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El sargento Pedraza, la leyenda del andarín

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El sargento Pedraza, la leyenda del
andarín
PEDRO DÍAZ G.| El Universal
Martes 14 de octubre de 2003
El sargento Pedraza: la leyenda que, con el rostro envuelto en
sufrimiento, contagió a un país con su indeclinable tesón de ganador
Llegar a la cúspide deportiva no es fácil. Pero cuando se quiere y a uno le dan los medios para intentarlo, no hay
que dudar. Hacen faltan medallistas. Más y más. Hacen falta ejemplos en nuestro país. Podemos tenerlos.
Decidámonos.
Lo dijo José Pedraza.
El sargento. La leyenda que, con el rostro envuelto en sufrimiento, contagió a un país con su indeclinable tesón.
Porque esa medalla de plata tendrá siempre adheridos los destellos dorados que arañó en su afán por vencer al
ruso Vladimir Golubnichy.
Plata. Y lo inolvidable del momento: el emotivo ingreso del soldado de tez morena que devora el tartán en el
estadio de Ciudad Universitaria, y las miles de gargantas en un grito enfurecido en franco apoyo hacia la victoria.
El soldado humilde que se vio obligado a trabajar desde pequeño. Ése que lo hizo en el área de Transmisiones del
Campo Militar; a quien le gustó el basquetbol y el atletismo....
Pedraza: raíces purépechas, cara redonda curtida por el sol, el cabello corto, casqueteado. Y su palabra: "Cuando
un chamaco se me acercaba y me preguntaba: `oiga, ¿y cómo ganó su medalla de plata? , yo le contestaba: `Por
tarugo mano, porque si me hubiera preparado y entrenado mejor, esa presea pudo haber sido de oro, y yo un
campeón olímpico , y la chamacada se botaba de risa".
Sus fascinaciones
Tres eran sus fascinaciones: el basquetbol, las carreras y el Ejército.
Por eso a los 15 años ingresó a Transmisiones y siguió corriendo las distancias largas.
Fue una tarde de agosto, 1964. La vida cambió. Ese día, después de sus labores castrenses, se fue a la pista de
tierra del Plan Sexenal. Habría un chequeo con Eligio Galicia, los hermanos Tinoco y otros buenos corredores,
sobre la distancia de los mil 500 metros. Pedraza ganó.
Era la primera vez que vencía a Galicia, sin lugar a dudas el mejor en esa prueba. Después del duchazo, todavía
feliz, saboreando la victoria, Pedraza y sus compañeros se pusieron el uniforme y regresaban ya al cuartel.
Del Valle Alquicira le invitó a participar en esa peculiar prueba, la caminata. "Usted no sirve para las carreras de
fondo, sino para las caminatas", le dijo.
A los 15 días de aquella invitación, Alquicira organizó una competencia: 5 mil metros de caminata. ¡Sorpresa!, los
ganó Pedraza con ventaja de 300 metros sobre Márquez de la Mora; Colín llegó tercero y Baños en cuarto lugar.
Cuatro años después, Alquicira, en Ciudad Universitaria, atestiguaba ese inolvidable cierre de la prueba de los 20
kilómetros de marcha en los Juegos de la décimonovena Olimpiada...
Un potrillo hacia la medalla
"No hacía más que correr cuando chiquillo. Sin fronteras. Hasta que me cansaba, correteando animales o por puro
gusto. Respiraba aire puro. Me gustaba andar por ahí, desbocado como un potrillo. Era como los niños de rancho:
mi mejor juego fue tomar todo lo que la naturaleza nos dio: árboles, campo, piedras, arroyos, animales...".
Y una medalla. Ésta: Y llegó el día olímpico: 14 de octubre. El relato fue del sargento: "Hausleber y yo estábamos
seguros de ganar, porque ya había vencido a los mejores, incluido Golubnichy, quien era muy famoso por su bronce
en Tokio. Pensamos que la prueba no sería muy difícil, pero nunca calculamos que, al salir del estadio, uno de los
andarines me pisaría el zapato. ¡Qué barbaridad! Cuando vi que el grupo se me adelantó como 40 metros, perdí la
cabeza. De otro modo, no hubiera cometido el error de eliminar esa desventaja de inmediato, al subir por la
rampa para salir del estadio. Ese jalón fue la muerte... Una burrada total.
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"Competí tan a lo loco que, al llegar a los primeros cinco kilómetros, ya estaba en la punta, con el grupo en el que
se encontraban Golubnichy, Smaga, Reimann, el japonés Saito y el estadunidense Rudy Haluza. Iba al parejo de
ellos, pero ni mi respiración ni mis pulsaciones estaban bien y poco a poco fui perdiendo terreno.
"A los 12 kilómetros marchaba en el lugar 12, pero no me encontraba a mí mismo; parecía que no sabía caminar.
"Un grito de Hausleber me hizo reaccionar. Entonces apreté y empecé a mejorar hasta que en el kilómetro 16,
pasé al tercer lugar, detrás de los soviéticos. En esos momentos me sentí feliz: `Ya tengo una medalla... Pero voy
por más`. Estaba seguro de que los alcanzaría antes de la subida al estadio, pero entonces surgió otro problema:
me tropecé antes de la subida y, para no cometer un faul, tuve que hincar la rodilla en el piso. ¡Qué mala suerte!..
"Otra vez, cuando ya los tenía a unos cuantos metros, los soviéticos volvían a escapárseme. Perdí como seis
metros, distancia que a esas alturas, es ya muy importante.
"Cuando llegamos al estadio, ellos aprovecharon la bajada. Sabían que yo nunca me había distinguido por ser un
buenazo para recorrer las pendientes, así que me vi forzado a dar más y más".
La llegada de los soviéticos a la pista causó estupor. La de Pedraza, un alarido.
La prueba se redujo, ya, a esos 300 metros. El paso firme del militar era como un presagio de que aquella medalla
no sería sólo de bronce.
Pedraza atacó con rabia.
Hay quienes dicen que violó los reglamentos de la caminata en esa violenta acometida final. Lo cierto es que
reducía la ventaja.
Ya. Es la primera curva. Smaga cede ante el brutal acoso. Es rebasado por Pedraza. Pero va tras él. Y el mexicano
tras Golubnichy.
"Cuando pasé a Smaga me dije: `sí puedo, sí puedo` y concentré mi atención en Golubnichy. Sentí que lo
alcanzaba. Pude escuchar su muy agitada respiración. Pero en los últimos 50 metros él dio el resto, ése que yo
había perdido cuando me pisaron y me desconcentré; ése que se me fue en el tropezón; ése que se me fue en los
metros que perdí en la bajada... Y ya no pude alcanzarlo. Quedé a paso y medio de él, con una rabia infinita por
no haber sido capaz de ganar".
Golubnichy cronometró una hora, 33 minutos y 58 segundos; Pedraza, una hora y 34 minutos; Smaga, una hora, 34
minutos y tres segundos.
Pedraza agradecía la ovación, pero lo hacía con un lamento interior: Me había preparado para ganar... Y
comprendía que esa medalla de plata era la consecuencia de mis propios yerros".
Día 14: su cúspide deportiva. "Hacen faltan medallistas. Podemos tenerlos. Decidámonos". Lo dijo él.
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