23.1.08

Requiem a Fernando Marcos







“...Entonces podrán echar mis cenizas a la basura”

Fernando Marcos ya no editorializa en cuatro palabras, no más polémica; su partida, desolada: apenas algunos amigos, entrañables compañeros de vida. Unas lágrimas, caja de bruñida madera, recuerdos.

DANIEL BLANCAS / PEDRO DÍAZ

No se escucha ya la voz grave, pausada. No revienta como antaño su sonrisa. El placer al discurso y el humor irremediable. Lo único que registra este panteón es el ronroneo acústico, sordo, sin intermitencias, del horno en el que son cremados sus restos. Dos horas arderá el fuego, consumiendo a don Fernando Marcos, que alguna vez, hace poco, atrevióse, acaso rebelde ante su propia muerte:

—El futbol mexicano quedará el siglo XXI entre los diez mejores equipos del mundo. Espero que la actual organización bipartidista que controla a unos y otros equipos no lo echen a perder. De no ser así, les doy permiso para que, entonces, puedan tomar mis cenizas y echarlas a la basura.

Una frase se repite en los labios de hijos, nietos, amigos: “Estaba pintado en su cambio”.

Hay silencio en el cortejo. Hay también susurros. Del definitivo adiós brota un anecdotario. Allá, en Gayosso; aquí, entre las cruces, 86 años revive lo mismo en voz de personalidades del periodismo, deporte y futbol, que en personajes anónimos a quienes el recuerdo los venció:

—“Yo nunca conocí a don Fer —dicen—, pero aprendí mucho de él desde lejos.”

Las palabras viajan: se entrelazan: “Defendía a muerte sus ideas”. “Cada comida en él era una lección de historia.” “Nunca fue un hombre cerrado.” “Siempre enseñando…”

“Sabelotodo”, lo llaman sus nietos.

—Era mi héroe —dice Alonso, uno de ellos.

Brincan las voces de un tiempo a otro.

De 1930…

—Cuando él decidió ser futbolista, dijo a su padre: “Ya lo pensé. Quiero ser futbol profesional”. El papá le puso un dedo vertical en la cabeza y le respondió: “Estás loco, vas a trabajar como cualquier muchacho de tu edad, al polvo”.

—Ya quería unirse con mamá (cuenta Fernando Marcos hijo). Se había casado, aunque jamás perdió la voz del maestro. Me voy satisfecho con todo lo que hice. Y se juntó con el amor de su vida (doña Rosita López Montoya, compañera durante 55 años). Así lo quería.


De cuentos, de amigos, se fue llenando la noche del 18 en Félix Cuevas, se llena la mañana del 19: el exportero Walter Ormeño, Alfredo del Águila, Carlos Albert, Jacobo Moret, Pedro Ferriz y...

Jorge Romo, secretario general de la Femexfut, anuncia:

—Es posible que se haga un homenaje a don Fernando. Mandamos a sacarle una esquela porque sí, el futbol mexicano le debe mucho a este señor.

Entre rezos, los asaltos del tiempo (“de cuando quemaban el Parque España”, “Núñez entró a un lugar; si no ves cuál es la salida: principios básicos de sobrevivencia”, “sólo escribo de lo que sé”)...

—Nada tuve que ver cuando nací; nada tendré que ver cuando me muera —solía decir.

Del libro de apuntes
El futbol es una mujer que él siempre amó.

—He sido jugador infantil, delegado, jugador, seleccionador, directivo, técnico, periodista, comentarista...

—Pero, ¿de mariguana, don Fernando? —escuchaba la pregunta, y entre la pasta casi vencida de los comentarios precisos, breves, apuntaba en sus últimas entrevistas:

—Mire usted, eso de contar esa mujer que nos cautiva con andar. Y luego a usted le preguntan: ¿qué te gusta más? ¡Todo!, todo me gusta, lo mismo le digo yo del futbol.

Deleitó don Fernando a Alejandro Toledo, en entrevista el pasado octubre:

—He sido un hombre afortunado. No he tenido contratiempos. Tengo muchos amigos, muchas anécdotas... He pasado una vida que no cambiaría por nada. Y ahora estoy esperando que llegue el final...

—¿Le teme usted a la muerte?

—Lo que me da miedo es que llegue después de una enfermedad dolorosa, molesta. Pero, el morir... El único que no sabe que se muere es uno. Estoy muy contento con la vida, pero no le temo a la muerte.

Nació el 30 de noviembre de 1913. Su padre, don Eugenio, era asturiano; su madre, gallega. “Mi familia tenía tienda de abarrotes en la calle de Ayuntamiento, a un costado del cuartel militar. Ahí les tocó la Decena Trágica. Desde entonces, por unos muchachos que andaban en el ejército, me gustó la balanza. Tengo entendido que el general Huerta tomó posesión y corrió, y córrele que te alcanzan”.

Le pegaba Fernando Marcos a todo lo que tenía delante de los pies. En el colegio francés fue compañero del “Titi” García Cortina. Todos los muchachos, acaso cien, con una pelota de tenis “jugábamos en el recreo unos partidos de futbol sabrosísimos”.

Se esmeró en el diamante para un encuentro de beisbol que no se realizó (los contrarios no llegaron), en el llano de La Teja, pasaron unos muchachos que iban a jugar futbol. “Y me invitaron. Fuimos desde La Teja hasta lo que era el Tívoli, en todo ese pie. Jugábamos en canchas de ash y desde entonces me quedé en el futbol. Nunca más se me deshizo. Llegamos a formar un buen equipo y había nuestro rival, el América, no tan grande como es ahora. Por eso nosotros tampoco éramos ningunos. Fuimos con Fernando Marcos, fuimos muchos. Después Fernando se fue a la selección nacional. Mi equipo se llamaba Germania. Le ganamos el trofeo del torneo de la Liga Veracruzana central, en San Rafael”.

Una de aquellas tardes regresó Fernando a casa y dio a conocer su decisión, ante la familia:

—Voy a ser futbolista —dijo, ante el guiño de mamá. Su padre no tardó en reaccionar: tomó el palo con el espagueti, lo levantó sobre los hombros del futbolista, y lo volteó encima.

—¡Usted lo que va a hacer es terminar de estudiar! —gritó entonces.

...Hasta que se acaba
Dos anécdotas más. La primera: Había un actor de la época, Ramón Pereda, que además practicaba futbol en el Club San Cosme. Don Eugenio y Fernando fueron a verlo jugar. De pronto Ramón Pereda soltó un balonazo que “me fue a dar a la panza”. El niño se revolcó en el suelo. El actor le pegaba muy fuerte a la pelota.

La segunda: domingo en el Club España. Atlas contra España. Fernando y su padre tomaron lugar en la tabla colocada como escalón, con asiento y barra para recargar los brazos. Un señor, al lado de ellos, no dejó de gritar en el encuentro, hasta hacer un altercado en el campo. Los jugadores se empezaron a dar bofetadas. Termina todo, y el niño Fernando se volvió hacia el hombre, que ya no gritaba. Le salía un chorro rojo por la frente. Le había tocado un tiro, un disparo. El hombre estaba muerto. Son cosas que no se olvidan.

—Como si hubiese dicho ayer, antes de las cinco:

—Toda mi vida me he jugado cosas importantes. Soy un peleador, alguien que ha luchado siempre, y no por vencido hasta que esto dura hasta el fin.

Se ha ido. Se ha callado, como lo hace ya don Fernando. Sus cenizas, todo parece indicar, permanecerán en casa, aunque se espera que se mezclen con las de su esposa, en la Iglesia Covadonga.

Breve el cortejo; abundante, generoso su legado.





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