13.9.07
Abuelo de la torería mexicana
En la Asociación Nacional de criadores de toros de lidia
Ponciano Díaz una tarde se apareció en el mundo de los toros; aquí y en España. Sorprendió
Guillermo Salas Alonso / Pedro Díaz G.
Una tarde, a finales del siglo XIX, se apareció por la fiesta brava española un personaje extravagante.
De poca estatura, lucía descomunales bigotes negros y vestía de charro. Cierto: realizaba las suertes charras y banderilleaba a dos manos a caballo, en el llamado arte de Marialba, o del rejoneo. Pero lo sorprendente era que el atrevido personaje llevaba el propósito fundamental de ser torero. Ahí mismo, en tierras españolas.
Pareció una herejía, pero llegó y su nombre fue Ponciano Díaz Salinas.
Lo primero que provocó fue curiosidad, por su aspecto y su técnica tan personal que, desde luego, no se ajustaba a las normas clásicas de los toreros de entonces y, al menos en esa época eran exclusividad de la torería española.
¿Quién, en España, podía concebir que en otros lares, aún en la Nueva España, existiese un valiente que podría ejercer la profesión también llamada el "arte de Cúchares"?
Un poco de historia
Cuenta el maestro Pepe Alameda en su libro La pantorrilla de doña Florinda y el origen bélico del toreo, que en la época de la conquista árabe, el caballo y el toro bravo fueron herramientas de entrenamiento para la guerra. Los moros fueron detenidos, pero no vencidos; sin embargo, no avanzaron hacia el norte, lo que ocasionó que, al no dominar el Mediterráneo, se quedaran en España.
A Francia, Italia, Grecia y en general la Europa de la zona mediterránea, con el mismo clima, no les interesó el toro bravo, sino la agricultura.
A España sí pues siguieron siendo herramientas para sus guerreros. El toro se extinguió en esas naciones, pero en España se quedó, se conservó y se multiplicó, lo que convirtió a la península en la cuna del toreo.
Añade el maestro Alameda:
"Ese toro zancudo, corniveleto, de rectilínea estructura y pelo hirsuto, de repente aparece un bovino redondeado de líneas, recogido de cuerna, pelo fino y lustroso, corto y poderoso de jarretas".
En la hacienda de Atenco
El 19 de noviembre de 1858 nació Ponciano Díaz en la hacienda de Atenco, el rebaño ganadero más antiguo del mundo, pues la historia advierte que a este hato de reses bravas lo fundó un primo hermano del conquistador Hernán Cortés, el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano.
El padre de Ponciano, Guadalupe Díaz González, a quien sólo sus íntimos amigos conocían como "El Caudillo", trabajaba en Atenco, así que el pequeño se fue familiarizando con el ganado de casta.
Además, a don Guadalupe le gustaba de torear astados y vacas con el niño en brazos, ante el sufrimiento de su madre, doña María de Jesús Salinas de Díaz.
Don Guadalupe solia decir: "Todavía no ha nacido el toro que acabe con uno de mi raza".
Ponciano tuvo la suerte de que el matador de toros español Bernardo Gaviño, amigo íntimo del dueño de Atenco, le tomase cariño al observar su valor. Muy joven formó parte de su cuadrilla, como banderillero. Aprendió del maestro y, además, siendo charro también le hacía monerías a los toros a caballo.
Se lanzó a la aventura. Quiso serlo y lo consiguió: fue torero. El primero importante de México; el abuelo de la torería tricolor.
A los 19 años de edad, el primero de enero de 1877, mató a su primer novillo, con un éxito incuestionable, ante sus cualidades y valor ante las reses.
Al año siguiente, en 1878, empezó a torear con Lino Zamora, torero mexicano de poco renombre. Lo hizo por un lapso corto, pues Gaviño lo llamó a su cuadrilla.
Ahí le enseñó la técnica. Lo fue llevando, de a poco: en cada lance un secreto; a cada movimiento el descubrimiento del arte, la pasión, para después dejarlo solo. Que trabaje por su cuenta...
Y así, se presentó el 3 de abril de 1879, en Puebla, como capitán de gladiadores. Y como además ejecutaba las suertes charras y banderilleaba a dos manos a caballo con brillantez, fue precisamente realizando suertes con el córcel, en mayo de 1883, cuando lo tiraron de su jaca al clavar un par de banderillas, y recibió una cornada.
Ponciano figuraba en los festejos de máxima categoría en el país. Aunque, siendo presidente, Benito Juárez ordenó un decreto prohibiendo la celebración de corridas de toros en el Distrito Federal. Así, hasta 1887 volvió la actividad y se levantó la plaza San Rafael, que inauguró Ponciano el 20 de febrero. Las reseñas afirman que manejaba el estoque en forma brillante, aunque se sabía que era "el rey del bajonazo y metisacas". Y hubo una controversia enconada, pues por ese entonces llegó a México el diestro Luis Mazzantini. Un clásico y puro estoqueador.
Se eslabonan los éxitos y fue el diestro selecionado para inaugurar, el 15 de enero de 1888, la plaza "El Paseo de Bucareli", obra realizada de su peculio. Su afición era tal, que en el libro que escribió don Manuel Horta, cita: "Silueta de un torero de ayer", abundando que "horas antes de que se abrieran las puertas del coso se brindaba con los `curados´ tricolores en los vidrios corrientes soplados de Texcoco. Y no faltaba en el tendido el famoso general Sóstenes Rocha, duelista, enamorado y decidor, personaje de mil anécdotas".
Precisamente la reseña de esa corrida, publicada en el periódico "Siglo XIX", vale la pena conocer, pues cualquier similitud con las actuales, es mera coincidencia:
Al toque de clarín, salió el primer toro, enchilado y palangano, recibiendo tres buenas varas, y Ramón, mediante una salida, le dejó dos pares y Calderón, otros dos al cuarteo. Ponciano, previo aviso de la Autoridad, se dirigió al palco donde estaba su madre y brindó así: “Por mi patria y por tí, madre mía...” La Providencia ha querido que preste a tu vejez el humilde fruto de mi trabajo. Y se fue directamente al toro. Y le dio cuatro naturales, tres cambiados, cuatro en redondo y dos a su modo; levantando la espada, apuntó con suma atención sobre la cruz del lomo, y se fue acercando poco a poco en línea recta y pasito a pasito al toro, a la vez que hizo ligeros movimientos con la capa-muleta, para llamarlo. Llegando a cierta distancia se paró y quedó inmóvil, siempre con la punta de la espada dirigida al lugar expresado. Por fin, el toro se arranca con suma velocidad y el torero, haciendo un ligero movimiento con el engaño, le clava al toro en el expresado centro del morrillo, toda la espada que según los taurófilos es donde debe entrar y quedar colocada. A esto le llaman suerte de ‘matar recibiendo’. Después cogió otra espada y haciendo con un movimiento de muleta que el toro inclinara la cabeza, le apuntó con gran tino y de un golpe violento le clavó la punta de aquella en el testuz. El toro cayó como herido por Júpiter y dicen que a eso le llaman “descabello”. El redondel nuevamente se llenó de ramilletes, sombreros y se tocaron dianas por las tres bandas de música que habían en la plaza. En el intermedio del segundo y tercer toro, Ponciano lazó pie a tierra un caballo bruto, oyendo también muchísimas palmas y música. El sexto toro de color amarillo y cara prieta, recibió seis varas. Ponciano vestido de charro, montando un hermosísimo alazán tostado, dio tres salidas en falso con mucha guapesa, manejando magistralmente su cuaco, y puso dos pares y medio de banderillas, bonísimos aquellos, regular el último. Bajó del caballo entre nutridos aplausos, y brindó en los medios del ruedo, al sol y la sombra. Dio al toro tres naturales, uno en redondo y lo descabelló con un metisaca perfecto.
Su alternativa en España
Los planes apuntaban entonces hacia el otro lado del Atlántico: España. Antes de salir a la Madre Patria, el general Miguel Negrete, apunta don Manuel Horta, le regalo un fino caballo, igualmente don José González Pavón, el ganadero de Tepeyahualco, quien le obsequió un joven y lustroso alazán para que recortara su silueta juguetona en las plazas de la Villa del Oso y del Madroño.
Y aunque al verlo no daban mucho por el torero "americano", como le decían, hizo una campaña interesante; sin embargo, después de verlo actuar empezaban a verle cualidades. Le admiraban sus pares de banderillas a dos manos a caballo; enormes. Antes de salir a la península el propio Ponciano señaló: "Voy a España para aprender las suertes del toreo y para presentar las suertes mexicanas de banderillear a caballo y charrear".
Junto con Ponciano en la cuadrilla, de peón de brega iba Ramón López, quien le tenía una fe ciega. Se presentó en Madrid el 28 de julio de 1889, con un éxito y se logró signar la alternativa para ese 17 de octubre. El padrino: Salvador Sánchez "Frascuelo", y como testigo el primer mandón del toreo, Rafael Guerra "Guerrita", con un encierro del Duque de Veragua.
Cuando llegaron a la plaza, al hacerse las presentaciones, Ramón López, quien quedó un poco atrás, junto con "Frascuelo", quería conocer la opinión que había sobre el torero mexicano.
Salvador Sánchez, el padrino del doctorado, ráudo le largó su opinión: "Vamos, Ramón; que nadie más que tú pudo darme coba para que yo le diera la alternativa a ese espantajo.... ¡Con razón ganaíz tanto dinero en América, alternando con esos mamarrachos....! ¡Sóis lo mismo que ellos!".
"Bueno, bueno --respondió Ramón López--; vamos a torear....Y en un descuido, ¡quien sabe si este mamarracho le gane a usted la pelea!".
Un berrendo en colorado del Duque de Veragua, bravo, encastado y noble tocó al mexicano. Y al término de su labor, Ponciano con cortesía dijo al padrino:
"Señor Frascuelo, sáquelo de su querencia"
El as hispano respondió: "Señor Ponciano, el toro quiere morir ahí, y en ese sitio se le mata".
Antes de que concluyera la frase del señor Frascuelo, el torero mexicano partió en dos al toro, con un volapié clásico. Una estocada que retumbó en el coso, que aplaudía con fervor. Aprovechó el momento Ramón López para insistirle a Frascuelo: "¿Qué le ha parecido a usted maestro?".
El as español respondió: "Se ve claramente que en su vida ha visto torear, y es una lástima, porque es valiente y de los buenos. Merece la alternativa y te felicitó por tus gestiones".
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Tintes de fantasía en esta historia del primer torero extranjero que obtenía la alternativa, el título de matador de toros, en España. Fue una ceremonia entre protagonistas de máximo rango y en la primera plaza de España.
Llegó Ponciano Díaz. El abuelo de la torería mexicana. Posteriormente llegarían los maestros Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa Armillita y Lorenzo Garza.
Murió joven Ponciano Díaz, a los 41 años de edad, en plena madurez.
Una cruel enfermedad hepática lo martirizó varios meses. El mal minó considerablemente sus energías a velocidad vertiginosa y en la madrugada del 15 de abril de 1899, se fue, dejando su abolengo.
Por ahí crecía y se cantaba este estribillo popular que iba de boca en boca:
Ya no quiero a Mazzantini/ ni tampoco a Cuatro Dedos/ al que quiero es a Ponciano/ que es el rey de los toreros.
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