu gente. Aunque te protejan el AFI, soldados y otras corporaciones Valdéz Villarreal, alias La Barbie, sigues tú, Arturo Beltrán Leyva. Y tú Lupillo sigue riéndote, te voy a encontrar. Atentamente, La Sombra”.

Sicarios ejecutaron, descuartizaron y empaquetaron a un hombre a un costado de la carretera Los Cavazos- San Mateo, en Santiago, Nuevo León, con un mensaje sin vericuetos, dirigido al Gobierno.

“Arturo Beltrán Leyva, Edgar Valdez Villarreal, Carlos Montemayor, General Alvaro Moreno (militar), Jesús José Tinoco García, Subteniente, Norberto González, La Sombra, Efraín, Tomás, Gilberto López de la Cruz, Martín Sánchez Sánchez, ellos son sicarios del cártel de Sinaloa... Esto no se va a acabar hasta que capturen a las personas nombradas en esta lista, y está comprobado que estos sicarios trabajan con protección de Generales y Capitanes de la PFP, por ejemplo Martín Eduardo Rodríguez Lagunes... Hasta que el Gobierno deje de protegerlos, es cuando se va a terminar la ola de violencia. De lo contrario van a seguir rodando cabezas, Gracias."

Son interminables las faltas de ortografía al lado de cuerpos acribillados: al lado de una bolsa negra, la cabeza de la víctima, el 8 de agosto en Michoacán, se leyó: “Este es un héroe. Va pa los dedos. y soplones. Ver. Oir. Callas. Si kieres vivir. Vay”.


Misma letra, días más tarde:

“A los dedos y soplones que traicionan la familia. Vay chatos”.

Uno más, en este absurdo correo de sangre: “Esto es para los que intentan manchar el nombre de la familia” a pareció junto a un cuerpo acribillado en la comunidad de Piedras de Lumbre, municipio de Zitácuaro, manos atadas y cinta canela en los ojos.

Danza sin fin de letras y sangre, hay mensajes sobrios. Junto a dos mutilados y esposados en Michoacán, se lee:

"Para que aprendan a respetar; la familia es sagrada”

Y los hay elocuentes, como este: el cadáver de Armando González Avilés apareció el 10 de junio en el municipio de Petatlán, cerca del Panteón Municipal, con rasgos de tortura y al menos 10 impactos de bala; advertía:

“No a la violencia. Mensaje a Austreberto Favela Villanueva y todos los culeros que matan a inocentes. Los voy a eliminar a todos. Atentamente. El limpiador de traficantes culeros. Hasta la vista baby...”.





Los jefes caídos en NL



19:08 horas del 13 de febrero de 2006.

Una bala es suficiente.

Entra por el cuello y va destrozando venas y arterias. Contundente y certero, el proyectil acaba con la vida de Héctor Ayala Moreno, director de policía en San Pedro Garza García.

Conducía el funcionario su camioneta Durango sobre el Bulevar Díaz Ordaz, cuando, de pronto, a la altura del Puente de Santa Bárbara, en la colonia Miravalle de Monterrey, un auto en marcha empareja su camino. Le disparan en al menos ocho ocasiones, pero es sólo uno el proyectil que le hace perder el control y termina por estrellarse contra tres automóviles estacionados.

Recibieron al funcionario ya sin vida, un Ford Mustang, un Chevrolet Chevy, y una camioneta Ford EcoSport.

Héctor Ayala tenía 40 años y durante un tiempo se desempeñó como agente del Ministerio Público investigador y después ocupó diversos cargos dentro de la Procuraduría de Justicia. Tres años tenía como director de la policía.

Y lo que vendría después es arrebatador: la danza fúnebre.

A su velorio acuden funcionarios del municipio de San Pedro así como sus amigos y colegas de profesión, quienes desolados van rodeando su féretro.

Caras tristes y cuestionamientos. Por qué a una persona “tan amable e integra” fue víctima del crimen organizado

Sollozos y consternación, sus amistades lo dibujan: que se trataba de una persona fiel y valiente, que no hacía mal a nadie.

La capilla pronto es inundada por vehículos oficiales y por un sinfín de funcionarios de Nuevo León.

Impresiona con su llegada el secretario de seguridad y tránsito de Santa Catarina, Daniel Cedillo Mosqueda, al hacerse acompañar de más de 10 elementos policíacos.

Ante la ejecución de su director de policía, y con la voz entrecortada, el Alcalde Alejandro Páez Aragón descarta que este hecho sea un golpe directo al municipio más seguro del país.

"Esto es una desafió a toda la sociedad de México, a toda la sociedad mexicana, yo creo que debemos de responder en repudio a la violencia, se está perdiendo el respeto al país, se está perdiendo el respeto la sociedad, es momento en que la sociedad diga un ya basta".

El director operativo de la policía regia, Alejandro Zúñiga, dice que estos hechos violentos deben servir de lección.

“Que esto sirva simplemente de lección, que nos abra los ojos, levantar las antenas y que exista una mayor coordinación con todos, entre todas las entidades municipal, estatal y federal. Creo que debe quedar bien claro que no hay una sicosis por esta situación”.

Cinco horas antes, el cadáver de Javier García Rodríguez, secretario de seguridad pública y vialidad de Sabinas Hidalgo, es localizado, ejecutado a balazos, en un vado del arroyo Sabinas, a escasos metros de la carretera que transita al municipio de Parás.

De 40 años, García Rodríguez tenía apenas 15 días de ocupar la dirección de la dependencia policial, cuando es “levantado” por al menos dos sujetos que viajan a bordo de dos camionetas tipo Suburban, una de ellas en color verde y ambas con vidrios oscuros.

Salía de una reunión con el alcalde de Sabinas Hidalgo, Leopoldo González González. Una hora más tarde, alrededor de las 16:30 horas de ese mismo 13 de febrero, el cadáver, esposado, presenta dos disparos de arma de fuego en la nuca

El crimen organizado ataca Nuevo León.

Algunos meses, después, el 5 de septiembre, Marcelo Garza y Garza, también es ejecutado. Son al menos dos balazos en la nuca y el crimen se perpetra frente a la Iglesia de Fátima, en la colonia Del Valle del municipio de San Pedro Garza García.

El asesino llega hasta donde se encontraba Garza y Garza sentado sobre una banca a las afueras de las oficinas de la iglesia, discuten y, finalmente y por la espalda, le dispara en la cabeza con un arma calibre .45, para después darse a la fuga a bordo de un auto Neón color plata.

Pocos testigos: dos menores de edad y un adulto, se percatan de lo sucedido. Garza y Garza acudió a una exposición de pinturas que se llevaba a cabo fuera de lo que prácticamente son las oficinas de la Iglesia de Fátima, y aparentemente salió del interior unos momentos para atender una llamada.

Horas antes de ser asesinado, sostuvo una rueda de prensa junto al Subprocurador de Justicia, Aldo Fasci Zuazua, en la que dieron a conocer una serie de cambios y rotaciones dentro de la Agencia Estatal de Investigaciones, tanto de detectives como agentes del Ministerio Público investigador.

Y por si el recuento no fuese suficiente, el terror vuelve a las calles neolonesas una semana después y otro funcionario policiaco es abatido:

12 de septiembre, 8:50 horas. Cae a balazos el director de la Policía del municipio de Linares, Nuevo León, Enrique Barrera Nevares.

El cuarto jefe policiaco en 2006 es asesinado afuera de su domicilio en la colonia San Francisco. Los sicarios disparan con rifles R-15 y pistolas calibre .9 milímetros al vehículo al que se subía el oficial.

Barrera Nevares es emboscado afuera de su domicilio ubicado en la calle Dos Culturas de la colonia San Francisco. Más de 20 disparos, antes de huir en dos vehículos, un Altima color negro y una camioneta blanca.

Barrera Nevares había recibido amenazas a través de la frecuencia interna de la policía, práctica común realizada por el grupo autodenominado los "Zetas", el brazo armado del cártel del Golfo.

Tras el asesinato, el sector industrial de Nuevo León propone al gobierno estatal recortar el presupuesto destinado para el Fórum Universal de las Culturas 2007 y reasignarlo a estrategias para combatir narcotráfico e inseguridad.

En conferencia de prensa, el director de la Cámara de la Industria de Transformación (Caintra) en la entidad, Guillermo Dillón Montaña, manifiesta que los empresarios del sector tienen un enorme grado de preocupación por las constantes ejecuciones en la entidad.

Sostiene que hay que "blindar a Nuevo León y alejar al crimen organizado de nuestro estado, necesitamos manuales de procedimientos para que los colegios sean más cuidadosos al admitir alumnos en sus escuelas filtrando y conociendo los antecedentes y la procedencia de sus padres”.

Cuatro. Cuatro jefes de policía acribillados.

Y el maldito 2006 que no termina.



La muerte de Ponciano



Los Vázquez Lagunes han sido relacionados, desde hace más de dos décadas, con dos negocios: la ganadería, la política y el narcotráfico.

Y así murió Ponciano Vázquez Lagunes, encontrado el 10 de junio de este año con el cuerpo atravesado por cuatro tiros nueve milímetros, uno de estos en la cabeza.

Junto a él estaban muertos cuatro hombres más, medio amontonados en el interior de una camioneta Durango texana y salpicada de agujeros R-15, en un camino de Huimanguillo, Tabasco.

Los torturaron y los mataron en otro lugar. Estaban tiesos, así los encontraron unos campesinos del ejido La Lucha.

Ponciano, alias “El Pony” era un ganadero, agricultor veracruzano dedicado al cultivo de cítricos y empedernido apostador de carreras de caballos.

También era hermano de Cirilo Vázquez Lagunes, “El Cacique del Sur”, oriundo de Veracruz a quien se le ha pretendido relacionar con el comercio de estupefacientes y el patrocinio de campañas políticas.

El empresario muerto fue secuestrado dos semanas atrás en un centro comercial de Villahermosa junto con su compadre, un veterinario de nombre Adrián Junco Cruz.

Ambos fueron asesinados con otros tres hombres: Luis Vidal Vázquez y los hermanos Raúl y Antonio Rodríguez Medina, levantados en un rancho ubicado a las afueras de la capital tabasqueña el mismo día, 26 de mayo.

Cirilo denunció un “crimen de Estado”, que su hermano fue detenido por 40 elementos de la AFI a la vista de todo el mundo, que horas después le exigieron 20 millones de pesos de rescate, que alguien lo vio en las instalaciones de la SIEDO y que las negociaciones se suspendieron el 5 de junio.

Y que luego sólo le tocó recoger el cadáver de su hermano y acusar.

Reclamó que no contó con el apoyo del gobierno priísta de Tabasco –pretendió candidaturas por el PRI–, al que en su momento apoyó, ni del panista de la federación y amenazó con cambia de bando político, luego de ser candidato blanquiazul a diputado federal en 2003.

Para entonces, ya apoyaba a la Coalición por el Bien de Todos a través de la cual, pretendió una candidatura para la senaduría de su estado.

Pero Cirilo Vázquez Lagunes no sólo tenía una exitosa carrera empresarial y una endeble carrera política: ha pisado la cárcel en al menos tres ocasiones al verse acusado de homicidio y tráfico de armas y drogas en Veracruz y Puebla, entre 1983 y 2003.

La prensa y policía locales relacionaron el asesinato de Ponciano con la disputa de rutas de tráfico de enervantes entre el propio Cirilo y bandas locales, entre estas “Los Michoacanos” y “Los Chinos”, ésta última señalada como ejecutora de Jesús Zepeda Murillo, familiar de los Arellano.

“El Cacique del Sur”, cuyas influencia se extiende sobre 13 municipios veracruzanos y se extiende hasta Tabasco, se ha defendido con el argumento de que es un perseguido político desde la época de Fernando Gutiérrez Barios y un benefactor social.

La política se logró mejor en sus hijas, una ex diputada federal, Regina Vázquez Saut, “La Paloma del Sur”, y la alcaldesa de Acayucan, Judith Vázquez Saut.

Ponciano era, además, hermano de otro diputado federal, Jesús, quien obtuvo el cargo, al igual que las hijas de Cirilo, mediante postulaciones panistas las cuales, apoyó desde la última vez que estuvo preso, en 2003.

En Tabasco, durante este año, han sido ejecutados alrededor de 16 personas en situaciones relacionadas con el narcotráfico.

Mientras que en Chiapas, en la zona limítrofe con Tabasco, se tiene conocimiento de una docena de asesinatos, secuestros y levantones durante 2006.





Conteo preliminar: 24 cadáveres





Arizpe, Sonora.– Todo empezó en Cananea, sobre la carretera 89 que conecta con la 15 hacia Nogales, al Norte de Sonora: un comando a la usanza militar logró someter a la policía de esta ciudad minera y, sin realizar un solo disparo, con movimientos precisos y estudiados, sacaron de su casa, aún en calzoncillos, al empresario zapatero José Villela López.



Su destino inmediato: una pick up último modelo.



Su estatus: “levantado”.



Esto es la guerra. Ya no hay duda, pues no sería el único “levantón” de la tarde, al menos seis civiles más, e inclusive cinco policías fueron sometidos por el comando armado de aproximadamente 20 vehículos, con unos 50 hombres con fusiles de alto poder. Dos de los civiles y los cinco policías, que patrullaban la ciudad, fueron ejecutados de inmediato.



Próspera jornada para los sicarios del Cártel del Golfo, según indican las autoridades al hablar de los presuntos responsables: primero levantaron a dos policías en El Puerto, módulo perteneciente a la comisaría de Cuitaza, a quienes arrojaron a un barranco después de torturarlos. No murieron, pero se debaten en el hospital.



Los otros cuatro civiles, entre ellos dos mujeres menores de edad, tuvieron mejor suerte: fueron liberados a salvo, pues hacia las dos de la tarde, policías estatales y pistoleros se enfrentaban en un rancho ubicado entre Arizpe y la comunidad de Buena Vista. Demasiado tarde.



Se quejaría el gobernador Eduardo Bours Castelo: “Es inaceptable. Lo que pasó en Cananea es a todas luces inaceptable: que un grupo armado recorra 400 kilómetros y no se tenga reporte hasta que los ubican agentes de la Policía Estatal Investigadora y después de eso empezar a reaccionar, se necesita inteligencia de avanzada, porque en esta ocasión falló.



Entregaba armamento a los policías de Ciudad Obregón, cuando el gobernador debió insistir: los sujetos armados transitaron por carreteras federales, y los encargados de vigilar esa área nunca vieron nada.



Cinco horas, 300 minutos de balazos después, un conteo preliminar: de acuerdo con el Procurador de Justicia del Estado, Abel Murrieta Gutiérrez: 15 presuntos delincuentes muertos sin ninguna baja de elementos estatales.



Pero el número de cadáveres en Arizpe sería, al final del tiroteo, de 24 en un sólo día, pues la Policía Estatal Investigadora encontró los cuerpos de dos sicarios más a un kilómetro del lugar donde ocurrió el enfrentamiento.



Y podría aumentar, pues hay versiones de que en la parte alta de la sierra cercana a Arizpe, en helicóptero detectó nueve cuerpos más de sicarios abatidos.



Informó el procurador que hacia la madrugada otro grupo de delincuentes logró escapar y siguió avanzando por la sierra, por lo que tuvieron que suspender la persecución para esperar la luz del día y no exponer más a sus elementos; que en el arsenal asegurado se contabilizaron 13 vehículos, más de 100 armas largas y equipo de radio comunicación; y que, aunque hasta el momento no se habían identificado a todos los sicarios, “eran originarios de los estados de Chihuahua, Estado de México y Tamaulipas”.



Horas más tarde, y aún con el ambiente impregnado de muerte, arribarían al norte de Sonora alrededor de cien agentes de la Policía Federal Preventiva.



Todavía olía a pólvora, y alardeó Eduardo Bours:



“Hoy se dieron cuenta que tenemos capacidad de respuesta, pero necesitamos inteligencia para la prevención. Al no tener informes de lo que pasaba por las carreteras, tenemos claro que hay una enorme falla, y es falla de las gentes que deben vigilar las carreteras; es clarísimo. No obstante, en ningún estado han tenido respuesta como la que tuvimos en Sonora”.



La madrugada de Cunduacán



El problema fue la alteración del orden público.

Horas después, el humo de tres camionetas incendiadas de la policía a bazucazos fue el señalamiento que puso en el mapa de la narcoviolencia a Cunduacán.

La madrugada de ese día, 16 de julio, un grupo de sicarios relacionados con los Zetas pretendió abrirse paso en dos ataques distintos con una bazuka y lanzagranadas para liberar a uno de sus líderes, el comandante Mateo.

Los caminos de Cunduacán quedaron dibujados por la muerte de cuatro hombres y las heridas de otras siete personas.

La escena no ocurrió en Nuevo Laredo, Tijuana o Culiacán.

Los 30 minutos de fuego entre los pistoleros y policías se vivieron en la madrugada de Cunduacán, Tabasco, un pueblo de maíz y cacao en el que nació Mateo Díaz López.

Para mayores señas, el comandante Mateo creció en el ejido La Libertad, de donde salió para integrarse al 15 Regimiento de Caballería Motorizado el 16 de septiembre de 1996.

En los últimos dos años, los caminos de Tabasco se han convertido en los senderos del trasiego de drogas, de levantotes y secuestros, de ejecuciones y narcovenganzas: los cárteles de Sinaloa y el Golfo han extendido e intensificado su guerra al sureste.

Tan sólo en Tabasco, alrededor de 20 personas por ajustes de cuenta entre gavillas del narco que alcanzan a Chiapas, en donde se tiene conocimiento de una docena de levantotes, secuestros y asesinatos.

Mateo desertó dos años y cinco días después de su ingreso a las Fuerzas Armadas. Entonces ya era especialista en operaciones en la sierra, para integrase a los Zetas.

Vivía en Matamoros, pero la noche del 15 de julio pasado estaba de vacaciones, si es que los narcos las tienen. Al menos, visitaba a sus padres.

Fiel a su fama de bebedor, pendenciero y mujeriego, Mateo trasnochó en la cantina “La Palotada”. Mateo no cayó tras una refriega, ni la conducción de un cargamento de coca o marihuana.

Excedido de copas, hizo el suficiente alboroto como para que en medio de la selva se le acusara de escandalizar el orden público.

Mientras era conducido a la barandilla —en compañía de un nicaragüense que lo acompañaba, Darwin Alejandro Bermúdez Zamora—, ahí llamada Casa de Justicia, alguien permitió que Mateo se comunicara con su gavilla.

Pasada la media noche, el cuarto destinado al encierro de borrachos fue asaltado por 15 hombres vestidos como de la Agencia Federal de Investigaciones, un disfraz recurrente entre los sicarios.

Según el Gobierno estatal de Tabasco y la Procuraduría General de la República, 10 sencillos policías municipales —dos caídos en el enfrentamiento— lograron repeler a los Zetas, cuerpo paramilitar del Cártel del Golfo.

El combate se suspendió. Tres horas más tarde, los sicarios regresaron. Pero se toparon con un refuerzo de 60 policías estatales y judiciales. Los Zetas desenfundaron al menos un bazuca y varias granadas de fragmentación.

El fuego se robó media hora de la madrugada de Cunduacán. El agente estatal Armando de la Cruz murió calcinado dentro de su patrulla. Cinco oficiales y dos mujeres fueron alcanzados por el plomo. Un pistolero fue herido. Pero los ex militares no lograron la recuperación del comandante Mateo.

En su huída, los Zetas abandonaron los cadáveres de dos hombres secuestrados y al arsenal utilizado para el asalto de Cunduacán, cuando se alteró el orden público.



Los siete de Amatlán



Fue un asunto entre matones, finalmente unos lo fueron más que otros.

Los cadáveres fueron arrojados en un paraje de Amatlán de los Reyes, Veracruz, con el tiro de gracia, los ojos vendados, amordazados y maniatados con cinta canela. Ninguno tenía más de 30 años. Todos llevaban el cabello corto, tipo militar.

Y ese día, 22 de febrero de 2006, los sicarios que mataron a los otros siete, después de ejecutarlos, los llevaron al monte y ahí los dejaron, cada uno con su agujero .38 o .45 en la cabeza, cada uno con su crucifijo de madera.

Todos estaban sembrados entre la hierba, rodeados de ocozotes, encinos, fresnos, álamos y sauces. Hacía frío, el aire estaba húmedo y la tierra también, regada por venitas del río Blanco.

Veinticuatro horas atrás, cuatro de ellos fueron levantados en una casa de Boca del Río –propiedad de una funcionaria estatal– por más de 15 hombres vestidos como agentes de la AFI que se transportaban en vehículos estampados con esas siglas. La Procuraduría se deslindó.

Los otros tres fueron relacionados con un arsenal descubierto días atrás en el pueblo de Tres Bocas.

Algunos de los secuestrados habían sido secuestradores un año y medio atrás, el 14 de noviembre de 2004, cuando volcó un tráiler en Ciudad Mendoza con dos millones de dólares ocultos, propiedad del Cártel de Sinaloa.

Los pobladores habrían rapiñado los costales de frituras en los que iría escondido el dinero. Poco antes, Joaquín “El Chapo” Guzmán, ya había perdido tres millones de dólares en ese mismo estado.

Horas después del accidente, la población fue tomada por asalto por un grupo de matones que buscaban el dinero.

Las versiones policíacas al respecto no precisan si éste fue encontrado o si nunca llegó a Ciudad Mendoza, es decir, el dinero pedo ser sacado del camión antes de que ocurriera el accidente el cual, habría sido simulado.

Al menos tres de estos pistoleros, regresaron el 20 de febrero a Ciudad Mendoza. Secuestraron a cuatro pobladores de la familia Martínez Villagrana y, tras acordar con ellos mismo el pago del rescate, los liberaron en la madrugada del 21 de febrero.

Los secuestradores estaban a unas horas de ser secuestrados, de que entre las manos se les colocara una cruz de madera, de recibir un tiro de gracia, de ser tirados entre la hierba húmeda. De ser tres de los siete de Amatlán.

En Veracruz, tan sólo en lo que va del año, han ocurrido al menos16 ejecuciones.

En la lista se incluyen los siete de Amatlán y cinco oaxaqueños relacionados con el gobierno de su estado y a quienes rociaron con las R-15 tras emboscarlos en la carretera federal Veracruz-Xalapa.

Pero en el estado ya se tiene experiencia en la narcoviolencia, en el rastro de sangre que deja la traición y el contrabando.

En 1995, Jesús Cabrera Guerrero robó un cargamento de marihuana a la agrupación liderada por los Sánchez Tabeada, quienes respondieron con la ejecución de 21 elementos en Cahuapan.

Aunque fue un hecho aislado, insólito. Ya no es así. Veracruz es suelo de trasiego de cocaína y mariguana que se disputa con plomo y muerte.

Y de los de Amatlán de los Reyes, uno de los siete ejecutados fue reconocido en la morgue por su padre. Era tabasqueño, lo vio por última vez seis meses atrás, cuando se despidió para irse al norte, a Estados Unidos.

“No sé en que andaba metido”, dijo la mujer y se llevó a Melvin Alfredo García Vargas, de 18 años, a punto de descomposición.

Los otros seis siguieron su camino juntos, hasta la fosa común.

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